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El peligro de que las instituciones funcionen

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Una socorrida frase de la política chilena, en los últimos años, ha señalado la importancia de dejar que las instituciones funcionen; importantes líderes de nuestra democracia han repetido que es importante dejar que éstas hagan su trabajo. Y podríamos pensar que en una democracia bastaría con ello para que cada uno de los poderes del Estado y quienes los encabezan actúen cumpliendo el rol que les corresponde como punto de partida.

Conceptos como probidad, transparencia, control ciudadano, resultan palabras de buena crianza frente a actos tan reprochables como que el Director de la Policía de Investigaciones entregue información de causas a un abogado incumbente.

Durante una larga audiencia, seguida en vivo por los medios, se plantearon acusaciones serias respecto a filtrar información confidencial.

Paralelamente, esos mismos medios nos informaban que- en el Parlamento- se rompía el acuerdo de administración establecido para la gobernanza del Senado.




En ese contexto, parecían una ironía o una mala broma frases como: La gente desconfía de “los políticos”.

Hasta se ha hablado de “militarizar” como  una solución ante la crisis de seguridad que está presente en distintos territorios de nuestro país.

Así las cosas, como ciudadanos percibimos instituciones permeadas por la corrupción y una clase política desacreditada, la ausencia de liderazgos y la insuficiencia de proyectos políticos convocantes. Todo esto, sin duda, constituye una amenaza seria para la democracia.

 

Lo poco que va quedando

Instituciones como bomberos de Chile siguen apareciendo como las más respetadas y valoradas por la ciudadanía. Y hay poco más.

Diversas encuestas lo señalan; la gente confía en los bomberos y éstos trabajan de manera voluntaria y ponen en riesgo sus propias vidas en pos de un objetivo mayor. ¿No estará ahí la clave que no hemos podido comprender?

La desconfianza ante el rol que cada parte del Estado cumple, parece también haber paralizado a nuestro sistema político. Este parece haber asumido como realidad ese diagnóstico, perdiendo la capacidad de reaccionar e intencionar respuestas efectivas.

Así, iniciativas temáticas específicas, ausentes de articulación y planificación, esperan dar respuesta e instalar una sensación de mayor confianza.

Desafíos urgentes

En este estado de cosas, parece esencial que los diagnósticos sean compartidos por quienes detentan el poder. Ese, a mi juicio, es el hito cero, pues esta vez el desafío es de mayor envergadura: significa repensar la institucionalidad y generar mecanismos reales de control ciudadano. Para ello, se requiere un proyecto político que pueda repensar y revitalizar una democracia que hoy se ve muy frágil.

Las próximas elecciones territoriales de alcaldes, concejales, consejeros regionales y gobernadores debieran marcar un hito en este sentido. Es la ciudadanía la que está convocada a decidir en su espacio quiénes lideren, gestionen y materialicen propuestas que les permitan vivir mejor. La línea de base está clara y los requisitos de probidad, integridad y compromiso con el rol público son mínimos urgentes.

 

 

Rossana Carrasco Meza[1]

[1]  Politóloga PUC, Magíster en gestión y Desarrollo Regional y local U. de Chile.

 

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Politóloga PUC, Magíster en gestión y Desarrollo Regional y local U. de Chile.

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