El escándalo Hermosilla: ¿Triunfo para la izquierda?
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La reciente filtración de los chats de Luis Hermosilla, que ya suman cerca de un millón de páginas, ha puesto en evidencia una realidad que no es nueva en la historia de Chile, particularmente en su historia reciente. Lo que estos mensajes revelan es una ligazón que ha sido constante entre los partidos de derecha, sus personeros y el poder económico. Este nexo, que en gran medida explica la estructura político-económica del país, ha sido una de las bases sobre las cuales se ha perpetuado un sistema profundamente desigual, cuyas características quedaron expuestas de manera dramática durante el estallido social de 2019.
En estos chats, se ven implicados nombres clave del establishment político chileno, incluyendo a figuras como Andrés Chadwick, exministro del expresidente Sebastián Piñera, quien se ha señalado en casos de tráfico de influencias, corrupción y favores políticos. Todo esto no hace más que subrayar la profunda conexión entre la élite política y el poder económico, una relación que, aunque conocida, rara vez es expuesta con tanta crudeza. La revelación de estos mensajes permite vislumbrar cómo se articulan las decisiones políticas a favor de los intereses económicos, perpetuando un sistema que, lejos de democratizarse, sigue beneficiando a unos pocos en detrimento de la mayoría.
Lo interesante es que este escándalo ha sido interpretado por algunos sectores, como el periodista Tomás Mosciatti de Radio Bío-Bío, como una oportunidad para el gobierno de turno, en particular para el Frente Amplio. Mosciatti, quien no suele ser afín al gobierno, planteó en uno de sus comentarios que, de alguna manera, este caso favorece a la administración actual, ya que permite desvelar una vez más el entramado de intereses que une a la derecha con el poder económico.[1] Para la izquierda, este escándalo puede ser leído como una validación de su crítica histórica al modelo neoliberal y a la alianza entre la derecha y las grandes empresas, crítica que estuvo en el centro de las justificaciones discursivas del estallido social.
En el trasfondo de este debate, está la cuestión de la meritocracia. La filtración de los chats de Hermosilla nos recuerda que, en un país con los niveles de desigualdad que tiene Chile, la meritocracia es poco más que una ilusión. Aunque el discurso oficial promueve la idea de que todos tienen las mismas oportunidades, la realidad es que los privilegios están concentrados en un pequeño grupo que mantiene una estrecha relación con los centros de poder. Este grupo, compuesto por empresarios y políticos, ha logrado capturar el aparato del Estado y utilizarlo en su beneficio, perpetuando un sistema que excluye a las mayorías y que garantiza que los poderosos mantengan su estatus.
El desafío, por tanto, no solo es desvelar estos nexos, sino capitalizar políticamente esta revelación. En este sentido, el gobierno ha comenzado a desarrollar un discurso más robusto en temas de seguridad, un área en la que históricamente la izquierda ha estado en desventaja. El crimen organizado y la delincuencia, que afectan de manera desproporcionada a las clases populares y trabajadoras, han obligado al gobierno a repensar su enfoque. Así, la administración actual ha logrado arrebatarle a la derecha el monopolio discursivo sobre la seguridad, un logro que no es menor en un contexto en el que este tema ha sido uno de los principales caballos de batalla de los sectores conservadores.
Este giro discursivo es significativo porque refleja un cambio en la orientación del gobierno. Tradicionalmente, la izquierda se ha centrado en temas de seguridad social y económica, pero ha descuidado la seguridad frente al delito, algo que afecta profundamente a las clases populares. El hecho de que el gobierno esté asumiendo este tema con más fuerza puede interpretarse como una respuesta a las demandas ciudadanas, que exigen no solo justicia social, sino también seguridad en sus barrios y calles. Este enfoque más integral puede, si es bien gestionado, fortalecer la posición del gobierno frente a una derecha que se encuentra en una situación complicada debido a los escándalos recientes.
Es importante reconocer que, aunque este escándalo pueda parecer un triunfo para el gobierno, también representa un desafío en términos de cómo se capitaliza políticamente. La derecha, particularmente la figura de Evelyn Matthei, se encuentra en una posición delicada. Matthei, quien ha sido parte de la generación de políticos de derecha que apoyó a Pinochet, representa una continuidad con el pasado. Su candidatura no trae consigo ninguna novedad y, de hecho, simboliza una derecha que, en muchos aspectos, no ha sido capaz de desvincularse de la dictadura ni de las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante ese periodo.
El caso Hermosilla también expone otra faceta importante de la derecha chilena: su relación con el neoliberalismo impuesto durante la dictadura. Este modelo económico, que ha sido celebrado por la élite empresarial y política de Chile, sigue siendo una fuente de orgullo para muchos sectores de la derecha, que han relativizado las violaciones a los derechos humanos en favor de una narrativa que prioriza el «éxito económico» del país. La creación de un empresariado orgánico, leal al proyecto neoliberal, ha sido uno de los grandes logros de la dictadura, un logro que se ha mantenido intacto hasta el día de hoy.
Un ejemplo claro de esta continuidad es el famoso inserto publicado en El Mercurio hace algunos años, donde un grupo de empresarios celebraba el 11 de septiembre como un hito crucial para salvar a Chile del comunismo. Este tipo de acciones demuestran que, aunque los tiempos han cambiado, las ideas que sustentan el modelo político y económico chileno siguen siendo las mismas. En este sentido, los escándalos como el de Hermosilla no son anomalías, sino más bien expresiones de un sistema que está profundamente arraigado en la historia reciente del país.
La derrota de la izquierda en la primera convención constitucional y el posterior triunfo del rechazo en el plebiscito de salida parecían haber dejado a la derecha en una posición cómoda. Sin embargo, casos como el de Hermosilla y la falta de renovación en el liderazgo de la derecha han puesto en evidencia que este sector político no ha logrado adaptarse a los cambios sociales que han ocurrido en Chile desde el estallido social. La candidatura de Matthei, en este contexto, no parece ofrecer una alternativa real a las demandas de una ciudadanía que busca algo más que el statu quo.
En conclusión, el escándalo de los chats de Luis Hermosilla es, sin duda, un golpe para la derecha chilena, pero también representa una oportunidad para la izquierda y el gobierno de capitalizar políticamente este momento. Sin embargo, esto no será fácil. La izquierda deberá articular un discurso coherente que no solo critique la relación entre la derecha y el poder económico, sino que también proponga soluciones concretas a los problemas que enfrenta el país. Chile sigue siendo un país profundamente desigual, subdesarrollado y centralizado, y la filtración de estos chats, aunque importante, no cambiará esta realidad por sí sola. La clave estará en cómo se utilice esta información para construir un proyecto político que logre canalizar el descontento y las demandas ciudadanas hacia un cambio real y profundo.
[1] Véase radio Bío-Bío https://www.youtube.com/watch?v=EfvIyMp_M4I
Fabián Bustamante Olguín.
Doctor en Sociología. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo.
Felipe Portales says:
Hablar de «la derecha» en Chile -como lo hace el articulista- es ignorar un hecho más grande que una catedral: Que desde 1990 se fueron constituyendo dos derechas en nuestro país. Una, la tradicional, que a través de la dictadura impuso un modelo neoliberal extremo inspirado en la doctrina de Chicago. Y otra, la concertacionista, que lo legitimó, consolidó y profundizó pacíficamente. A tal punto que -entre muchos otros reconocimientos de los derechistas tradicionales- tenemos las palabras del segundo de Friedman en la Universidad de Chicago, Arnold Harberger, que en 2007 expresó «que estuve en Colombia el verano pasado participando en una conferencia, y quien habló inmediatamente antes de mi fue el ex presidente Ricardo Lagos. Su discurso podría haber sido presentado por un profesor de economía del gran período de la Universidad de Chicago. El es economista y explicó las cosas con nuestras mismas palabras. El hecho de que partidos políticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena ciencia económica es una bendición para el mundo» («El País», España; 14-3-2007).
Serafín Rodríguez says:
Uno esperaría que alguien como don Fabián Bustamante Olguín, Doctor en Sociología y Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía de la Universidad Católica del Norte en Coquimbo debería estar debidamente informado sobre estos asuntos. Si no, ¿pa’qué hizo su doctorado si no fue para aprender a educarse e informarse?
Hugo Murialdo says:
¿Cuál izquierda?
Serafín Rodríguez says:
Mejor dicho, ¿qué izquierda?