
La fractura expuesta: el debate que desnuda al progresismo chileno
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El reciente debate del oficialismo no fue un cruce de programas: fue un espejo roto. No porque falten propuestas, sino porque lo que se quebró en pantalla fue una narrativa que el progresismo llevaba demasiado tiempo remendando con parches discursivos y sonrisas institucionales. En el centro de la escena, el choque entre Gonzalo Winter y Carolina Tohá no fue un accidente generacional: fue una colisión ideológica anunciada.
Tohá, con la soltura de quien lleva décadas administrando herencias ajenas, defendió sin complejos el legado de los 90. La transición, el crecimiento, la democracia tutelada que hoy se venera como éxito. Pero frente a ella, Winter hizo lo que muchos evitaban: dijo en voz alta que ese mismo legado que tanto se celebra es también el origen de las fracturas que hoy nos desangran.
“Valoro los avances democráticos, la baja de la pobreza y el crecimiento que se logró en los 90. Pero también reconozco lo que muchos prefieren callar: que esa década dejó una gran herida llamada desigualdad.” Con esa frase, Winter no solo incomodó a Tohá; incomodó a un sector entero que ha hecho de la nostalgia su programa y del posibilismo su ética.
Lo que irrita no es la crítica, sino su legitimidad. Que un parlamentario en ejercicio, desde la tribuna oficial, se atreva a nombrar lo innombrable: que las privatizaciones, las pensiones miserables y la educación de mercado no son solo legado de la dictadura, sino también de sus continuadores democráticos.
Winter no rompió la unidad. Rompió el silencio. Y eso, para una coalición acostumbrada a la armonía forzada, es un sacrilegio. Porque no se trata de historia, sino de proyecto. No se puede construir un futuro justo sobre un pasado que se niega a ser revisado.
El debate no fue un acto fallido. Fue una revelación. Y el progresismo, si pretende seguir siéndolo, deberá decidir si quiere seguir siendo una fuerza que pacta con su pasado o una que se atreve a reescribirlo.
La encrucijada no es entre radicales y moderados. Es entre los que se conforman con administrar y los que insisten en transformar. Lo que Winter puso sobre la mesa fue una pregunta incómoda pero urgente: ¿cuánto más estamos dispuestos a sacrificar en nombre de la gobernabilidad?
Porque la fractura está ahí. No la creó Winter. Solo tuvo el gesto de iluminarla con palabras. Y eso, en la política chilena, sigue siendo un acto de osadía.
Félix Montano
Felipe Portales says:
¿Progresismo?…