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Chahín: o la consigna pendeja

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Hace rato que el presidente de la DC, Fuad Chahín, viene tratando de explicar sus contradictorias, ambiguas y sospechosas posturas ante sus viejos aliados de la Nueva Mayoría. Su slogan reza más o menos así: “colaboración sin sumisión”, algo así como compromiso pero sin condiciones.

 

 

Esta frase suena casi brillante, de una ingeniosidad poco común, si no fuera porque es poco franca en su forma,  injustificable en su fondo e ingenuamente desastrosa en sus consecuencias.

 

La DC, como partido de centro, siempre estará tensionada por las dos corrientes fundamentales que existen en todos los centros políticos: una popular progresista y otra conservadora oligárquica. La famosa clase media-a la que dice representar la DC-, sufre de esa misma esquizofrenia, es decir que habitan en un mismo cuerpo dos almas: una  afín con los de arriba y otra  afín con los de abajo. Renovación Nacional, que también dice representar a la clase media, no sufre de esta dualidad, puesto que ideológicamente pertenece a la raza carnívora de la derecha pero se disfraza con las plumas engalanadas de los intereses más arribistas de la clase media.

 

La DC fue en tiempos de su formación hasta 1988 un partido de marcada afinidad y arraigo popular; de hecho el gobierno de Frei Montalva condujo la “Revolución en libertad”, que fue, para la época-  y para los parámetros actuales- una magna revolución social y contaba con poderosas organizaciones sociales, de trabajadores y campesinos.




 

Pero también es cierto que desde que se negocia con la derecha y las FF:AA. la transición democrática, la DC se compromete en una propuesta liberal-conservadora, anti progresista, más bien afín con un modelo económico social neoliberal extremo, como es el que impera en el país desde hace más de 40 años.

 

Con esta postura pro-empresarial y anti popular, la DC ha perdido caudal político y apoyo popular de manera peligrosa, pasando de ser la primera fuerza política a ubicarse en el tercer puesto y con tendencia a seguir descendiendo; ha perdido militantes de mucha relevancia y no logra manejarse con soltura en las pugnas internas. La corrupción le ha pegado casi bajo la línea de flotación y la nave parece hacer agua por múltiples boquetes.

 

Pero el problema de fondo de un partido como la DC está en que se quedó sin propuestas propias; carece desde los 70 de un discurso ideológico programático que le permita solventar una ubicación clara y distinta para el electorado nacional. Es por ello también que el voto juvenil le ha abandonado en todos sus niveles, pues los jóvenes son  atraídos por propuestas claras, desafiantes, novedosas y combativas. Nada de eso ha existido, solo “la medida de lo posible” que transita en una entente entreguista, secundaria,  subalterna al modelo impuesto en dictadura.

 

Ahora que la DC pierde terreno incluso antes sus aliados, inventa “el camino propio”, es decir el irse por la  libre, en una especie de rescate de una “identidad propia” que ya se borró desde los inicios de la transición y que ahora, con este juego imaginativo de  saca y daca,  cree poder instaurar una figura política distinguible, diferenciable y cotizable en el mercado circense de los malabarismos.

 

No logra comprender Chahín que la frase compromisos sin sumisión encierra una inocente falsedad, pues todos vivimos comprometidos y sometidos a algo o a alguien, sobre todo en política.  Nadie puede sentirse el dios de la libertad y de la independencia absoluta, seguidor del pensador Stirner (“El único y su propiedad”). Cuando uno se compromete, primero debe saber a qué se compromete, con qué se compromete y –necesariamente- contra qué se compromete.

 

Chahín cree descubrir la rueda de los posicionismos pragmáticos y no se da cuenta que está repitiendo lo que hizo la DC desde “la medida de lo posible” hasta el rescate de Pinochet en Londres y la “Cocina” en tiempos de Bachelet II. Ahora aprueban una reforma tributaria que es todo lo opuesto de la que aprobaron los mismos DC en el gobierno anterior, y lo peor es que  esa contra reforma consolida más los privilegios del 1% más rico, propuesta económica que se toman los carnet de las PYMES para meter la baza popular que no existe por ningún lado en dicha contra reforma neoliberal.

 

La DC de Chahín, de Arriagada, de Zaldívar, de Foxley, etc. no tienen idea de qué lado están- o lo saben demasiado bien-, por los hechos cargados a su iniciativa. Hablan de la gobernabilidad; pero eso no es estar de un lado, sino estar de prestado para lo funcional, no para lo determinante. Por eso votan de manera tan incomprensiblemente contradictoria; por eso sus posturas son confusas y güavinosas, y no recuerdan que, desde el Apocalipsis, a los indefinidos se les vomita, se les escupe, se le considera la peor lacra. No es que el mundo sea en blanco o negro, pero hay  definiciones que no pueden quedar en el limbo, o son o no son. Sobre todo en una sociedad, como la chilena, en que desde la dictadura se ha implantado un modelo extremadamente desigual y antipopular. Un sistema que ha hecho todo lo opuesto de lo que se hizo durante el gobierno de Frei Montalva.

 

Este sistema eliminó las organizaciones sociales intermedias, ha combatido la organización sindical, liquidó la reforma agraria, secuestró al Estado y sus empresas y luego las saqueó, para entregar el capital de todos los chilenos a manos de unos pocos amigos y luego a empresas foráneas; reprivatizó la riqueza minera y también liquidó toda la naciente empresas de bienes intermedios, de la cual Chile venía siendo exportador neto en el mercado Andino; privatizó la educación, abandonó la formación de los profesores y entregó al lucro el destino de los jóvenes más capaces de la sociedad, arruinando de paso a las familias modestas y de clase media, que debieron financiar la educación de sus hijos, con un gran sacrificio para sus patrimonios y su bienestar.

 

Chile ha llegado a ser una sociedad muy poco democrática y muy poco participativa; los sistemas electorales se han convertido en el juego siniestro de los especuladores y traficantes de la política, con escasa vinculación para con los ciudadanos, de los cuales más del 50% de ellos ni se molesta en votar, pues ya entendieron, desde hace tiempo, que es un deber inútil y una pantomima de los poderosos, útil sólo para sostenerse en sus privilegios.

 

Es cierto que los ingresos han mejorado en una transversalidad que se acrecienta casi a la verticalidad en la medida que se asciende en la escala de ingresos y se aplana casi a lo irrelevante en la medida que desciende por debajo del 40% de los menos favorecidos. Esta realidad asimétrica en extremo constituye un peligro para la estabilidad futura y para sostener el crecimiento a mediano y largo plazo.

 

El Estado ha quedado reducido a la mendicidad, teniendo que endeudarse para cumplir con una funcionalidad precaria y que se sostiene por debajo de la mitad de los gastos promedios de los países de la OCDE en el sector público. Siendo el gasto del Estado el gran factor que compensa las diferencias de ingresos y que ayuda a subsanar las deficiencias del sistema de mercado -tanto en los ingresos familiares como en la planificación económica de mediano y largo plazo, tan esencial para la competitividad moderna-  se puede comprender la tendencia a una desigualdad irracional y a un mal uso de los recursos excedentarios, en manos de una ínfima minoría, adicta, por demás, más a la especulación financiera que a la laboriosa producción, lo que nos hace ser un país dominado por el extractivismo, por el consumo y por las ganancias en los mercados bursátiles.

 

Estas  razones estructurales de un sistema que se vende como exitoso, pero que se sostiene sobre pies de barro, que no acredita competitividad moderna ni inversión de calidad reproductiva, ni siembra cultural para el futuro, son las que definen una posición razonada sobre lo que se apoya o se deja de apoyar; sobre lo que consolida esta estafa estratégica o la combate de frente. Eso es lo que la DC no ha logrado definir, pues se mantiene en el tránsito superficial de la política del día a día, lo que constituye una falta grave en política y una bobería como actor de un partido que antaño conoció otras definiciones mucho más audaces, inteligentes y nacionalistas.

 

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