Crónicas de un país anormal

El Brexit…”y te vas y te vas y no te has ido…”

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Para los que creían que sólo bastaba con pedir la aplicación del Art.50 de la Carta de la Comunidad Europea, la salida de la “pérfida Albión” ha demostrado que es muy difícil desafiliarse.

 

Las relaciones entre el Continente y la Isla nunca han sido muy buenas: Inglaterra  ha mantenido, hasta ahora, su moneda, la Libra Esterlina, y como les gusta diferenciarse en muchos aspectos, tiene medidas de peso  diferentes  a las de todo el mundo de distancia  millas en vez de kilómetros , por ejemplo, conduce a la derecha, y hasta poco sus leyes se imprimían en cuero de becerro; desde la gloriosa revolución y la decapitación del rey Carlos I, los Comunes deben cerrar la puerta del Parlamento en las mismas narices de la reina, cuando ella se digna visitarlos.

 

Charles De Gaulle,  que desde la guerra mundial desconfiaba de los anglosajones,  vetó  el ingreso  de  gran Bretaña a la Comunidad Económica Europea, y tenía toda la razón en  vista de lo que ocurrió después.  Los tratados de Maastricht y Lisboa no  sólo fueron ratificados con muchas condiciones, sino que Inglaterra se demostró descontenta con los Acuerdos Comunitarios.

 

Los isleños quieren recuperar soberanía respecto a los burócratas de Bruselas y determinar ellos mismos  sus políticas migratoria, pero  el problema es el tránsito entre la Isla y el Continente que, hasta ahora,  ha mantenido el euro-tren por el túnel del Canal de la Mancha, además de   los aeropuertos  y espacios aéreos, así como la supresión de visas para ciudadanos europeos y británicos.




 

Los británicos son originales y muy formales; el  speaker  de la Cámara de los Comunes, por ejemplo, es todo un personaje: ha llamado varias veces al orden al Primer Ministro actual, Boris Johnson, censurándolo por machista al no llamar por su nombre a una noble colega, y sus gritos pidiendo orden se han hecho famosos. Lleva diez años como speaker y la última vez tuvo que ser arrastrado por sus colegas a la presidencia  y usa corbatas muy ridículas  y coloridas.

 

Boris Johnson es otro de los singulares personajes de Gran Bretaña: nació en Nueva York, (y al igual que Trump con quien se compara a menudo, no solo por su desordenada cabellera rubia, sino también por su manera de actuar), y comenzó  como periodista The Time News y fue despedido por transmitir noticias falsas; posteriormente, fue alcalde de Londres y le correspondió organizar los Juegos Olímpicos. Como alcalde se conoce por sus locuras: construir un oneroso puente floreado y, además,  presentarse como hombre volador sostenido por un cable.

 

Johnson, como admirador e imitador de Winston Churchill, pretende seguirlo en el ahora cargo de Primer Ministro, y es autor de una buena biografía del famoso Primer Ministro.

 

En un comienzo de su carrera política era partidario de continuar en la Unión Europea, pero se dio vuelta la chaqueta a fin de poder convertirse en el líder del Brexit. Ya como Primer Ministro planteó que Gran Bretaña saldría de la Unión Europea a más tardar el 31 de octubre, con Acuerdo o sin èl. Desde ahora hasta septiembre, pero entre este mes y octubre habrá una Convención del Partido Conservador, por consiguiente, a lo mejor Johnson se puede salvar de un voto de desconfianza obligándolo a disolver los Comunes y convocar a elecciones, como lo desea el Partido Laborista.

 

Theresa Mayer tuvo que enfrentar tres rechazos a sus Acuerdos a la Comunidad Europea por parte de los Comunes, ganándose el desprecio tanto de los partidarios del Brexit, como de los contrarios.

 

 Como dijimos al comienzo, la salida de la Comunidad Europea no es fácil, pues hay que considerar que el mercado europeo abarca 500 millones de personas, contra sólo 66 millones de Gran Bretaña  y que en la “pérfida Albión viven tres millones de europeos, y en el Continente, un millón de ingleses. Los economistas prevén que Inglaterra perdería tres puntos del PIB y sufriría una recesión de tres años y que la libra estaría debajo del dólar, (hay que considerar que la libra llegó a duplicar el dólar).

 

Gran Bretaña está compuesta territorialmente por dos islas: en la primera conviven Escocia, Gales e Inglaterra, en la segunda, Irlanda, a su vez dividida en dos países, la República Irlandesa e Irlanda del Norte, (esta última perteneciente a Gran Bretaña). Hasta el Tratado del Viernes Santo, de 1998, que puso fin al combate entre los republicanos católicos y los unionistas protestantes, costó muchas vidas humanas – por lo demás esta lucha era más política que religiosa -. Hasta ahora han co-gobernado en conjunto los unionistas con los nacionalistas republicanos irlandeses del Partido SINN FEIN. De separarse Gran Bretaña de la Unión  Europea habría que reponer la frontera que separa la República Irlandesa de Irlanda del Norte, que actualmente sería la frontera entre la Unión Europea y Gran Bretaña. En el último plebiscito los irlandeses del Norte votaron por permanecer en la Comunidad Europea previendo lo que ocurriría al separarse.

 

Irlanda del Norte ha propuesto una salvaguardia de producirse el Brexit, que debe ser respetada tanto  por la Unión Europea como por Gran Bretaña: una frontera dura arriesga con un retorno de la lucha político-religiosa entre unionistas y nacionalistas, y que arruinaría económicamente a Irlanda del Norte; los nacionalistas proponen, como lo han hecho antes, la unión de las dos Irlandas, bajo la forma republicana.

 

En medio de ese conflicto, el ahora Primer Ministro, Boris Johnson, hace caso omiso de la salvaguardia irlandesa.

 

En Escocia, la mayoría de los ciudadanos, en el plebiscito, acordaron continuar en la Comunidad Europea. Es muy posible que la Primera Ministra de Escocia vuelva a llamar a un referéndum por el cual, seguramente, los escoceses decidirían la independencia de Gran Bretaña.

 

En Gales, cuyos ciudadanos votaron a favor del Brexit, también comienzan a desarrollar un poderoso movimiento nacionalista, que podría conducir a la separación de Gran Bretaña.

 

De la longevas reina Victoria hasta Isabel II, el “león” británico ha perdido sus dientes y sólo le quedan sus rugidos, a los  nadie ya quiere escuchar: está lejos de ser el imperio de antaño, y no le queda más que someterse a sus ex colonias, Estados Unidos e India – esta última, a punto de convertirse en la cuarta potencia mundial -, y el mercado de la Comunidad Británica no es igualable a la poderosa Unión Europea.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

05/08/2019                                                                                                                     

 

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