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Un Brexit duro conlleva un peligro global

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La primera semana del gobierno de Boris Johnson –un mentiroso y narcisista irresponsable, tan descalificado por su carácter para ser primer ministro británico como Trump para ser presidente de Estados Unidos, en opinión de Timothy Garton Ash (El País, 28/8/19)– hiló reveses sucesivos para su causa, su partido y él mismo. Estuvo, además, cargada de presagios que apuntan –con el Brexit duro el 31 de octubre, queJohnson ha ofrecido– a una debacle económica y a una crisis política que comprometería la unidad del reino. Más allá de las islas, una salida sin acuerdo es un factor negativo para la continuidad de la débil reactivación económica global. (El otro riesgo recesivo es la guerra comercial China-EU, que Trump acaba de complicar con una oleada arancelaria más.) No se trata, empero, de acontecimientos inevitables. Una elección general previa a esa fecha, que conduzca a un segundo referendo con la opción de permancer en la Unión Europea, constituye la mejor fórmula para sortear los peligros inmediatos y las amenazas de más amplio alcance en el Reino Unido y Europa. A escala global, todo mundo debería tomar nota de los señalamientos del presidente saliente del Banco Central Europeo y preparar los paquetes de acciones anticíclicas y de estímulo a la actividad y el empleo –incluyendo acciones innovadoras, como la provisión de efectivo a los consumidores para estimular la demanda– que deberán aplicarse más pronto que tarde.
 

La primera reacción de un electorado británico, en el condado galés de Brecon y Radnorshire, fue rechazar sin miramientos al Partido Conservador –cuyos miembros impusieron a Johnson como jefe de gobierno sin mediar consulta electoral alguna más allá de su propio partido–. En B&R los liberal-demócratas reunieron 44 por ciento de los votos, hundiendo a los demás contendientes, incluidos los partidarios del Brexit, y reafirmaron su posición como fuerza política en ascenso, gracias a su consistente rechazo de una salida catastrófica y su apoyo a un segundo referendo. Tras tres años de titubeos e incertidumbre, esta actitud parece estar por convertirse en la posición mayoritaria de los parlamentarios de los diversos partidos y del conjunto del electorado.

 

Durante los escuálidos debates entre los aspirantes al liderato conservador, Johnson sostuvo que lograría sin mayor dificultad un nuevo acuerdo de salida con la Unión Europea, para evitar la cláusula irlandesa (backstop) negociada por May y rechazada tres veces en los Comunes, y alejar así el fantasma de una unión aduanera con la UE, inaceptable para los eurófobos. Con esos alegatos, ignoraba la sólida oposición europea a la reapertura de las negociaciones con el gobierno británico, que ha perdido toda credibilidad. Quizá por ello no ha tardado en desdecirse. Su delegado en Bruselas, David Frost, ha puesto en claro que el escenario central del nuevo gobierno británico es salir de cualquier manera el 31 de octubre. En Bruselas, Frost ha pedido concentrarse en discutir qué podrá hacerse después de esa fecha para configurar una nueva relación bilateral entre el Reino Unido y la UE, como entidades por completo separadas. En Londres, Johnson y Dominic Cummings –su principal asesor– han indicado a todos los ministerios que deben intensificar los preparativos para una salida sin acuerdo y han destinado partidas prespuestales ad hoc para financiar esas actividades. (Véanse las ilustrativas notas que The Guardian y el New Statesman han dedicado a estos indescifrables enredos a lo largo del verano.) En el supuesto de que resulte inevitable convocar a elecciones generales –en caso, por ejemplo, de perder un voto de confianza– Johnson desea asegurarse que tal elección se realice después del 31 de octubre y, naturalmente, está seguro de ganarla con holgura.

 

A principios de esta semana, James Corbyn –el líder laborista, que había dejado pasar tantas oportunidades e incurrido en tantos titubeos– formuló una declaración –recogida por The Guardian (5/9/19)– que conviene reproducir: (Los laboristas) haremos todo lo posible para evitar una salida sin acuerdo, incluyendo llamar a un voto de confianza en el primer momento apropiado. El primer ministro intenta, para hacer aceptable la falta de acuerdo, eludir al Parlamento y eludir a los británicos. La falta de acuerdo tendría severas consecuencias para los precios de los alimentos, para los suministros de medicinas, para el comercio y para la inversión. La falta de acuerdo nos conducirá al tipo de arreglo comercial que Donald Trump desea establecer con Boris Johnson. No es aceptable. Haremos todo lo que podamos para evitarlo.

 

Este parece ser el rumbo que adoptarán los parlamentarios (y los ciudadanos) partidarios de que el Reino Unido permanezca en Europa y también los partidarios de una salida razonablemente negociada: rechazar un Brexit duro y definir un mandato renovado –tras la debacle acumulativa de Cameron, May y Johnson– en una pronta elección general.

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