Crónicas de un país anormal

“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, en ese claro oscuro surgen los monstruos”

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El gran aporte del filósofo alemán Spengler consiste en entender las civilizaciones como un proceso biológico, que tiene nacimiento, crecimiento, madurez y muerte, o bien aplicado a las estaciones: invierno, primavera, otoño y verano. Spengler era radicalmente pesimista con respecto al destino de Occidente, que terminaría dominado por el imperio del dinero y de la tecnología, y por la civilización que, en definitiva, acabaría por aniquilar la cultura.

Cuando una época está a punto de morir, quienes viven la agonía no logran visualizar la muerte ad portas, en cambio, quieren vivir como siempre lo han hecho y se apegan a los ritos ancestrales, (el Presidente Piñera, por ejemplo, no es que sea tonto, sino que no puede ver la realidad de los chilenos de a pie, pues nunca ha convivido con ellos, por consiguiente, “no los siente como el legítimo otro” – como diría Humberto Maturana -, y sólo los ve, abraza y besuquea en cada campaña en que requiere de sus  votos).

Sería muy cruel pedir a Piñera y a su mujer, Cecilia Morel, que abandonen a sus compañeros y amigos de colegio y de universidad, que ha abarcado la mayor parte de su vida; podrán reemplazar el fino canapé por una completada de tiempo en tiempo para pagar el tratamiento de alguna subordinada, sin embargo, en las ocasiones en que hay que tomar grandes decisiones, preferirán la compañía de amigos de toda la vida, (Cristián Larroulet, Felipe Larraín, los primos Chadwick, incluso, a su hermano Miguel, para que lo haga reír), pues a los casi 70 años es muy difícil que una persona pueda cambiar, y lo máximo que se puede pedir a esa edad es que conviva con ministros más jóvenes, (Ignacio Briones, Gonzalo Blumel, Karla Rubilar…)

Así Sebastián Piñera se dé cuenta de que está en el suelo, su orgullo, agravado por el narcisismo, le impide aceptar que se ha equivocado; es tan poco humilde que cuando pide perdón pareciera que lo hace en nombre de sus colaboradores y no de él mismo.




En la decadencia del imperio neocolonial chileno ninguno de sus actores, que nos han llevado a la ruina, se siente culpable: Frei Ruiz-Tagle, que regaló las sanitarias y privatizó el agua, aún cree que gobernó muy bien; Ricardo Lagos, que implementó el CAE, y trató de convertir en cristiana a la Constitución de Pinochet; José Miguel Insulza está convencido que el hecho de salvar a Pinochet, en Londres, fue una hazaña patriótica.

Si recordamos la época de la decadencia del imperio romano nos damos cuenta de que ocurría algo similar: jamás nadie pensó que, de la noche a la mañana, una tan fina y sutil cultura y civilización iba a ser salvada por los discípulos del hijo de un carpintero que, para más remate, había sido crucificado. El famoso escritor Celsio relata que los primeros cristianos eran tenidos por caníbales, (se comían el cuerpo y la sangre de ese santo varón), además de ser muy económicos, y no se hacía necesario aportar un toro para ingresar al culto, pues bastaba sólo pan y vino. Doña Victoria Subercaseaux, cuando su marido, Benjamín Vicuña Mackenna estaba a punto de morir, acudió un cura católico para administrarle los últimos sacramentos, le dijo que cómo “iba a comparar a mi Benjamín con un ´patipelado de Nazaret´”.

La expresión “Chile cambió” se ha convertido en un lugar común: como nunca antes los matinales que antes eran faranduleros, hoy dedican mañanas enteras a recitar el rosario sobre los abusos en el precio de los remedios, de cuánto roban las Isapres y las AFPs, las farmacias, de cómo los delincuentes de cuello y corbata se les castiga sólo con clases de ética, de ancianos que no les alcanza el mísero sueldo para subsistir; hoy rostros muy bien pagados de la tele se muestran más empáticos y compasivos que el mismo Padre Hurtado, (Tonka Tominic y hasta Kenita Larraín nos impresionan con su ahora manifiesta sensibilidad social y tierno cariño por los pobres).

El sociólogo Alberto Mayol recordaba que los ricos y millonarios siempre destinan una parte de su fortuna a fundaciones, sin fines de lucro, que ayudan a personas maltratadas por la vida, (es de buen tono que quienes tienen más se preocupen por los desvalidos), pero el único millonario Harpagón Piñera sólo crea fundaciones en favor de sus hijos, nietos y parientes; si tuviera un mínimo de empatía qué le costaría el uso de una cadena nacional para anunciar que estaría dispuesto a destinar una parte de su inmensa fortuna para curar los ojos de más de doscientas personas con traumas oculares, efecto de los perdigones disparados por los carabineros, así como reunir a un grupo de sus amigotes potentados para que financiaran a aquellas Pymes que den más empleo a los chilenos, y por último, si no puede y no quiere superar la avaricia, por qué no mostrar un cheque con algunos millones de dólares y que, con artimaña de un simple elástico, volviera nuevamente a su bolsillo.

Cuando los grandes imperios se hunden los ejércitos mercenarios tienden a venderse al mejor postor, y la mejor manera de mantenerlos fieles es permitirles un suculento saqueo, tal como lo hizo el dictador Pinochet, (al dar la orden de matar a los chilenos les ofrecía jugosos premios a los torturadores).

La zanahoria y el garrote siempre han dado éxito, pero Piñera no comprende algo simple como el contenido de esta máxima: si usa medidas coercitivas, (su idea de sacar militares a la calle, por ejemplo), debieran ir acompañadas con zanahorias, es decir, una jubilación mínima de 500 mil pesos mensuales , una dotación mayor de especialistas en hospitales públicos y una rebaja substancial en los medicamentos, en síntesis, que la plata estuviera a disposición de los hogares, como se dice en Chile, “guatita llena, corazón contento”.

La única manera de detener la depresión que viene después de la peste es que el Estado invierta una importante cifra de millones de dólares en la solución de los problemas sociales, que ya se arrastran por más de 30 años; para financiar esta inversión hay dinero, por ejemplo, destinar un porcentaje de las reservas, un impuesto a las transacciones financieras, una ofensiva a la evasión de dólares hacia los paraísos fiscales, un aumento substantivo del royalty para las materias primas, (a imitación de la Bolivia en la era Evo Morales), creación de un empresa mixta con alemanes y chinos, a fin de dar valor agregado al litio en la construcción de baterías y electro-movilidad.

Según Gramsci, cuando los viejos tiempos no mueren y los nuevos aún tardan en llegar, por desgracia, aparecen los grandes monstruos, Los jinetes del apocalipsis.

Leer

Spengler  Oswald

La decadencia de occidente Austral

Toymbee Arnold Estudio de la historia Alianza editorial

Toymbee  Arnold  El crisol del cristianismo Alianza editorial

J,J Hobsbawm Historia del siglo XX Mondadori

Erih Kahler Historia universal del hombre  FCE

 

 

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

26/11/2019

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