Crónicas de un país anormal

La segunda venida del “Mesías” Longueira en gloria y majestad

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Para conocer a fondo las razones  del regreso de Pablo Longueira es preciso remontarse al milenarismo, (doctrina teológica la cual sostiene que Jesús vendrá por segunda vez a gobernar por mil años). En Chile, el mejor cultor de esta escuela teológica fue el Jesuita Manuel Lacunza Díaz, español y residente en Chile, que escribió su mejor obra – a mi entender – La segunda venida de Cristo en gloria y majestad. Lacunza, (1731-1801), la escribió coincidiendo con la expulsión de los Jesuitas de España y sus colonias, y publicada póstumamente en Cádiz, (1812), junto con la Constitución liberal de España, (llamada La Pepa).

La Independencia de Chile no se llevó a cabo en 1810, como nos enseñado los profesores de historia a través de los años, pues la verdadera disputa que llevó a la guerra civil podríamos ubicarla en sus raíces, en 1767, con la expulsión de los Jesuitas. En el fondo, fue una controversia entre el masón Conde de Aranda, ministro de Carlos III, y los Jesuitas expulsados. Si el patriotismo es el amor a la tierra, Manuel Lacunza, el genial teólogo obtendría el primer lugar: sus relatos, por ejemplo, sobre las “sopaipillas” son tan brillantes, como sus reflexiones teológicas.

Volvamos a la actualidad en Chile: a los líderes de la UDI se les llama “coroneles” y, para ser más exacto, podríamos denominarlos “cardenales” pues, en esencia, mezclan el integrismo católico con el militarismo, y en el “cielo” de la UDI hay un dios, Jaime Guzmán Errázuriz, cuyo profeta y propagador de su doctrina en la tierra era Pablo Longueira, que traía la “buena nueva” a los cardenales Juan Antonio Coloma, Hernán Larraín, Andrés Chadwick, y si se prefiere, a pesar de su apellido de clase media, a Iván Moreira.

La teología de la UDI tiene también una “sagrada familia”: Joaquín Lavín, (san José, Evelyn Matthei, la virgen María y Pablo Longueira, el mismísimo Jesús), y una “trinidad, (dios-padre, Augusto Pinochet; su hijo, Jaime Guzmán; y el Pablo Longueira, con el iluminador espíritu santo).




De la biografía de Longueira se sabe de su juventud cuando lanzaba piedra contra la caravana de Edward Kennedy, que se había atrevido prohibir la venta de armas a Pinochet, el dios de los ejércitos. Posteriormente, bajo la luz del espíritu santo, consagró su vida a salvar a los pobladores del “engaño comunista”, tratando de convencerlos de que la UDI era mucho más protectora de los pobres que los “pérfidos y satánicos comunistas come guaguas”.

El momento para la UDI estaba por llegar: el cardenal Joaquín Lavín cambió, hacia fines del siglo XX, el eje de la disputa política, pues ya no se trataba de votar por el SÍ o por el NO a Pinochet, (que condenaba a la derecha a ganar siempre por secretaría), sino que la discusión estaba en elegir entre El Cambio, ofrecido por Lavín, o bien la propuesta mesiánica (de largo plazo), de Ricardo Lagos Escobar. Poco después, Lavín creía tener asegurada la presidencia de república, pero, sorpresivamente, irrumpió en el escenario político Sebastián Piñera Echeñique.

En ese entonces, el “mesías” Longueira tomó el liderazgo de la UDI: se mostraba como un gran estratega y un hombre de diálogo, y como las diferencias no eran tan profundas entre el pragmático gobierno del líder socialista y la ideológica UDI, se prestó para salvar al gobierno de Lagos mediante “fatal” pacto político, cuyas consecuencias las estamos padeciendo hasta hoy con la mezcla entre la política y el dinero, convirtiendo a los ministros, congresistas y demás jefes políticos en lacayos de los empresarios. Los operadores políticos no se limitaban sólo a usar las corbatas italianas, regaladas por sus jefes cuando ya su ropero estaba saturado, sino que también eran buenos y leales juniors de los dueños de Chile.

En esos tiempos aparecieron los auto-complacientes, y al constatar que Logueira era tan “bueno para el diálogo” se dispusieron a pensar que no sería mala idea un gobierno de “unidad nacional”, o como dice Lavín, “uno de convivencia”. Al fin y al cabo, el mercado los cobijaba a todos.

Durante el primer gobierno de Sebastián Piñera Longueira criticaba al Presidente por carecer de “un relato”, y logró instalar a los políticos en el gabinete en reemplazo de los chiquillos técnicos de la U. Católica y de las chiquillas de las monjas francesas.

A finales del gobierno de Piñera la derecha estaba por los suelos: el candidato Laurence Golborne, quien de origen humilde pasó a gerente y, luego, a candidato presidencial, fue descubierto con dineros en las Islas Vírgenes y, obligado a renunciar; sólo quedaban dos candidatos: Pablo Longueira y Andrés Allamand, con el triunfo de Longueira, que luego se vio forzado a renunciar a su candidatura debido a un cuadro depresivo, y lo reemplazó, Evelin Matthei. En lo sucesivo, el mentado “mesías” fue acosado por la Prensa y la justicia, teniendo que responder por graves acusaciones, entre ellas de cohecho y delitos tributarios.

A diferencia de Jesús de Nazaret, Longueira no se retiró al desierto, sino a las boscosas tierras de la región de la Araucanía. No sé si sería el demonio, o bien, su ambición de poder el que lo ha reconducido a la arena política, pero con una nueva apariencia, una canosa barba hirsuta y una tintura que le va muy bien, lo cierto es que Longueira nos anuncia un nuevo evangelio, consistente en convocar a sus apóstoles y fieles servidores a votar, por ejemplo, a favor del APRUEBO y, incluida una Convención ciento por ciento elegida, él se postularía por la comuna de San Bernardo.

La idea de este estratega es bastante inteligente si la política fuera estática y los electores no fueran como “la mujer es móvil como una pluma al viento…”. No es preciso ser un gran estratega o analista político para captar que la Concertación está muerta y que la centroizquierda no cuenta con ningún candidato que valga la pena. Es muy fácil rendir alabanzas a los cadáveres, y Longueira lo está haciendo a la perfección, al expresar que los cuatro gobiernos de la Concertación fueron los mejores de nuestra historia.

En política, el vacío no existe, y los muertos lo hacen para siempre que es, precisamente, el gran descubrimiento de Lavín y de Longueira: el primero se llama a sí mismo “socialdemócrata” y, el segundo, sueña con ser líder de la caterva de reaccionarios que han renunciado a la Democracia Cristiana, (los Martínez-Alvear, los Aninat, la Aylwin, los Ravinet…), que ahora sólo aglutina a siúticos, reaccionarios y arribistas.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

03/09/2020

 

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