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La inversión de los derechos humanos

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Sí. Los derechos humanos, tenemos que entenderlo, no son cosas; tampoco son abstracciones o decretos y leyes.  Los derechos humanos refieren a  sujetos, a personas, a  los vivientes, sean también naturaleza o animales. Se refieren a la vida y sus posibilidades de vida y han sido obtenidos siempre gracias a la lucha social y política. No son una dádiva de las elites de poder. Al mismo tiempo son un campo de batalla.  Con la imposición del globalismo y su ideología del neoliberalismo y de la mercantilización ampliada,  pues se produce -como también lo dicen importantes pensadores- una inversión de los derechos humanos. Y esto, que podría parecer una mera discusión teórica, tiene importantísimo impacto en las sociedades y su gente en el día de hoy y, quizá mañana también, si no hacemos algo.

Esa inversión lleva a considerar que hay entidades, cosas, instituciones, o prescripciones, que tienen que ser considerados como prioritarios en  “sus”  derechos,  en  relación al propio sujeto, a las personas, a sus vidas, o a la vida de la naturaleza.

Parece extraño a primera vista, pero es lo que ha venido sucediendo desde la imposición de la ideología neoliberal y la sacralización tanto de las leyes del mercado como de una idea de democracia dicha liberal o representativa.  Usted fetichiza el mercado y sus dioses; la propiedad privada de lo que sea, del dinero, de las cosas mismas. O, usted fetichiza la idea de democracia procedimental, su ley, su orden público, su expresión represiva, y tiene entonces un conjunto de ídolos y fetiches que pasan a encubrir la importancia central que tiene para la Carta Internacional de los Derechos humanos y otros documentos similares, el sujeto vivo, las personas, las comunidades, y también, la propia naturaleza. ¿Se  fija mi estimado lector y lectora? Ahí está la inversión funcionando.  Es decir, estamos convirtiendo en sujetos de derecho a cosas y bienes que no son ni sujetos ni personas, ni  tampoco  entidades vivientes.

Cuidado. El término “inversión” alude a distintas realidades. Por cierto, no estamos hablando de la inversión en sentido económico-financiero; de “invertir” en determinado negocio o empresa.  Sino en el sentido de poner de cabeza las cosas;   ponerlas del  revés. Claro no solo eso. Porque ese acto o gesto de invertir el sentido y significado de algo, tiene consecuencias. El fetichizar, o convertir algo en ídolo o fetiche es o representa el culto hacia algo que nosotros mismos hemos creado que, después, se convierte en algo que nos somete; en vez de reconocernos a nosotros mismos en ese acto creador y ponerlo en el lugar que le corresponde y modificarlo si es necesario.




Por eso es tan importante el fenómeno de la inversión en el uso del lenguaje, en este caso referido a los derechos humanos. Las instituciones son mediaciones creadas por nosotros mismos;  el derecho, las leyes, el mercado, el dinero, el trabajo como mercancía, todas son creaciones nuestras, y no dioses bajados ex machina naturales y  destinados a someternos. No tenemos que confundir la vida con los objetos o cosas; la experiencia con los artefactos, o los sentimientos con la sumisión o el renunciamiento.

Entre nosotros, F. J. Hinkelammert   hace una contribución esencial respecto a estos temas. Porque nos pone en alerta respecto al tema que estamos exponiendo y sus paradojas. Hoy, como nunca, todo el mundo alude a los derechos humanos, y se los quiere apropiar para justificar acciones y decisiones. Las  grandes empresas, los bancos, los medios, los gobiernos, los partidos políticos, hablan de derechos humanos. Sin embargo, como hemos comentado más arriba, el problema actual es su inversión. Es decir, el traspasar la condición de sujeto de derechos a entidades creadas por nosotros mismos y que,  de  esta  manera, se colocan por sobre nosotros y nos determinan. Desde el punto de vista de las elites de poder, de las transnacionales, sean empresariales o  bancarias,   los derechos humanos de seres humanos vivos y corporales, de comunidades y de la misma naturaleza, sus reclamaciones, representan “distorsiones del mercado”.  Por tanto, lo que hay que hacer es eliminar o subordinar los derechos humanos a nombre de los derechos del capital y del mercado. Por eso, entre otras cosas, no pueden considerarse tales los derechos sociales o los derechos de pueblos originarios o de la naturaleza. Exigirlos, demandarlos, como estamos haciendo en el país, supone para las  elites  “distorsionar” el funcionamiento del supuesto “libre” mercado. La vida queda subordinada al capital pues.  Y así es como nos va con esta epidemia actual también.

En la estrategia de globalización neoliberal se trata de colocar como derechos humanos  los derechos, por ejemplo,  de empresas como Microsoft, Toyota, General Electric, Enel, Aguas Andinas, etc.  Hay que eliminar las “distorsiones” del mercado   y junto con ello, por tanto los derechos humanos de personas  corporales ,  o de las comunidades originarias o de la misma naturaleza. Esta situación queda reflejada en lo que está sucediendo en nuestro país desde el estallido social de octubre del año pasado.  El estallido   social mismo, sus expresiones y reclamaciones son, obviamente, distorsiones del mercado neoliberalista. Y, por ende, tiene que ser tratada como tal: como una “amenaza” al modelo .   De allí entonces, la represión indiscriminada que permanece hasta el día de hoy y con la cual no se ha hecho justicia a los ciudadanos que la han sufrido en carne propia.  Por ejemplo, el trato que la razón de estado elitaria ha dado y sigue dando a los pueblos originarios, en particular, al pueblo mapuche. Pero no solo eso.  También referida a la represión brutal: más de 30 fallecidos; miles que se vieron atropellados y humillados en su dignidad. Miles de presos.  Tenemos que reflexionar: ¿las luminarias, el pasto de una plaza, sus jardines, las vitrinas, o  semáforos,  el  “orden establecido” (acorde al neoliberalismo)   tienen más valor que la vida de ciudadanos que protestan?  ¿ Quiénes  le devolverán la vista mutilada o perdida a más de 400 personas? ¿Carabineros,  el Poder Judicial, los empresarios, la propiedad privada ?  El actual Intendente usa esta inversión para continuar con la represión (niño lanzado al Mapocho )  y la cárcel para muchos de esos manifestantes. Claro,   ¿todo esto en nombre de qué?  Del modelo neoliberal imperante , y su idea de orden público, propiedad y legalidad que favorece al 1% de la población.   Hay que entronizar el castigo y el miedo -esa es la base de su poder-para todos aquellos que consideran que sus condiciones de vida son  injustas.

Sin embargo, al mismo tiempo, es bueno que usted recuerde el caso Penta-Soquimich;   la corrupción en el caso de la colusión de las farmacias;  lo sucedido con  los responsables del asesinato de Camilo Catrillanca  en el Sur; con los desfalcos del mismo cuerpo de Carabineros o los sucedidos en el Ejército. O de aquellos que han eludido por años pagar sus impuestos.  Por nombrar solo algunas situaciones.  Pregúntese e indague: ¿Dónde  están los responsables de todos esos hechos luctuosos?   ¿ Están  en prisión preventiva efectiva? ¿Están pagando con cárcel sus actos? ¿De quiénes son entonces los derechos humanos,   estimados lectores y lectoras?.

Quizá sería útil releer un párrafo del preámbulo de la Declaración de  Independencia  (1776) -escrita por T. Jefferson y B. Franklin- que dice:

“Consideramos que las siguientes verdades son evidentes por sí mismas: todos los hombres han sido creados iguales; el Creador les ha conferido derechos inalienables; los primeros de estos derechos son: el derecho a la vida, del derecho a la libertad, el derecho a la felicidad (…) Para garantizar el disfrute de estos derechos, los hombres se han dotado de gobiernos cuya autoridad pasa a ser legítima por el consentimiento de los administrados. Cuando un gobierno, sea cual sea su forma, se aleja de estos objetivos, el pueblo tiene derecho a cambiarlo o a abolirlo, y a establecer un nuevo gobierno que se base en estos principios , organizándolo en la forma que le parezca más adecuada para que le ´procure seguridad y felicidad”.

 

Por Pablo Salvat

 



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