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Escándalo, es un escándalo

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El diccionario de la RAE, en su segunda y tercera acepción define escándalo como: “Hecho o dicho considerados inmorales o condenables y que causan indignación y gran impacto públicos. Desenfreno, desvergüenza, mal ejemplo” La Historia, al menos hasta hace poco, contenía cada tanto,  sucesos que precisamente por su contenido inmoral o condenable producían un escándalo. Desde luego la calificación de ‘inmoral’ o ‘condenable’ guarda directa relación con los guardianes del establishment, por una lado y por sus impugnadores por el otro. Tan escandalosos eran que quedaban en la historia del país e incluso lo trascendían. Solo como ejemplo de los muchísimos que podrían enumerarse, recordaremos algunos.

Una mañana de octubre de 1517 un profesor de teología llamado Martin Lutero clavó en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, sus 95 tesis en las que argumentaba lo que él consideraba prácticas abusivas de la Iglesia, al vender indulgencias para reducir los castigos por los pecados en el purgatorio. Fue un escándalo monumental, telúrico, cismático. Su onda expansiva alcanzó toda Europa y sus confines, su efecto perduró por siglos.

Alfred Dreyfus era un capitán de artillería del ejército francés, de origen judío. En 1895 fue acusado falsamente de espiar para Alemania. El alto mando del ejército se coludió para manipular las pruebas y Dreyfus fue condenado a cadena perpetua. Entonces se publicó en la prensa la famosa denuncia de Émile Zola, escritor que estaba a la sazón en la cumbre de la fama, y que  en forma de carta al Presidente de la República tituló “Yo acuso”. Estalló un escándalo de proporciones, que remeció a la sociedad francesa. La denuncia de Zola no solo demostraba la falsedad de la acusación contra Dreyfus, ponía en entredicho la rectitud moral del Ejército y la fiabilidad de la administración de justicia en Francia. El escándalo se extendió por años y obligó a un nuevo juicio, fue seguido con expectación por toda la prensa de la época. El “Yo acuso” marcó una inflexión en la postura de escritores e intelectuales frente a la política y la sociedad en la que viven.

Todos recuerdan hasta hoy el escándalo de Watergate, que por estas fechas cumple 50 años, y que concluyó con la primera renuncia de un presidente en ejercicio de los EE.UU, Richard Nixon en 1974. La trama que se inició en 1972 por un incidente aparentemente menor, creció gracias a la dedicación que la prensa le tributó y que develó una red de mentiras, malversaciones y corrupción en el corazón mismo del poder en los EE.UU. La renuncia del presidente y su posterior indulto por el vicepresidente Ford asumido como presidente, terminó con la inocencia de la ciudadanía norteamericana respecto a la pureza de sus instituciones y gobernantes. El escándalo fue seguido por todas la prensa internacional y hasta el día de hoy se emplea en todo el mundo el sufijo “gate” para nombrar escándalos que surgen por aquí y por allá, Chile incluido por cierto; “carmengate”, “pacogate”, “milicogate”, etcétera, etcétera.




Pero hoy, qué duda cabe, ya nada nos escandaliza como sociedad. Que un presidente de EE.UU.  en ejercicio llame a sus huestes a tomarse el Capitolio para desconocer su legitima derrota electoral es asombroso, pero no un escándalo para una buena parte de esa sociedad, que incluso después de eso y aun teniendo 4 procesos y 48 imputaciones en la justicia lo sigue queriendo para que los dirija como máxima autoridad de la nación. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué cambio estructural, antropológico, está operando en nuestra sociedad? Los ciclos históricos son muy largos. Hace más de 170 años que Marx, en los albores de la Revolución Industrial, acuñó la famosa frase que ‘todo lo sólido se disuelve en el aire’. ¡Cuánto tiempo llevamos en eso! El capitalismo industrial inicial era de baja intensidad y principalmente producía para satisfacer necesidades. Con su evolución -tecnología mediante- devino en un capitalismo de alta intensidad donde principalmente se produce para satisfacer deseos (o ‘sueños’, como nos dice a diario la publicidad) Y los deseos, a diferencia de las necesidades, son ilimitados. Por otro lado, el consumo es siempre individual, personal y es de un ciclo muy corto. Se toma y se deja, se adquiere y deshecha, todo a una gran velocidad. Y todo es factible de consumirse: vestuario, comida, vehículos, películas, música, política y, naturalmente, personas. Tenemos completamente naturalizado el concepto de ‘capital humano’. Capital es dinero, y humano es personas. ¿Personas transformadas en dinero? Tal cual. Así, la vida colectiva que nos acompañó por miles de años comenzó a disolverse en un individualismo utilitario cada vez más acentuado, donde el escándalo societal cada vez era menos posible porque nada común era amenazado. Pero lo que ni Marx, ni Adam Smith, ni Ricardo ni ningún pensador de los inicios del capitalismo liberal industrial pudo imaginar, fue la irrupción de las tecnologías digitales, que han llevado esta condición disociadora a una fase extrema. En el decir de E. Sadin se trata de una esferización de nuestras psychés, un retiro del campo social que operan los individuos y que se debe principalmente a una parafernalia de medios puestos en sus manos, dotados del don muy particular de provocar en sus usuarios un sentimiento de autosuficiencia. Mas que una sociedad, en el sentido político-jurídico y filosófico, surge un agregado de individuos que se mueven sin reglas claras, en paralelo y bastante ciegas las unas respecto de las otras Sería, según este autor, la agonía de un cierto contrato social que operó tácita o implícitamente durante todos los siglos anteriores. De este modo el escándalo ha sido sustituido por el escandalillo, los ‘microescandalitos’ que inundan las redes sociales y la internet por millones, algunos de los cuales duran minutos y que nadie sabe a ciencia cierta sin son verdaderos o inventados. Sea como sea, y sabiendo que los procesos históricos son muy largos no sabemos si esto es un fin o un comienzo, de algo que ya advirtieron los surrealistas hace mucho. Luis Buñuel recuerda mientras bebía unas copas en un bar en París, lo que le dijo André Breton:

-Es triste tener que reconocerlo, mi querido Luis, pero el escándalo ya no existe

 

Mauricio Bravo A

Licenciado en Literatura de la Universidad de Chile



Licenciado en Literatura de la Universidad de Chile

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