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Municipalidad de Santiago mutila hermoso Jacarandá a un costado de la Plaza del Roto Chileno

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Ayer en la mañana me despertó de golpe el estrépito de una motosierra. No era una pesadilla padeciendo los crímenes de Miley y Musk. Se trataba de la acción real de un tipo que con aquella arma letal en menos de un minuto mutiló la bella y esbelta figura del Jacarandá que sobrevive a duras penas en la vereda frente a mi casa, en la tranquila calle Sotomayor del Barrio Yungay.

Cuando salí a la calle en pijama ya no había nada que hacer, la tropelía estaba consumada. El ramaje aún fresco yacía amontonado en el suelo, el tronco del árbol había sufrido el corte de sus principales prolongaciones, y el verde solo sobrevivía en el vértice de su parte superior. Una auténtica barbaridad.

Enfrenté a los forajidos vestidos de overol verde con el logo de la Municipalidad de Santiago. Es lo que nos mandan a hacer, me dijeron. La justificación es despejar la visión de la cámara de vigilancia instalada en la esquina con Santo Domingo a gran altura en un poste de metal.

Actúan con absoluta impunidad. Vaya a protestar a la municipalidad, me respondió el jefe de la pandilla depredadora. Lo haré un día de estos, forajidos.




Como muestra del desconcierto municipal, mientras profanan y malogran al hermoso Jacarandá, hace dos semanas se vino abajo un viejo árbol vecino de aquel. No cayó hacia la calle al contenerlo un auto estacionado a su costado. No fueron capaces de prever que estaba seco y constituía un peligro público. No atienden a los viejos árboles que aún están en pie y requieren ser observados.

Hace mucho tiempo que no veo al camión cisterna regando los árboles de la calle. Este verano me parece que no ha pasado ni una vez, y los vecinos que los riegan somos contados con los dedos de una mano.

El Jacarandá fue plantado hace unos años por la municipalidad. No había pasado un mes y algún ciudadano partió en dos el delgado e incipiente tronco, dejando un palo de un metro con sus raíces. A las semanas le salieron dos brotes en la parte superior del palo, dos ramitas verdes que asombrosamente fueron creciendo hasta irse convirtiendo en ramas y luego en dos gruesos troncos divergentes. Hoy con un sentimiento de hilaridad e indignación ante la estupidez e insensibilidad humana, lo contemplo cercenado y da mucha pena.

Pero estoy seguro que con los avatares que los humanos le han hecho sufrir en su inocente existencia, el Jacarandá ha sabido desde el primer momento de vida que se dedicaría a esparcir belleza y cobijo resistiendo a la ignorancia y la brutalidad. Volverá a estar esbelto y bello en un tiempo que será largo, más que tras la primera poda criminal a que lo sometió la municipalidad hace unos cinco años atrás.

 

Por Pedro Armendariz

 

 



Pedro Armendariz

Periodista

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