Crónicas de un país anormal

Chile, una sociedad anómica

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El vocablo anomia fue muy utilizado por el padre de la sociología, Èmile Durkhaim, quien en sus obras La división del trabajo en la sociedad (1893), y en El suicidio, (1897), la anomia se define como un estado de segregación social, de aislamiento del individuo respecto a la sociedad, a la falta de normas sociales y a la ausencia de un orden y estructuración  de la sociedad.

 

La socióloga Marta Lagos, directora de Mori, presentó en el programa Última Mirada, conducido por Fernando Paulsen, el interesante resultado de una encuesta, llevada a cabo por CERC-Mori, durante los quince primeros días del mes de mayo 2019, acerca de la percepción de los encuestados sobre la realidad política y social chilena.

 

El primer cuadro que resalta es la muy baja confianza que los ciudadanos tienen en las instituciones: entre abril de 2018 y mayo de 2019 la Iglesia católica ha bajado, nada menos, que 26 puntos; los obispos y sacerdotes tienen un nivel de confianza del 5%. Desde 1990 a 2019 la Iglesia católica ha bajado del 70% al 7%. Con este resultado podríamos decir – con el Padre Alberto Hurtado – que “Chile no es un país católico, ni siquiera en lo formal”.

 

En lo que dice relación con las Fuerzas Armadas, según el resultado de las encuestas, han bajado 21 puntos de abril de 2018 a mayo de 2019; en el primer año terminó con una aprobación del 54%, y en 2019, con 33%. Carabineros ha perdido 17 puntos: en 2018 tenía 49% y hoy, 32%.




 

El poder judicial, con 31% en 2018,  ha llegado al 13% en la actualidad. Los partidos políticos apenas cuentan con una aprobación 5%, antes tenían  el 15%. Los senadores y diputados sólo tienen una aprobación del 17%.

 

Coincido con el análisis de Marta Lagos en el sentido de que una sociedad anómica, en crisis de representación y de confianza en las instituciones, no puede producir otra cosa que una apatía electoral y, finalmente, la búsqueda de un “salvador” audaz, demagogo y populista. (Las elecciones del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y en Brasil, Jair Bolsonaro, constituyen una prueba del hegemonismo de derecha en los electorados del Continente)

 

Cuando se consulta sobre las preferencias por políticos, el alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, salta del 3% de preferencias en 2018 al 31% en 2019; este resultado, en apariencia significativo, se explica porque Lavín habla contra nadie, y siempre sale con una novedosa idea    práctica, muy loable para los habitantes de su comuna. La segunda candidata a la presidencia de Chile es Beatriz Sánchez, que continúa con el 21%, sin haber aparecido en ningún medio de comunicación. José Antonio Kast, que aparece casi cotidianamente en los medios de comunicación, salta del 4% en 2018 al 16%  en 2019. Le sigue Giorgio Jackson, de 8% en 2018, al 15% en 2019. En ese orden está Felipe Kast, del 8% al 15% en 2019.

 

Desde el punto de vista de las clases sociales, el 3% se define como clase alta; el 56%, como clase baja; el 42% como clase media. Salta a la vista que la mayoría de los encuestados se define como perteneciente a la clase baja, lo cual vendría a desmentir el mito de la mayoría de los ciudadanos se define como clase media, incluso, habría que dividir la clase media en alta y baja. Solamente la clase alta logra ahorrar, y la clase media alta puede terminar el mes sin deudas, pues el resto – media baja y baja –  está obligada a endeudarse para sobrevivir.

 

El 84% de quienes se definen como clase baja, no tienen ni idea de política, tampoco les interesa; con el 66% de la clase media ocurre lo mismo e, incluso, el 68% de la clase alta está desinteresado de la política, (cabría la pregunta de si en Chile puede existir un debate democrático, o vivimos en una plutocracia, en que muy pocos ciudadanos forman parte de la polis, y la mayoría serían bárbaros, como dirían  los antiguos griegos).

 

En esta sociedad anómica afortunadamente aún quedan instituciones valoradas por la ciudadanía, entre ellas, la Radio y la Televisión, y algo extraño en la aprobación a FONASA. En las profesiones, los profesores son valorados en un 70%; los médicos, 68%, lo cual es explicable pues prestan servicio y contacto directo a las personas. Las AFPs, con 6% de aprobación, y los partidos, con 5%, van a la cola de la apreciación ciudadana.

 

De los proyectos de reforma del gobierno de Piñera 2, el único valorado es el de las pensiones, que la gente supone que le aportará un crecimiento en sus jubilaciones. La política se mueve por expectativas, que es la razón por la cual todo candidato que se respete tiene que ofrecer un futuro mejor, (en el caso de Piñera, un gran demagogo ofreció, nada menos “que vendrían tiempos mejores”, pero cuando los pensionados se den cuenta que sólo recibirán $10.000 más, y un total de $40.000 se distribuyen en los diez años siguientes, ahí dejarán de tener aspiraciones, y comenzarán el aprendizaje de la desesperanza aprendida, y en ese entonces la reforma a las pensiones será considerada  como la peor de propuestas del Presidente.

 

En un país en crisis permanente de representación y de credibilidad es muy lógico que un Presidente comience con un 50% y, al año, llegue apenas al 27%, por consiguiente, podemos colegir que todo Presidente fracasará en una sociedad anómica, y sólo podría triunfar quien usando de todos los poderes bajara rotundamente la diferencia entre ricos y pobres, una especie  de cónsul Cincinato que al año, una vez solucionados los problemas que han aquejado a la sociedad, humildemente se retire a cultivar su parcela.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

29/05/2019                   



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