Crónicas de un país anormal

El subsecretario Luis Castillo: metida de pata o el otro yo del Dr. Merengue

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A quién le puede extrañar que ministros y subsecretarios de Piñera quieran igualar a su jefe en los desaguisados e, incluso, superarlo y, como tal, Luis Castillo rindió su examen, pero salió trasquilado: el gran jefe puede decir tonterías a su gusto sin arriesgar el cargo, no así sus subordinados que la pagan hasta con su puesto.

 

Si recurrimos al psicoanálisis, lo expresado ayer por el subsecretario de Redes Asistenciales, en un programa de radio, en Coyhaique, al referirse a los pacientes que acuden al Consultorio de esa ciudad, desde las cuatro de la mañana y en pleno hielo patagónico,  “para hacer vida social y pelar a sus vecinos, aprovechando que el Centro de salud es un poco más calefaccionado que sus casas”, no es otra que la manifestación del subconsciente del  Dr. Castillo, que superó la autocensura.

 

Los personajes del gobierno poseen un auténtico desprecio por los usuarios del sistema público en salud y educación, especialmente; en el fondo de su YO sienten que los pobres son los derrotados del mercado, a quienes desde una “concepción conservadora compasiva” el Estado debe auxiliarlos en su miserable vida.

 

El subsecretario Luis Castillo tiene un historial profesional manchado debido a la acusación  de los democratacristianos por haber escondido los resultados de la autopsia del asesinado ex Presidente, Eduardo Frei Montalva. A consecuencia de esta acusación el subsecretario no podía asistir a ninguna sesión de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, por veto de la Democracia Cristiana.




 

El Presidente Sebastián Piñera recién se ha dado cuenta que es muy difícil gobernar con minorías en ambas Cámaras, sobre todo, si se está empeñado en llevar a cabo cambios profundos respecto de los avances del gobierno anterior, presidido por Michelle Bachelet.

 

Durante la vigencia de la Constitución de 1925 un Presidente minoritario y sin mayoría en el Congreso podía gobernar sobre la base de alianzas esporádicas o bien, recurriendo al veto, (régimen de doble minoría). Actualmente, el Presidente Piñera se ve forzado a conquistar el voto de los democratacristianos en cada proyecto de ley que presenta al Congreso.

 

La característica personal del mandatario es su enfermedad narcisista, por consiguiente, cree que el haber triunfado en la segunda vuelta por una amplia mayoría, le permite hacer caso omiso de la oposición parlamentaria que, por lo lerda y falta de unidad, ha sido incapaz de cumplir su rol fiscalizador y legislador.

 

La biblia de “don Narciso” Piñera la constituye el resultado semanal de las encuestas que él mismo paga, como aquellos que frecuentan a una adivina para que les confirme que ellos son brillantes, y que están  cuidados por una estrella, que les evita “estrellarse”.

 

Como Piñera se adora a sí mismo, cualquier derrota la atribuye a los otros, una enfermedad muy propia de los Presidentes derechistas: Jorge Alessandri, por ejemplo, cada vez que alguien osara oponerse a sus designios, recurría a imitarlo burlescamente. Lo mismo ocurre con el Presidente Piñera, que no puede aceptar que los paniaguados opositores se atrevan a rechazar sus proyectos de ley pues, incluso, los acusa de no ser republicanos.

 

Con el agua al cuello, a Piñera sólo le queda el último recurso que es el de ganarse a los democratacristianos, que tienen tradición de ser  ni “ni chicha, ni limonada”, y que pueden ser comprados con cargos y otras gabelas que dispone el gobierno, (los radicales y democratacristianos no pueden vivir sin la posesión de altos cargos en  la burocracia, y no tienen ninguna dificultad para vender su alma al diablo); el lema de Piñera es que todo hombre tiene su precio, y le sale muy barato forzar la renuncia del subsecretario Luis Castillo para tener contentos a los democratacristianos.

 

El camino a la derecha, tomado por la directiva democratacristiana no ha sido tan fácil como ellos creían: siempre les pena el dicho de Radomiro Tomic, “quien pacta con la derecha, la derecha es la que gana”. Entre los senadores de su tienda hay, al menos, dos que mantienen la vocación popular de la Democracia Cristiana, pero vender sus principios por “un plato de lentejas”, a la larga y para ningún partido político, no es un buen negocio.

 

La corta estadía del Dr. Luis Castillo por la subsecretaría de Redes Asistenciales pasará sin pena ni gloria: será uno de los tantos chivos expiatorios utilizados por Piñera para salir de un mal paso, y aprovechar para comprar el cariño de la directiva de la Democracia Cristiana, con un pequeño regalo que, al Presidente no le costó muy caro, pues un Castillo bien vale el apoyo de la Democracia Cristiana.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

12/07/2019            

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