Crónicas de un país anormal

El pueblo se está sacudiendo del peso de la noche

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El Presidente Piñera nos anunció que seguirá en el poder hasta el término de su mandato y, al igual que el egoísta rey, Louis XIV, “después de mí, el diluvio”, y como carece de toda ética, poco le importa que Chile se hunda con él.

 

 

Giussepe  Tomasi de Lampedusa  en El Gatopardo, hace decir al príncipe Fabricio Salinas : “ahora acalladas las voces, todo volvía al orden, al desorden acostumbrado…” Esta es la apuesta y el sueño del mandatario chileno, es decir, gatopardismo puro y duro, que todo cambie para todo permanezca igual.

 

El tirano Diego Portales, especulador y negociante como Piñera, definía el peso de la noche: “El orden social se mantiene en Chile por el peso de la noche y porque no tenemos hombres sutiles, hábiles y quisquillosos: la tendencia al reposo casi general de la masa es la garantía de la tranquilidad pública. Si ella faltase, nos encontraríamos a oscuras y sin poder contener a los díscolos más que con medidas dictadas por la razón, o que la experiencia ha enseñado ser útiles…” (Jocelyn-Holt,1997:148)

 

La descripción del tirano Portales sobre el orden no podría haber sido más perfecta, oportuna y adecuada a la concepción del orden y su orientación que tiene Piñera y sus millonarios secuaces, dueños de Chile.




 

En el prólogo de la obra El peso de la noche, nuestra frágil fortaleza histórica, (Ariel, 1997) el autor, Jocelyn-Holt, describe por medio de tres ejemplos el miedo que las clases altas tenían de la rebelión de los mestizos.

 

En la primera, después del desastre de Rancagua, los santiaguinos recibían con júbilo al vencedor Mariano Osorio, jefe del ejército de la reconquista; años después lo mismo aplaudían a José de San Martin cuando entraba a Santiago con el ejército libertador.

 

En la segunda, relata cómo los hacendados tenían que regalar parte de sus bienes a los bandidos, (en este caso, el asaltante de caminos Ciriaco Contreras, que era tratado muy bien por el dueño de fundo, Juan Agustín Antúnez, a quien había alojado una noche, según las Memorias de Martina Barros, publicadas en 1877); en ese tiempo eran muy pocos los que se atrevían a circular por los cerrillos de Teno, muy cerca de Curicó, y aledaños al fundo de Antúnez.

 

En la tercera, Benjamín Vicuña Mackenna adornó el cerro Huelen, en los terrenos aledaños de la ciudad, que separaba el mundo “civilizado” del bárbaro, el de los caballeros, del de las “chinas” putas, gañanes, huachos, delincuentes y vagos; esta separación era necesaria para que el orden de los “caballeros” reinara, y para mantener a los pobres a raya, se requería la creación de un cordón, es decir, un camino cintura para separarlos. Vicuña Mackenna construyó un mirador que permitía controlar día y noche el movimiento de los “los marginados” en la Chimba.( hoy están los drones de Lavín)

 

 

Según Diego Portales, la Constitución y la ley deberían ser siempre violadas a fin de mantener el orden público, imprescindible para la realización de los negocios:

 

“En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad…De mí sé decirle, que con la ley o sin ella, esa señora que llaman la Constitución hay que violarla cuando las circunstancias son extremas. Y qué importa que lo sea, cuando en un año la parvulita lo ha sido tantas por su inutilidad…”

 

En otra de sus cartas decía que a los “rotos” hay que tratarlos a “palos y bizcochuelos”, y que no creía en Dios, pero sí en los curas, quienes con el ofrecimiento del premio eterno los mantenían tranquilos y sumisos – y agregaba – que “si su padre se rebelara, lo fusilaría”. Portales era partidario de exhibir a los presos – como en el circo – para que sirvieran de escarmiento para cualquiera que intentara sublevarse.

 

A comienzos del siglo XX, cuando los “pobres” se rebelaron en varias ocasiones, no sólo se les masacraba, sino que también el ejército usaba el método palomear “rotos”, es decir, que construyeran un hoyo en el desierto para que, de un tiro, cayeran en su propia tumba.

 

El 2 de abril de 1957 el general Carlos Ibáñez del Campo aprovechó el Estado de Excepción para asesinar cientos de pobladores que saqueaban negocios, en el centro de Santiago, (en esos tiempos, Gobelinos, Gath y Chaves, el Hotel Crillón…); por ese entonces, todos los partidos políticos, desde el de Juan Antonio Coloma, hasta el del socialista Salvador Allende, estuvieron dispuestos a conceder el Estado de Sitio a Carlos Ibáñez, pero no se hizo necesario, pues el general a cargo de la Plaza ya había mantenido el orden a sangre y fuego.

 

Mi madre relataba uno de los episodios del golpe militar de 1973 de la siguiente manera: “¿Qué pasó en Chile? Que por puro miedo a los rotos los caballeros se volvieron rotos…La aristocracia es asquerosa. Ya lo decía Proust: casi todos estuvieron contra Dreyfus sabiendo que era inocente” (Gumucio, 2004:91)

 

Esta es la concepción del orden precario, (como lo llama Jocelyn-Holt), que ha heredado la familia Piñera Echeñique), el 1% de los chilenos, dueños del tercio de la torta, dejando sólo para los otros, es decir, el 99%, el resto, el choreo , las migajas.

 

Los dueños de Chile creyeron que con el gobierno de Sebastián Piñera iban a vengarse de las débiles, tímidas e insuficientes reformas impulsadas por Michelle Bachelet, y que sólo bastaba constatar que los pobres y la clase media empobrecida bajo el peso de la noche, no sólo se mantendría ordenada, sino que colaboraría y aplaudiría, pero no leían que, en menos de dos años, la plebe pasaría de un aplauso de 53% a un solo un 13%: del amor al odio sólo transcurrió lo que dura una pestañada.

 

Las clases, que se creen superiores, es decir, el 1%, que tiene un ingreso similar a los alemanes y que, además, viven en barrios como de ricos europeos, nunca harán un “sacrificio” para salvar su vida, por la bolsa, que está por sobre todas las cosas.

 

Los dueños de Chile se consideran superiores, cultos e inteligentes, por consiguiente – según ellos – los militares se encargarían de restaurar el orden precario y, como decía el príncipe Fabricio Salinas, “acalladas las voces, todo volverá al orden, al desorden acostumbrado”. Pero podría ocurrir que irrumpiera la mala suerte para ellos y aparezca un nuevo orden por el cual los expropiados expropien a los expropiadores.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

05/11/2019

Bibliografía:

Joselyn-Holt, Alfredo, El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica, Ariel-Planeta, 1997

Gumucio, Rafael, Los platos rotos, historia personal de Chile, Mondadori, 2004

Portales, Felipe, Los mitos de la democracia chilena, Catalonia, 2004

Enríquez-O, y Gumucio Rivas, Rafael, El problema no es la economía, es el poder, Fundación Progresa, 2003

Giussepe Tomasi de Lampedusa

El gatopardo  1957  

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