Columnistas Poder y Política

Los límites de la protesta como forma de lucha

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 38 segundos

Con su habitual lucidez, William I. Robinson se pregunta si la oleada mundial de protestas y movilizaciones será capaz de hacer frente al capitalismo global (https://bit.ly/3MjvBsl). En efecto, desde la crisis de 2008 se produce una cadena interminable de protestas y levantamientos populares. Recuerda que en los años previos a la pandemia hubo más de 100 grandes protestas que derribaron a 30 gobiernos.

Menciona la gigantesca movilización en Estados Unidos a raíz del asesinato de George Floyd, en mayo de 2020, que define como un levantamiento antirracista que llevó a más de 25 millones de personas, en su mayoría jóvenes, a las calles de cientos de ciudades de todo el país, la protesta masiva más grande en la historia de Estados Unidos.

En América Latina los levantamientos y revueltas en Ecuador, Chile, Nicaragua y, sobre todo, Colombia, tuvieron extensión, duración y profundidad como pocas veces se recuerda en este continente. La protesta colombiana paralizó el país durante tres meses, enseñó niveles de creatividad popular impresionantes (como los 25 puntos de resistencia en Cali) y modos de articulación entre pueblos, en la calle, abajo, absolutamente inéditos.

Robinson recuerda que las clases dominantes hicieron retroceder el ciclo de movilización, de fines de la década de 1960 y principios de los 70, a través de la globalización capitalista y la contrarrevolución neoliberal. Eso en el norte, porque en el sur global lo hicieron a pura bala y matanza.

Hacia el final de su artículo se pregunta cómo traducir la revuelta de masas en un proyecto que pueda desafiar el poder del capital global. La pregunta es válida. En principio, porque no lo sabemos, porque los gobiernos que surgieron luego de grandes revueltas no hicieron más que profundizar el capitalismo y promover la desorganización de los sectores populares.

Aunque participemos en grandes movilizaciones y en revueltas, que son parte de la cultura política de la protesta, es necesario comprender sus límites como mecanismos para transformar el mundo. No vamos a abandonarlas, pero podemos aprender a ir más allá, para ser capaces de construir lo nuevo y defenderlo.




Entre los límites que encuentro hay varios que quisiera poner a discusión.

El primero es que los gobiernos han aprendido a manejar la protesta, a través de un abanico de intervenciones que incluyen desde la represión hasta las concesiones parciales para reconducir la situación. Desde hace ya dos siglos la protesta se ha convertido en habitual, de modo que las clases dominantes y los equipos de gobierno ya no le temen como antaño, pero sobre todo saben ver en ella una oportunidad para ganar legitimidad.

Los de arriba saben que el momento clave es el declive, cuando se van apagando los fuegos de la movilización y gana fuerza la tendencia al retorno a lo cotidiano. Para los manifestantes, la desmovilización es un momento delicado, ya que puede significar un retroceso si no han sido capaces de construir organizaciones sólidas y duraderas.

El segundo límite deriva de la banalización de la protesta por su transformación en espectáculo. Algunos sectores buscan a través de este mecanismo impactar en la opinión pública, al punto que el espectáculo se ha convertido en un nuevo repertorio de la acción colectiva. La dependencia de los medios es una de las peores facetas de esta deriva.

El tercero se relaciona con el hecho de que los manifestantes no suelen encontrar espacios y tiempos para debatir qué se logró en la protesta, para evaluar cómo seguir, qué errores y qué aciertos se cometieron. Lo más grave es que a menudo esa evaluación la realizan los medios o los académicos, que no forman parte de los movimientos.

El cuarto límite que encuentro, es que las protestas son necesariamente esporádicas y ocasionales. Ningún sujeto colectivo puede estar todo el tiempo en la calle porque el desgaste es enorme. De modo que deben elegirse cuidadosamente los momentos para irrumpir, como vienen haciendo los pueblos originarios que se manifiestan cuando creen llegado el momento.

Debe existir un equilibrio entre la actividad hacia fuera y hacia dentro, entre la movilización exterior y la interior, sabiendo que ésta es clave para sostenerse como pueblos, para dar continuidad a la vida y para afirmarse como sujetos diferentes. Es en los momentos de repliegue interior cuando afirmamos nuestras características anticapitalistas.

Finalmente, la autonomía no se construye durante las protestas, sino antes, durante y después. Sobre todo antes. La protesta no debe ser algo meramente reactivo, porque de ese modo la iniciativa siempre está fuera del movimiento. La autonomía demanda un largo proceso de trabajo interior y exige una tensión diaria para mantenerla en pie.

Siento que nos debemos, como movimientos y colectivos, tiempos para el debate, porque no reproducir el sistema supone trabajarnos intensamente, sin espontaneidad, superando inercias para seguir creciendo.

Por Raúl Zibechi
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Pensador y activista uruguayo especializado en los movimientos sociales en América Latina

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  1. Felipe+Portales says:

    Muy acertado artículo de Raúl Zibechi y el comentario de Germán Westphal. Aunque -a diferencia de Germán, debido a que no comparto el «materialismo histórico»- yo hablaría de sustituir el sistema político, económico y social. Efectivamente, la historia nos enseña que las solas protestas callejeras, por muy voluminosas y persistentes que sean, si no van acompañadas de proyectos y orgánicas sólidas, y con liderazgos con representatividad, credibilidad y probidad, no producen un cambio de sistema. Ejemplos históricos hay por doquier. En Chile mismo, tenemos las desconocidas y gigantescas protestas de 1918-19; las de 1983-86; las de 2011 y las de 2019. En Colombia las del «bogotazo» en 1948 y las de 2019. En Francia las de mayo del 68 y las de los «chalecos amarillos». En España las de los «indignados»; etc.
    Y, desgraciadamente, nuestras protestas de 2019 no fueron acompañadas por sólidas organizaciones sociales y políticas, ni con claros proyectos de transformación de la sociedad chilena, ni con los liderazgos pertinentes. Lo peor del caso es que la Convención Constitucional -en un acto de virtual suicidio- se apronta a ¡postergar por varios años! la sustitución del Senado por la Cámara Regional, con lo que no sólo no podrá aprobar las leyes que hagan práctica la Constitución (¡salvo que cuenten con el apoyo de la derecha propiamente tal!); sino que además le privaran al gobierno de Boric de mayoría parlamentaria; y, ¡peor aún!, le permitirá a las dos derechas que lideraron los 30 años y que aprobaron conjuntamente la actual Constitución refrendada por Lagos y todos sus ministros en 2005; ¡¡que echen abajo la nueva Constitución en los tres años en que tendrán los quorums para reformarla a su gusto!!

    • Germán F. Westphal says:

      Según el materialismo histórico, Felipe, el Estado es una organización al servicio de las clases dominantes. Por tanto, cuando hablas de «sustituir el sistema político, económico y social» estamos hablando básicamente de la misma cosa. Entre paréntesis, no es necesario ser marxista para hacer referencia a un cierto concepto según lo entiende el materialismo histórico.

  2. Margarita Labarca Goddard says:

    Yo no estoy muy convencida de que las protestas no sirvan para nada. Me parece que por lo menos tienen las siguientes ventajas:
    1. Darse cuenta de cuáles son las verdaderas demandas, los problemas comunes del pueblo, porque generalmente se plantean demandas puramente parciales, pero en la protesta se van unificando los criterios. Finalmente en Chile se reunieron todas en una que es fundamental: la dignidad
    2. En las protestas van surgiendo dirigentes, los que son valientes y arriesgados y el pueblo los va conociendo. También aparecen colaboradores abnegados como médicos, enfermeras y gente que atiende a los heridos y a quienes necesitan ayuda.
    3. Las protestas pueden ser acalladas por las balas, pero cuando quienes protestan son millones, las balas no alcanzan.
    4. Las protestas de 2019 fueron universales y eso induce al internacionalismo. Esta vez fueron dominadas por la pandemia, posiblemente provocada por los yanquis con los laboratorios de armas biológicas que se han descubierto en el mundo entero
    5. Ya quedó atrás la teoría de que las organizaciones políticas deben insuflarle conciencia al pueblo, pues el pueblo demostró tener conciencia propia.
    6. De todos modos, puesto que los partidos políticos de izquierda están desprestigiados en casi todo el mundo, hay que buscar otras formas de lucha.
    7. El mundo está cambiando vertiginosamente, por lo tanto debemos aprenderá pensar de manera diferente.
    8. La crítica sin propuestas es negativa y no ayuda en nada.

    • Margarita: siempre tan acertada y aterrizada en tus comentarios. Suscribo sus 8 puntos. Y además espero que las protestas mundiales contribuyan a hacer meca al capitalismo y, especialmente a los gringos con sus laboratorios de armas biológicas y sus creencias de ser los elegidos de los dioses para decirnos lo que tenemos que pensar y hacer y cómo ser sus obedientes esclavos. ¡ Que así revienten! Un abrazo. Jaime

  3. Germán F. Westphal says:

    Las manifestaciones sociales espontaneístas, inorgánicas, carentes de conducción política y por tanto efímeras, no son agentes de cambios estructurales auténticamente profundos que puedan alterar las bases materiales o económicas en que se funda el Estado —entendido éste en el sentido del materialismo histórico— aunque pueden gatillar ajustes en el ejercicio del poder dentro de ciertos parámetros aceptables para quienes lo detentan. Esto es en síntesis lo que ha ocurrido en Chile a partir de octubre del 2019, bemoles más, bemoles menos.

    • Serafín Rodríguez says:

      «Proletarios del mundo, uníos!» como dijo en su época la filósofo socialista y feminista Flora Tristán años antes que Marx y Engels.

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