
La estrategia de José Antonio Kast y la radicalización de la derecha chilena
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La política chilena, desde el estallido social de 2019 y el posterior proceso constituyente, ha experimentado una reconfiguración de sus ejes ideológicos, donde la derecha tradicional y emergente busca reposicionarse frente a un electorado desencantado con las elites políticas. En este contexto, las declaraciones recientes de José Antonio Kast, candidato presidencial del Partido Republicano, no solo revelan una estrategia electoral calculada, sino también un síntoma de las tensiones que atraviesan el espectro conservador. Su insistencia en evitar una primaria con Chile Vamos —coalición que agrupa a la centroderecha histórica—, su apuesta por una primera vuelta fragmentada y su retórica inspirada en modelos autoritarios como los de Hungría y El Salvador, plantean interrogantes sobre el futuro de la democracia chilena y el ascenso de un proyecto ultraderechista que se presenta como la única opción de «cambio radical».
Kast, fundador de un partido de ultraderecha que se autodenomina «la derecha real», ha construido su discurso en torno a dos pilares: la seguridad ciudadana y el control migratorio, temas que han ganado relevancia en la agenda pública tras años de crisis social y económica. Sin embargo, su enfoque no se limita a propuestas técnicas, sino que se enmarca en una narrativa de confrontación. Al rechazar una primaria con Chile Vamos, argumenta que su colectivo es el único capaz de liderar un giro profundo, deslegitimando así a sectores más moderados de la derecha. Esta postura, lejos de ser un mero capricho estratégico, refleja una lógica populista que busca capitalizar el descontento mediante la polarización. Al afirmar que «no se corre ningún riesgo» con tres candidatos de derecha en primera vuelta, porque «nadie gana ahí», Kast no solo subestima la complejidad del sistema electoral chileno —donde la fragmentación puede diluir votos—, sino que también asume que la segunda vuelta será un espacio de «unidad» automática. Esta visión simplifica la dinámica política, ignorando que los electores pueden percibir la falta de cohesión como una señal de debilidad u oportunismo.
El recurso a ejemplos internacionales como Hungría y El Salvador resulta particularmente revelador. Viktor Orbán, primer ministro húngaro, ha sido criticado por organismos internacionales por su gestión autoritaria de la migración —incluyendo vallas fronterizas y leyes que criminalizan a solicitantes de asilo—, mientras que Nayib Bukele, presidente salvadoreño, ha implementado un régimen de excepción que suspende garantías constitucionales bajo el pretexto de combatir pandillas, con denuncias masivas de violaciones a los derechos humanos. Al invocar estos modelos, Kast no solo normaliza prácticas contrarias al Estado de derecho, sino que sugiere que la eficacia en seguridad —entendida como mano dura— justifica el sacrificio de libertades civiles. Este discurso, aunque efectista en el corto plazo, evade un debate sustancial sobre las causas estructurales de la inseguridad en Chile, como la desigualdad, la marginalidad urbana y la falta de reformas policiales.
Paralelamente, su elogio al Partido Nacional Libertario (PNL) y la posibilidad de un «pacto parlamentario» con esta nueva tienda política —cuyo candidato presidencial, Johannes Kaiser, competirá contra él—, expone una contradicción inherente a su retórica. Kast celebra la proliferación de opciones que promueven «libertad, mérito y un Estado pequeño», pero simultáneamente insiste en que su partido es el único con «equipos y estructura» para gobernar. Esta ambivalencia —entre la exaltación de la pluralidad ideológica y la centralización del liderazgo— delata una tensión entre el pragmatismo electoral y la pureza doctrinal. El eventual pacto parlamentario que menciona no sería sino un cálculo para maximizar escaños, evitando la dispersión de votos, pero sin comprometer su imagen de movimiento antisistema.
Este enfoque no es ajeno a la ola global de derechas radicales que, desde Trump hasta Milei, han instrumentalizado el miedo y el nacionalismo para movilizar bases. En Chile, sin embargo, el escenario es particular: el rechazo a la propuesta constitucional de 2022 —impulsada por la izquierda— reactivó a un electorado conservador que ve en Kast un bastión contra el progresismo. No obstante, su estrategia de radicalización podría tener costos. Al apostar por una primera vuelta fragmentada, asume que los votantes de derecha acudirán disciplinadamente a respaldar al candidato más fuerte en segunda vuelta, pero ignora que la desconfianza hacia la política tradicional —incluidos sus aliados— podría traducirse en abstencionismo o votos nulos. Además, su retórica confrontacional podría alienar a sectores moderados esenciales para ganar una eventual segunda vuelta.
La insistencia de Kast en evitar primarias también refleja un desdén por los mecanismos de legitimación interna. Al negarse a competir con figuras como Evelyn Matthei (UDI), no solo evita un debate programático, sino que refuerza la narrativa de que su movimiento representa una «nueva derecha», ajena a los pactos del pasado. Sin embargo, esta postura podría interpretarse como un temor a medir fuerzas en un espacio donde su proyecto ultraderechista podría quedar en minoría. La primaria, más que un riesgo, sería un termómetro de su real apoyo en el espectro conservador.
En el plano internacional, la referencia a Orbán y Bukele no es inocente: ambos líderes han sido promocionados por think tanks conservadores como ejemplos de «democracia iliberal», un eufemismo que encubre el autoritarismo. Al adoptar este marco, Kast no solo se alinea con actores globales que buscan debilitar instituciones multilaterales, sino que también envía un mensaje a su base más ideologizada: la democracia liberal, con sus controles y equilibrios, es un obstáculo para la «seguridad» y el «orden». Este giro hacia el iliberalismo, aunque atractivo para un sector del electorado, erosiona los consensos básicos de la transición chilena, como el respeto a los derechos humanos y la alternancia pacífica del poder.
Finalmente, la posibilidad de un pacto parlamentario con el Partido Nacional Libertario de Johannes Kaiser (PNL) —aunque presentado como una estrategia para evitar la fragmentación— plantea dilemas éticos. ¿Hasta qué punto un partido que se autoproclama defensor de la «derecha real» puede aliarse con un movimiento libertario sin diluir su identidad? La respuesta parece residir en un interés pragmático: acumular poder legislativo para impulsar una agenda común en materia económica (reducción del Estado, flexibilización laboral) y social (restricción de derechos reproductivos, oposición a políticas de género). No obstante, esta alianza podría generar fricciones, especialmente si el PNL prioriza un discurso más libertario en lo cultural, en contraste con el conservadurismo moral del Partido Republicano.
En conclusión, la estrategia de José Antonio Kast expone las contradicciones de una derecha chilena en transición, que oscila entre la moderación histórica de Chile Vamos y la tentación de abrazar un proyecto ultraderechista con rasgos autoritarios. Su apuesta por evitar primarias, fragmentar la primera vuelta y emular modelos extranjeros cuestionables no solo refleja una ambición personal, sino también un riesgo para la estabilidad democrática. En un país que aún busca sanar las heridas del estallido social, la radicalización del discurso político —ya sea desde la izquierda o la derecha— amenaza con profundizar la desconfianza ciudadana hacia las instituciones. La pregunta crucial no es si Kast llegará a La Moneda, sino qué tipo de democracia emergerá si su proyecto logra hegemonizar el debate público, sustituyendo el diálogo por la imposición, y la pluralidad por el monólogo del miedo.
Fabián Bustamante Olguín.
Académico del Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte, Coquimbo
Abelardo Clariana Piga says:
Fabian ve paralelos internacionales. Yo tambien, pero voy a considerar otro aspecto.
La ultraderecha en Inglaterra y muchos paises europeos ha crecido basicamente porque los partidos tradicionales de centro izquierda (social democracia, aca el Partido Laborista) y de centroderecha (Conservador) han seguido politicas semejantes que han resultado en mayores dificultades para enfrentar la inflacion, lograr acceso a la salud, educacion y trabajo, ni que hablar de casa. En las elecciones suele bajar mucho la cuota del que gobierna y gradualmente se ha ido fortaleciendo la extrema derecha llamandose «anti-establishment», tal como Ttump.
La inmigracion ha sido un tema favorito de la extrema derecha y los sucesivos gobiernos han copiado esas politicas con lo que han favorecido a esos partidos de extrema derecha. Antes pedian que no se admitiera la entrada al pais de solicitantes de asilo, ahora piden que se los mande al exterior. El Partido Laborista ha adoptado ambas politicas. Ademas ahora ha decidido dar mas dinero fiscal a las empresas armamentistas, a costa de todos los otros presupuestos fiscales, lo que redundara en una baja de su apoyo. Ganaron las elecciones de 2024 con un tercio de los votos, solo 20% de los votantes, pero ganaron dos tercios del Parlamento porque asi funciona la democracia aca. No hubo apoyo entusiasta al P Laborista sino que un enorme desencanto de gobierno Conservador desde 2010. Hace poco el partido Reform UK, lider Farage, ha tenido mas apoyo en las encuestas que los dos partidos tradicionales. Pero tal vez el gobierno de Trump, al que apoyan, resulte en mayor friccion entre este pais y Estados Unidos, restandoles apoyo. Musk no apoya a Farage, al que califica de ser muy debil, sino a un dirigente politico que muchos tildan de fascista, y en Reform UK hay quienes desean ver a ese dirigente liderando a su partido en vez de Farage. Esta division les puede costar muchos votos en las elecciones regionales de Mayo. El problema es serio porque siguen fortaleciendose los fascistas. Mientras el gobierno no solucione los problemas de la mayoria de la poblacion, seguira perdiendo apoyo.
Mucha gente dice «Hemos tenido gobiernos de izquierda (Laborista) y de derecha (Conservador) y ninguno nos gusta, vamos a darle oportunidad a estos otros. El problema es serio porque la izquierda es muy debil, no se considera como una alternativa viable de modo que al rechazar a los dos partidos tradicionales el «otro» es mas derechista.