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A los glaciares les queda poco tiempo : los datos de Bolivia

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A 5100 metros sobre el nivel del mar, el aire que rodea el glaciar Huayna Potosí de Bolivia es tenue y quebradizo por la altitud. El viento se mueve sobre el hielo con ráfagas largas y pausadas, modelando un paisaje entre la resistencia y la erosión. Hace frío, pero no siempre gélido, en la ladera.

Donde una vez un grueso hielo azul llenó el valle, ahora la roca desnuda sobresale como un hueso al descubierto. Año tras año, el glaciar Huayna Potosí Occidental se adelgaza y retrocede ladera arriba a un ritmo anual de aproximadamente 24 metros. A su paso, deja piedras dispersas y un lago de agua de deshielo, una masa de agua que no existía en 1975, que marca los antiguos límites del glaciar.

Aquí, un equipo de científicos de los Andes y el Himalaya —representantes de Argentina, Bolivia, Chile, China, Ecuador y Nepal— se despierta antes del amanecer para comenzar su ascenso, sabiendo que deben regresar antes del anochecer, cuando aumenta el riesgo de accidentes. La altitud dificulta la respiración, lo que los obliga a moverse lenta y pausadamente. Caminan en fila india, con cuidado de evitar grietas ocultas que podrían tragarse a una persona entera. En el centro del glaciar, instalan una máquina, un conjunto de paneles y cables, para descifrar pacientemente el silencio de las montañas.

Su trabajo cuenta con el apoyo técnico de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) a través del Centro Conjunto FAO/OIEA de Técnicas Nucleares en la Alimentación y la Agricultura, y logístico y financiero del programa de cooperación técnica del OIEA.




Este sensor de neutrones de rayos cósmicos, uno de los dos sensores instalados con esmero por el equipo en el glaciar, mide de forma fácil, rápida y continua la cantidad de agua acumulada en la superficie del glaciar en forma de nieve. Esta nieve mantiene vivo el glaciar. Cada lectura es una instantánea de la menguante existencia del glaciar.

La disminución del hielo significa más que la simple desaparición de paisajes: supone una señal de perturbación para quienes dependen de su agua. Los datos que los científicos recopilan de estos glaciares de gran altitud ayudan a los investigadores a predecir los efectos en cascada de la pérdida de hielo en los ecosistemas y las comunidades locales para encontrar maneras de adaptarse.

El dispositivo permanecerá mucho tiempo después del descenso de los científicos, transmitiendo señales más allá de las montañas vía satélite: una memoria digital que preserva información sobre lo que el hielo ya no puede retener.

“El retroceso actual de los glaciares funciona ahora como un termómetro de la aceleración de los cambios climáticos, y su rápido ritmo señala la urgencia del aumento de las temperaturas globales”, afirma Gerd Dercon, Jefe del Laboratorio de Gestión del Suelo y el Agua y Nutrición de Cultivos del Centro Conjunto FAO/OIEA. “A medida que el hielo se derrite y se vuelve a congelar, revela no solo los cambios climáticos, sino también la frágil dependencia que la civilización humana tiene de estos depósitos congelados”.

En los valles, cientos de miles de personas dependen del agua del glaciar. Llamas y alpacas pastan en las fértiles praderas, alimentadas por el agua de deshielo estacional que ha moldeado este ecosistema de gran altitud durante siglos. Los agricultores dependen de ella para regar sus cultivos y alimentar a su ganado, mientras que un millón de habitantes de El Alto, ciudad cercana a La Paz, la capital de Bolivia, dependen de ella para obtener agua potable.

Durante generaciones, estos campos de hielo han servido como un contrato tácito entre la montaña y quienes viven a su sombra, liberando agua a un ritmo que permitía el florecimiento de la vida. Ahora, ese contrato se está rompiendo.

Las razones son claras. El aumento de las temperaturas globales está derritiendo los glaciares en todo el mundo, pero aquí en Bolivia, la crisis se está acelerando. Los sedimentos de las zonas sin hielo son transportados por fuertes vientos y depositados sobre el glaciar, oscureciendo su superficie y aumentando la absorción de calor.

 

Al analizar los sedimentos liberados de las zonas ahora expuestas por el deshielo glacial y que se acumulan en lagos y embalses, los científicos no solo están rastreando el efecto del retroceso del hielo en la distribución de los sedimentos, sino que también están descubriendo cambios ambientales más amplios. Estos cambios impulsados ​​por el clima pueden afectar la fertilidad del suelo, la calidad y la composición química del agua.

Los patrones climáticos cíclicos como El Niño amplifican el calentamiento, causando fluctuaciones erráticas en las precipitaciones y un derretimiento rápido. Los científicos predicen que, si estas tendencias continúan, el glaciar del Huayna Potosí Occidental —importante para el agua potable y que los lugareños alguna vez consideraron eterno— podría desaparecer por completo en veinte años.

“Detener el retroceso del glaciar no será posible”, afirma Dercon. “Pero tenemos que captar el agua de varias maneras”. En Bolivia, las comunidades han construido más embalses, incluso de menor tamaño, dragado algunos antiguos y elevado los muros de las presas. La tierra también necesita ser trabajada de forma diferente, moldeada para retener el agua en lugar de perderla, y que el suelo se adapte a ella. En este sentido, reforestar la zona con árboles nativos y detener el sobrepastoreo de llamas y ganado hambrientos son cambios fundamentales para promover suelos sanos y la regeneración de la tierra.

Concientizar a los tomadores de decisiones y movilizar recursos para afrontar los cambios venideros es el primer paso crucial y un resultado importante de las expediciones. Al igual que el establecimiento de una red internacional de monitoreo a lo largo de los Andes y el Himalaya. Esta red ha proporcionado información sobre cómo las partes del mundo cubiertas de hielo (conocidas como «criosfera») se ven afectadas por el cambio climático y cómo el retroceso de los glaciares afecta también a quienes viven río abajo.

Lo cierto es que estos glaciares, que antes se creían inamovibles, se están desvaneciendo más rápido de lo previsto.

Ahora es el momento de conservar lo que queda. Las instituciones gubernamentales y los agricultores del altiplano boliviano están intentando captar el agua que se libera mediante embalses y presas para tener una mayor capacidad de amortiguación. Además, se están desarrollando nuevos acuerdos sobre el uso del agua para garantizar que no surjan conflictos en el futuro.

Al trabajar con los gobiernos y los agricultores para derivar estas soluciones a partir de los datos recopilados sobre los glaciares, los científicos, capacitados por la FAO y el OIEA a través de su Centro Conjunto FAO/OIEA y el programa de cooperación técnica del OIEA, ayudan a generar conciencia y a encontrar soluciones para un mundo que un día podría quedarse sin glaciares.



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Elena Rusca

Periodista, corresponsal en Ginebra

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