Crónicas de un país anormal

¡Cómo un hombre puede tener tanta ambición de poder! La frase de Piñera contra Maduro y las vueltas de la historia

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Foto: Presidencia de Chile

“Cómo un hombre puede tener tanta ambición de poder que es insensible al daño que ha provocado a su país, ha destruido la democracia y no ha respetado los derechos humanos”. (Presidente Sebastián Piñera al mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro). Esta frase, letra por letra, incluida las comas, le caen perfectamente ahora a Sebastián Piñera.

 

Los antecedentes históricos y las pruebas fácticas demuestran que la única salida a una crisis tan grave como la chilena es devolver el poder a los únicos detentadores, los ciudadanos, y el canal democrático posible para comenzar a resolver la ruptura entre representados y representantes es la convocatoria a un plebiscito.

 

Piñera y sus ministros son tan obtusos que aún no captan que estamos en una crisis de dominación plutocrática de proporciones que, hoy o mañana, terminará con el derrumbe sin retorno de una oligarquía y casta política abusadoras y la rebelión de un pueblo, que se niega a continuar siendo una caterva de vencejos, (borregos).

 

Qué gana el Presidente de la República con llamar al “diálogo” a los jefes de todos los partidos políticos si está enfermo de narcisismo crónico y, además, sufre de un déficit atencional que le impide comprender lo que se le dice, así se lo repitan una y mil veces: sin ninguna mala intención, Sebastián Piñera sólo es capaz de dialogar con Sebastián Piñera.




 

Un caso, como el de nuestro jefe de gobierno, es perfectamente pasible de una acusación constitucional, de la cual, seguramente, escapará pues no cuenta con los dos tercios de los miembros del senado. Como lo decíamos en el artículo anterior, ningún Presidente de la República en ejercicio ha sido acusado; sin embargo, cuatro ex Presidentes lo han sido: dos ex dictadores, (Carlos Ibáñez del Campo y Augusto Pinochet Ugarte), y los otros, por autoritarios, (Manuel Montt y Arturo Alessandri Palma).

 

Si se salvara ahora del incendio que él mismo ha provocado, y tuviéramos verdadera democracia, al término de su mandato el ex Presidente Piñera debiera ser sometido a un juicio de residencia, (acusación constitucional). La acusación, por ejemplo, contra el ex ministro del Interior, Andrés Chadwick, es impecable desde el punto de vista de la legalidad y de la legitimidad: la aplicación del Estado de Emergencia y el resultado de 21 chilenos muertos a causa de esta situación, además de los heridos, torturados y detenidos arbitrariamente, son responsabilidad del mando supremo: el Presidente de la República, jefe máximo de las Fuerzas Armadas y de Orden y de su ministro del Interior.

 

El pacto social es una invención de los filósofos de la Ilustración, (Hobbes, Rousseau y Locke), que supone un acuerdo tácito entre la ciudadanía y quienes detentan el poder.

 

A partir de la revolución de Norteamérica, el pacto social está consignado en una Constitución, (Inglaterra se rige por una Constitución no escrita, surgida de la gloriosa revolución); en el caso chileno, desde 1833 todas las Constituciones han sido ilegítimas en su origen y sólo se han mantenido por su aceptación en el ejercicio de las mismas, por consiguiente, es difícil referirse a un pacto social cuando una de sus partes nunca ha participado en la construcción de tal acuerdo. Es útil recordar que los plebiscitos de 1925 y de 1980, fueron completamente fraudulentos: el primero, no se respetó el voto secreto, y los colores de las papeletas, rojo, a favor de la propuesta de Alessandri, azul, por un parlamentarismo renovado y blanco, a favor de una intervención militar, (por supuesto, triunfó el rojo), hacían fácilmente visible la opción del ciudadano y así poder controlar al cohechado.

 

En la Constitución de 1980 el plebiscito fue amañado por el tirano, corrupto y ladrón del dictador Augusto Pinochet, y los fraudes denunciados, a través de todo el país, fueron múltiples: no existieron, por ejemplo, los registros electorales, y hubo pueblos en los cuales los resultados fueron superiores al número de habitantes.

 

Las tres Constituciones que nos han regido, la de 1833, después de la batalla de Lircay, en la guerra civil en que ganaron los conservadores, dirigida por el militar Joaquín Prieto, posteriormente Presidente de Chile, un traidor y mentiroso, que persiguió violentamente al militar demócrata y liberal, Ramón Freire; la de 1925, impuesta en la Comisión Chica, por la prepotencia del discurso del inspector del ejército, Mariano Navarrete; la de 1980, redactada por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán Errázuriz, llena de trampas y ataduras. Todas estas estas Cartas Magnas han sido impuestas por la bota militar.

 

El gran error de los demócratas, (entre quienes me incluyo), es haber aceptado el pacto con Pinochet, negociado entre cuatro paredes, (encabezado por Carlos Cáceres y representantes del NO), que nos llevó a aceptar la “legitimidad” en ejercicio de la Constitución de 1980, (incluso, el ex Presidente, Ricardo Lagos, se arrepintió de haberla firmado cuando habló, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet, del “papel en blanco”). La transición transaccional, sumada a los cocteles entre el verdugo y las víctimas, nos condujo a construir un Chile, modelo del neoliberalismo, y la capital mundial del abuso contra los pobres y oprimidos. Ya sirve de muy poco el volver al pasado y tratar de arrepentirse, nos equivocamos y debemos reconocerlo: nunca hay lamentarse ni justificarse, y como dirían los clérigos, el perdón sólo vale si se repara el mal ocasionado, (debo reconocer que mi amigo, Luis Maira, dio en el clavo al tratar en uno de sus libros sobre la necesidad de no transar con la Constitución dictatorial).

 

Ahora llega la oportunidad feliz de refundar la República, que fue destruida el 11 de septiembre de 1973.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

1º de noviembre de 2019          

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