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Los ladrones ¿son felices o infelices?

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A ojos del Ministro del Interior, el título de esta crónica, bien puede ser una ambigüedad semántica. Cualquiera se confunde. Los ladrones son felices, pues se indignan cuando los tachan de infelices. En rigor, los únicos ladrones infelices son aquellos que terminan en la cárcel, por robar un celular. Da prestigio robar los fondos de una ISAPRE o de una AFP. Ni hablar de los recursos del país. Desde hace tiempo, las iglesias y parroquias se llenan de penitentes infelices, que concurren a pedir perdón. La honestidad ha permeado nuestra patria y nadie quiere ser tildado de infeliz. Menos aún de sinvergüenza, la peor de las injurias. ¿Acaso no somos un país donde reina la felicidad? Hay oasis por doquier, esparcidos a lo largo de litoral, aunque el litoral sea de diez familias.

Siempre a los ladrones les sonríe la felicidad, pues saben dónde y cómo robar. En el cine hay una película de 2006, titulada “Arte de robar”, que viene siendo una guía para quienes deseen dedicarse a este oficio, tan próspero y antiguo como la humanidad, por no decir, más viejo que la prostitución. No es generosa la literatura en el tema comentado, lo cual es de extrañar, si vivimos en una sociedad donde robar es bien visto.

De tanto buscar y hacer consultas, encontré la siguiente información sobre un libro: “Arte de robar o Manual para no ser robado” ensayo del escritor Dimas Camadula. “Se  trata de un verdadero manual para no ser robado. Es el vademécum de todo hombre de bien. Es decir, este arte de robar es un arte explicado en beneficio de los que no son ladrones”. El autor no es chileno y debería ser español. Usa seudónimo, para impedir que los ladrones le vayan a desvalijar el piso. Robar y ser un infeliz, se juzga una desdicha. Robar implica cambiarse el apellido, subir en la escala social y codearse con la elite. Que a alguien se le impute ser ladrón y acusarlo enseguida de infeliz, es una afrenta a su dignidad. En este oficio hay un escalafón. No es lo mismo robarse la alcancía del nieto para ir a empinar el codo al bar de la esquina, que apoderarse del agua de un país. Un ladrón de prosapia, no va a andar robando gallinas. ¿Cómo no ofenderse si alguien los acusa de infelices rateros?

En tiempos de pandemia, la lengua se suelta, afila a causa del encierro y hay personas inclinadas a ver sinvergüenzas hasta debajo del catre. Para el escritor Rafael Barrett, “Un ladrón es un financista impaciente”, filosofía que aplican estos infelices, perdón, los caballeros felices si quieren enriquecerse al amparo del gobierno. Cualquiera cae en la tentación de hacer una lista de ellos, más larga que la cola de un cometa. Sin embargo, el pulso tiembla, la mano se agarrota y nombrarlos, produce pánico. Faltaría tiempo para emprender semejante tarea. Escribir críticas y denunciar a los infelices, es decir, a los felices dedicados a administrar un país en su propio beneficio, se ha convertido en una actividad peligrosa. Nos viene a la memoria “Yo acuso” de Émile Zola y de infinidad de otros escritores, que denunciaron la corrupción de sus gobiernos. Nunca se ha aclarado si el escritor francés murió a causa de un crimen. Mientras dormía, inhalaba el monóxido de carbono de la estufa de su habitación.




Obligados a mantenernos en rigurosa cuarentena, la rebeldía se aquieta y se ingresa en un estado de modorra. Desde hace siglos, la oligarquía se roba el país y no constituye sorpresa. Sí, debemos reconocer, que tiene sabiduría para realizar su trabajo de zapa. Se nace dotado de semejante virtud, la cual se traspasa de generación en generación. Y en este asunto, querida comunidad, la sabiduría no es feudo del medio pelo.

Por Walter Garib

 

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