Crónicas de un país anormal

España y las elecciones permanentes

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El sistema parlamentario español exige, cuando no hay un partido mayoritario, la formación de coaliciones: en el pasado reciente el escenario político dominado por dos partidos, (el PSOE y el PP), podía funcionar sobre la base de gobiernos solitarios, o bien, apoyado por pequeños partidos nacionalistas; hoy, con un esquema a cinco partidos, la situación se torna más compleja.

 

En la derecha, hasta hoy  minoritaria, se disputan la primacía el Partido Ciudadanos y el Partido Popular, en que el primero aumentó su representación parlamentaria, mientras que el segundo tuvo una ostensible baja, según resultados de las elecciones del mes de abril último.

 

En la izquierda, el PSOE se consagró como la primera fuerza, con 125 diputados; Juntas Podemos bajó su  votación a 24. Ninguna de las combinaciones, fuese de derecha o de izquierda,  lograba la mayoría absoluta para formar gobierno, por consiguiente, la izquierda estaba más cerca de reunir los votos necesarios para alcanzarlo, pero tenía que conseguir el apoyo de los independentistas catalanes y vascos.

 

La unión de todos los partidos, (exceptuando el PP), logró la salida de Mariano Rajoy del gobierno, pues el Partido Popular se encontraba involucrado en graves acusaciones de corrupción; en efecto, un fallo por parte los Tribunales de Justicia lo consideró culpable.




 

Pedro Sánchez, líder del PSOE, intentó formar gobierno con el centrista Partido Ciudadanos, pero no logró la mayoría necesaria para conseguir la investidura. Los socialistas  envistieron contra Unidas Podemos, acusándolos de aliarse con la derecha.

 

Pedro Sánchez formó un gobierno socialista en solitario, sin embargo, al votarse el Presupuesto para el 2020, los independentistas le negaron el voto obligando a Sánchez a desistir, y así continuar con un gobierno en funciones.

 

Se suponía, tal como lo había prometido Pedro Sánchez, que se daría inicio a las conversaciones entre el PSOE y Unidas Podemos, a fin de formar gobierno, pero todas estas tentativas fracasaron, pues Pablo Iglesias – con razón – aspiraba a contar con la vicepresidencia y la representación proporcional a sus votos en los Ministerios. Por el contrario, Sánchez quería que se celebrara un acuerdo programático, y que Unidas Podemos, siguiendo el ejemplo portugués, apoyara al gobierno socialista solitario sin participar directamente en él.

 

Pablo Iglesias, por su parte, aducía que su Partido aportaba 4 millones de votos que, sumados a los siete millones  de los de los socialistas, completarían once millones, y que él no podía traicionar a sus votantes dejándolos sin representación en el gobierno. Según Iglesias, Sánchez dejó pasar todo el mes de agosto, (época de vacaciones), sin haberse comunicado con él    a fin de reiniciar el diálogo.   

 

Después de muchos dimes y diretes, Pedro Sánchez puso como condición que se excluyera el nombre de Pablo Iglesias para ocupar el cargo de vicepresidente, un veto inédito en la historia de la transición española.

 

Cuando se acercaba el día D para tener que obligar a elecciones, las proposiciones de urgencia iban y venían: Pablo Iglesias proponía un gobierno transitorio hasta la  aprobación de los Presupuestos, y si los socialistas no estaban satisfechos con la alianza, Podemos dejaría los Ministerios, pero seguiría apoyando el gobierno de Sánchez en el Parlamento.

 

Por su parte, Sánchez propuso a Unidas Podemos una vicepresidencia, un ministerio y dos subsecretarías, que tendrían el nombre de ministerio. Pablo Iglesias dijo estar de acuerdo si se agregaban facultades para temas que controlaran el precio de los arrendamientos y sobre el Trabajo.

 

Sánchez, en una entrevista de Prensa manifestó que no podía dormir tranquilo en La Moncloa, así cambiara cinco veces de colchón, si formaba un gobierno con Podemos. Así las puyas iban y venían (como la Cueca de Guatón Loyola).

 

El PSOE, que tiene el corazón dividido, ora pololea con Ciudadanos, ora con Unidas Podemos, intentó de nuevo formar gobierno con  Ciudadanos, pero Albert Riveros no aceptó la propuesta, pues como ambicioso que es  quiere convertirse en líder de la derecha, y está convencido de lograrlo en las elecciones del 10 de noviembre próximo.

 

Rotas  las conversaciones debido a la mezquindad de los partidos de izquierda, que privilegian sus intereses a los de los ciudadanos, no quedó otro camino que el rey, Felipe VI, disolviera el Parlamento y convocara a elecciones, que ya sumarían dos en el presente año.

 

España tendrá que enfrentar, para el próximo período, problemas muy difíciles: en primer lugar, la recesión que, de seguro, vendrá en el primer semestre del 2020; en segundo lugar, el fallo del juicio de los líderes catalanes; en tercer lugar, la salida de Inglaterra de la Unión Europea, que repercutirá en todos los países que la integran.

 

La historia demuestra que la izquierda desunida siempre ha sido y será vencida. Cabe preguntarse por qué los partidos políticos que se autodefinen de izquierda son incapaces de lograr la unidad. Algunos explican este fenómeno de división  por el predominio de la ética de la convicción,  es decir, las ideas sobre los intereses, mientras que en la derecha los intereses, especialmente económicos, los une.

 

Por desgracia, hoy la izquierda está dominada por un pragmatismo ramplón y miserable, y la razón de su división obedece a intereses partidarios y personales, y no al servicio de los desposeídos.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

20/09/2019            

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