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Una independencia con sentido eurocéntrico

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Ante la asunción del electo presidente de Argentina, Javier Milei, el próximo 10 de diciembre, creo que es dable destacar que, aunque algunos analistas se han referido a que sería un fenómeno nuevo, el racismo, el liberalismo a ultranza, la xenofobia, etc. del nuevo presidente, no es más que la impronta que nos ha dejado el conjunto de pensadores, representativos de la etapa de la organización de las repúblicas latinoamericanas.

El mismo Milei, el día de su elección manifestó: “Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia”.

Una Independencia con sentido eurocéntrico (*)

“Para un cierto europeo que apenas salía de la oscuridad intelectual del Medioevo, la súbita aparición de tierra y seres no comprendidos en su ámbito de pensamiento le produjo una fuerte disonancia cognoscitiva que se hizo más grave aún porque consideraba, apoyado en la revelación bíblica, que su sistema cognoscitivo era el único válido y universal para el mundo. Con base en esto último, una determinada Europa pretendió implantar posteriormente una especie de propiedad privada intelectual sobre el planeta. El hombre con mayúscula, el hombre como patriarca de la conciencia se hizo en Europa (‘Dubito, ergo cogito; cogito, ergo sum’). En suma, durante largo tiempo, se atribuyó que la conciencia siempre ha pertenecido a esa Europa. Esta creencia también fue internalizada por las sociedades colonizadas. El asunto de si tenían o no alma, por ejemplo, dependía del juicio que sobre ello hiciera ese intelecto europeo.




“De allí, que, en el siglo XVI, si algo no existía previamente en dicho pensamiento europeo, entonces se ‘descubría’. Una vez ‘descubierto’, para apropiárselo intelectualmente, se procedía a nombrarlo. Así, Europa bautizó el continente americano y le aplicó, como era de esperarse, sus propias categorías taxonómicas y analógicas”. (Lourdes Arizpe, en Leopoldo Zea (coord.), América Latina en sus ideas, 1986.)

En efecto, desde el siglo XV hasta el XVII se observa un denodado esfuerzo de ese hombre europeo por acomodar esas tierras y esos seres a su concepción del mundo. Bueno, hay que tomar en consideración, que hoy, cinco siglos más tarde, su designio imperial, sigue estando vigente: para ciertas corrientes de pensamiento, América Latina sigue siendo lo que los poderes “imperiales” quieren que sea.

Una batalla ideológica

“Las ideas como toma de conciencia de la realidad. Toma de conciencia a partir de la cual podrá ser creado un mundo más justo, y, por justo, capaz de originar la anhelada paz entre hombres y pueblos. ‘Entre los hombres y los pueblos –decía el benemérito Benito Juárez- el respeto al derecho ajeno es la paz’.

“Preocupación central en este análisis de la cultura a partir de las ideas sobre la realidad que le dio origen, ha sido el de la conciencia de América y, su natural aspiración, la libertad. Esta, nuestra América había entrado en la ‘historia’, pero una historia que le era ajena, esto es, bajo el signo de la dependencia. Este continente más que descubierto en 1492 había sido encubierto por los anhelos, deseos, ambiciones y codicia de sus encubridores, conquistadores y colonizadores. Encubrimiento que abarcó a todas las expresiones de la sociedad y la cultura. Simón Bolívar, el gran prócer de la liberación latinoamericana, decía: ‘Los americanos en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores.  

“Queriéndose borrar el pasado colonial impuesto se buscó fuera de la ‘única’ realidad el ‘modelo’, el modo de ser de lo que no se era y no se quería ser. Los grandes ‘modelos’ se encontraron en las pujantes culturas ‘modernas’, en las ‘nuevas civilizaciones’ que, al expandirse, buscaban la justificación a nuevas formas de colonialismo. Así, pretendiéndose borrar la servidumbre del pasado se hipotecó el futuro. Fue la experiencia cultural de los civilizadores positivistas latinoamericanos que soñaron con hacer de esta América, otros Estados Unidos, Inglaterra o Francia; con hacer de sus hombres sajones los ‘yankees del sur’. Intento inútil, pues los mismos grandes imperios se opondrán a la posibilidad de que otras naciones y hombres se les igualen y les disputen la hegemonía impuesta a sus empeñosos imitadores. Pronto se tomaría clara conciencia de la nueva colonización y, con ello, de la necesidad de liberarse de ella”. (Leopoldo Zea, América Latina en sus ideas, Siglo XXI-UNESCO, México, 1986.

Para liberarse del mundo y la cultura impuesta por el “descubrimiento” y la conquista española, la generación que sigue a los libertadores se va a empeñar en lo que llamará “emancipación mental” de esta América. Para ello, sin embargo, recurre a nuevos “encubrimientos”, el de la cultura de los pueblos que en Europa y en Norteamérica han alcanzado la máxima expresión del “progreso” y la “civilización”. El mundo indígena, el mundo ibero y su mestizaje, quedarán enterrados ¿para siempre? Tal fue el proyecto de los civilizadores y los positivistas latinoamericanos: Sarmiento y Alberdi sus más fieles representantes.

“…No parece exagerado decir que la relación de nuestra América con el mundo llamado occidental ha de convertirse en una de las preocupaciones básicas de ciertos pensadores latinoamericanos de la época: una época fundamental, porque es el momento en que nuestra América intenta organizarse en forma de naciones modernas.

“Pero a esa época de organización la antecede, en lo inmediato, la de la ruptura política. Se suceden las guerras independentistas, cuyo ímpetu generoso cuaja en  el ideario lleno de destellos magníficos –aunque con frecuencia utópicos- de hombres como el ‘Libertador’ Bolívar, quien quiso conservar en la independencia la unidad que Hispanoamérica había tenido en la colonia; pero no pudo hacer realidad su proyecto; en vez de la unidad que hubiera debido facilitar una modernización, un desarrollo capitalista poderoso, nuestra América se fragmentó aún más, corroída por lastres arcaicos, y se hizo presa relativamente fácil de Occidente. Bolívar había previsto: es menester que la fuerza de nación sea capaz de resistir con suceso las agresiones que pueda intentar la ambición europea; y este coloso de poder, que debe oponerse a aquel otro coloso, no puede formarse sino de la reunión de toda la América meridional’. El proyecto bolivariano incluía también, apoyado en aquella unidad y aquel desarrollo, la proclamación de una originalidad, de una autoctonía americana que no desconocía los valores de Occidente, pero que en forma alguna se contentaba con repetirlos. Por el contrario, subrayando con su habitual energía nuestras peculiaridades, Bolívar exclamaba en 1815: ‘Nosotros somos un pequeño género humano (…) no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles’, y en 1819:

Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado; el europeo se ha mezclado con el indio y con el africano. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”. (Roberto Fernández Retamar, en América Latina en sus ideas, Op. cit.).

Pero el conjunto de pensadores representativos de la etapa de organización de las repúblicas latinoamericanas mostrará por lo general otro rostro. Ya había dejado atrás el proyecto más modesto, aunque necesario: el de impulsar las burguesías nacionales en las repúblicas nacidas de la fragmentación del mundo colonial ibérico. Parecía que estos hombres de pensamiento burgués, iban en busca de una burguesía nacional. Esto, no hace más que avivar en estos pensadores, su voluntad de separarse definitivamente de las viejas metrópolis y asumir otra filiación: no quieren ser ya españoles o portugueses de ultramar, porque pretenden ser “occidentales” de ultramar.

Ya Andrés Bello, dirá explícitamente en 1844, que “la misión civilizadora que camina –como el sol- de Oriente a Occidente, y de la que Roma fue el agente más poderoso en el mundo antiguo, la España la ejerció sobre un mundo occidental más distante y más vasto”. “Comparemos- dice en 1843- a la Europa y a nuestra afortunada América con los sombríos imperios del Asia (…) o con las hordas africanas en que el hombre (es) apenas superior a los brutos”. (Citado por Fernández Retamar, Op. cit, ).

Pero Andrés Bello (recordar que el venezolano es el fundador de nuestra Universidad de Chile), no es el único que está en este tipo de predicamentos. Es así que en 1845 el argentino Domingo Faustino Sarmiento publica su Civilización o barbarie, obra que no estuvo libre de polémicas, pues para él “civilización”, es lo occidental, mientras que “barbarie”, en este caso, son las persistentes y originales realidades americanas.

Veamos que nos dice Fernández Retamar sobre el polémico Sarmiento: “En su libro Conflicto y armonías de las razas en América (1883), escribirá: ‘en el Conflicto (…) de las razas, quiero volver a reproducir, corregida y mejorada, la teoría de Civilización o barbarie’. Dejemos que el propio Sarmiento nos exponga, en sus claras palabras, esa teoría corregida y mejorada”:

Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América, en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra; merced a estas injusticias, la Oceanía se llena de pueblos civilizados, el Asia empieza moverse bajo el impulso europeo, el África ve renacer en sus costas los tiempos de Cartago y los días gloriosos de Egipto. Así pues, la población del mundo está sujeta a revoluciones que reconocen leyes inmutables; las razas fuertes exterminan a las débiles, los pueblos civilizados suplantan en la posesión de la tierra a los salvajes.

Con el objeto de complementar la idea que ciertos pensadores liberales tenían sobre los pueblos originarios, las contradicciones con el pensamiento de los libertadores y, por si fuera poco, el odio y desprecio característico típicamente occidentales, reproduzco un párrafo del fiel representante del liberalismo argentino, Juan Bautista Alberdi, también citado por Fernández Retamar, tomado de sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (1852):

Hoy mismo, bajo la independencia, el indígena no figura ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil (…) El indígena nos hace justicia: nos llama españoles hasta el día. No conozco persona distinguida de nuestras sociedades que lleve apellido pehuenche o araucano (…) ¿quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto?, ¿quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés? En América, todo lo que no es europeo es bárbaro: no hay más división que ésta: 1º, el indígena, el salvaje; 2º, el europeo, es decir, nosotros ().

Estos pensadores sudamericanos de aspiración burguesa llegaron a hacer suya de tal manera la ideología de las burguesías de los países capitalistas, que impregnaron plenamente, inclusive aspectos de esa ideología como el racismo y el consiguiente desprecio por los pueblos no occidentales, es decir, nuestros propios pueblos; este racismo y desprecio imprescindibles para facilitar la tarea conquistadora y expoliadora que había realizado y continuaba realizando Occidente, esta vez con la colaboración de pensadores locales contaminados con tales ideas.

Un pensamiento con sentido libertario

A contracorriente de este pensamiento enajenado de ciertos prohombres del liberalismo, que por desgracia era bastante extendido en varios países de nuestra América recién “liberada”, surgen otros pensadores latinoamericanos con ideas y actitudes en pro de una independencia real de la metrópoli y de las concepciones occidentales con las que se quería alienar el proceso de organización política, social, económica y cultural de nuestras nacientes naciones. Como muestra de estas nuevas ideas, sólo mencionaré, a vía de ejemplo, a José Victorino Lastarria y a Francisco Bilbao, dos chilenos reconocidos en toda la América Latina, por sus aportes críticos expresados en sus respectivas obras.

(*) Texto correspondiente a un capítulo de mi último libro Reconstruir nuestra idea del mundo, Palabras Latinas, Santiago, 2021.

 

Por Hugo Murialdo

 

Periodista, escritor, magíster en Ciencias de la Comunicación, magíster en Filosofía Política y cursos de posgrado en Estudios Latinoamericanos

 

 

 

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Periodista, escritor, magíster en Ciencias de la Comunicación, magíster en Filosofía Política y cursos de posgrado en Estudios Latinoamericanos

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