Debate

La Convención y los prejuicios

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¿Qué es lo que ha hecho que la Nueva Constitución, que se está redactando, -aún antes conocerse y aprobarse su texto definitivo-, esté siendo prejuiciada más que la de cualquier proyecto de ley o reforma constitucional que se haya escrito hasta la fecha?

De modo general, para que un proyecto constitucional pueda ser objeto de prejuicios tienen que cumplirse, sucesivamente, algunos requisitos. En primer lugar, que las normas a redactar, y las que ya se están dando a conocer, sean normas nuevas, es decir, que no se encuentren socializadas al interior de la comunidad política y social.  Sin embargo, no todo norma jurídica por el hecho de ser nueva va a ser objeto de prejuicios, en cuanto necesita también cumplir con un segundo requisito, esto es, que sus alcances deben ser de magnitud y profundidad tal, de modo que puedan poner en riesgo los fundamentos que sostienen la ontología política y cultural que se pretende cambiar (Constitución del 80).

Es decir, que por más que otras leyes y reformas constitucionales hayan revolucionado ciertos aspectos de las normativas políticas y culturales vigentes,  el horizonte ontológico sobre el cual han descansado los nuevos preceptos no ha cambiado la esencia del corpus central de aquello que se quiere modificar, una modificación que se ha quedado en una pura reforma cosa bien distinta a lo que es un cambio real. Para el caso, cambio y reforma no son sinónimos, antes bien, antónimos, pues la reforma  viene a representar una pura cosmética y no un cambio real,  sus alcances no apuntan al meollo de su centro, para el caso,  el carácter de Estado subsidiario, que es el lugar desde donde derivan las formas institucionales que dan vida a todas las relaciones de convivencia, al interior de nuestra sociedad.

De otra parte, -ya entrando en el campo de la sociología-, siendo lo nuevo, lo emergente, una novedad, ello lleva implícito cierto grado de desconocimiento e inestabilidad, por lo que la emergencia de pensamientos que antes no se encontraban presentes, y el desconocimiento que avizora un proceso que aún no termina por consolidarse, es lo que en definitiva coloca en un estado de incertidumbre a todo aquello que, en la posibilidad de su realización, no se va a saber muy bien su grado de efectividad. Hhistóricamente, los ciudadanos, en todos los ámbitos de sus vidas, siempre le han temido a lo desconocido, por lo que a todo aquello que se avizora como nuevo, a  lo que se aparta de lo ya conocido, lo llena de incertidumbres y de no pocos temores.




Por lo mismo, las ideas prejuiciadas lo van a ser en un sentido negativo, en tanto se desconfiará de ellas por encontrarse asentadas sobre un suelo poco seguro. Y siendo que toda incertidumbre produce cierto grado de temor, ello llevará a que el ciudadano/a no pueda sustraerse a dicha impronta, por lo que preferirá aferrarse a aquello que tiene por seguro, encontrándose dispuesto a rechazar todo pensamiento nuevo, prejuiciándolo de antemano, atribuyéndole los valores negativos más inimaginables.

Dentro de este ámbito, hay que tener en cuenta que en el discurrir de la praxis, en la adquisición de nuestros conocimientos, recibimos una nutrida información desde muy variadas fuentes, las que por cierto, sólo excepcionalmente van a coincidir unas de otras. Puestos ante esta disyuntiva, no los queda más remedio que emitir nuestros juicios del mejor modo que podamos acomodarlos, intentando hacer una síntesis de todo lo que nos ha llegado por las distintas fuentes. Por lo mismo, nuestras opiniones finales se van a expresar arrastrando un doble sesgo, por una parte, las subjetividades que les pusieron los medios transmisores, a través de los cuales recibimos las informaciones, a lo que habría que agregar  nuestra propia subjetividad que también hace su juego.

Desde edades muy tempranas, el ser humano tiene una gran capacidad para aprender, para captar, por sí sólo lo que acontece a su alrededor. Este aprendizaje se realiza, sobre todo, por observación, es decir, no es necesario experimentar uno mismo todas las situaciones, o bien conocer el pensamiento o hecho en sí, para poder expresar nuestras ideas respecto de aquello que se somete a nuestro juicio.

Sin embargo, a pesar de esta capacidad innata, en un buen decir,  el ser humano es también permeable a las opiniones y experiencias que le transmiten los demás. He aquí una de las primeras razones desde donde se originan los prejuicios derivados de las distintas lecturas a través de los medios de comunicación, artículos, ensayos, etc. Fuentes derivadas de pensamientos  que se suben a la palestra pública, que se dijeron en determinados momentos por una diversidad de protagonistas. Y es en este punto cuando se empieza a complicar  la comprensión de los textos y decires,  dándose comienzo a una larga seguidilla de supuestos, los cuales finalmente nos derivan a que en la mayoría de los casos, nuestras decisiones terminen por ser el resultado de prejuicios adquiridos, prejuicios que ya se encuentran adherido en nuestra piel desde mucho más atrás del momento en que tenemos que tomar la decisión

Trasladado esto, al campo filosófico, no olvidemos que ya Nietzsche nos advertía en Ecce Homo, que “las realidades no existen, solo existen las interpretaciones” Y vaya el valor que tiene este juicio filosófico, pues trasciende a todo clase de realidad cualquiera sea su ámbito y origen. Y no sólo en el campo de la filosofía, sino hasta en la misma ciencia se produce el mismo fenómeno, cuestión que es advertida por el  físico Alberto Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. En no pocas ocasiones este juicio de Einstein lo podemos corroborar en la praxis, no sólo en la del  ciudadano común, sino aún hasta en los intelectuales más reputados. Cuando se logra emplazar un prejuicio, resulta realmente complejo superar esa obcecación, porque los prejuicios son previos al juicio de la razón. De hecho, muchas veces, lo que hacemos es generalizar, o prestar atención discriminada a aquellas cosas que refuerzan nuestra creencia previa, de forma tal, que ejercen una forzada presión para que “la realidad” encaje con el preconcepto.

En un sentido general (hay muchas definiciones) los prejuicios son actitudes, reacciones, creencias u opiniones, que no se basan en una información o experiencia suficiente como para alcanzar una conclusión rotunda. Literalmente, se define como un juicio previo, que se realiza acerca de una persona o un pensamiento, o cualquier hecho que acontezca en la realidad del mundo que nos rodea. O bien, se puede definir como una estrategia perceptiva, que predispone a adoptar un comportamiento negativo hacia aquello que se está conociendo, una generalización errónea y rígida respecto de ese objeto, y que prescinde de datos objetivos de la realidad. Por esta razón acompaña fenómenos personales, interactivos y sociales que son difíciles de erradicar.

Los prejuicios suelen convertirse en  férreos tiranos, determinando nuestra manera de ver el mundo, estigmatizando nuestras relaciones con distintos grupos del colectivo social. Están presentes en todos los ámbitos y actividades de nuestra vida, e implican una forma de pensar  íntimamente vinculado con comportamientos prejuiciosos, por sutiles que éstos  sean. No en vano, nos llevan a juzgar, de antemano, a cualquier pensamiento, persona, o situación en base a características que se encuentran alojadas fuera del centro del problema, asociaciones imaginadas, sin que éstas tengan ninguna experiencia real y directa sobre las mismas.

El prejuicio puede ser entendido como aquella consideración sustentada en una idea recurrente y multifuncional; o sea, que aparece con frecuencia  en los pensamientos del sujeto, y que es utilizada en varios pesados argumentos con idéntico significado o valor. Esto supone el anquilosamiento o la cristalización de la misma por el uso cuasi automático de la idea en diversos contextos no conectados, acabando por quedar estancada en un único y poli funcional significado.

A priori, podríamos deducir que, no existen  juicios y opiniones asépticos entendiendo,  de algún modo, que éstos van a arrastrar ciertos sesgos, dependiendo éstos de cómo es que la información que se nos proporciona, -aquella que ya viene sesgada-, la entregamos, a posteriori, agregándoles también nuestros propios sesgos, nuestros propios prejuicios. Lamentablemente, estas situaciones son más recurrentes de lo que se pudiera esperar,  ante la imposibilidad de saber, al detalle, de todos los complejos y numerosos entresijos que se entrecruzan y permean a través de los vehículos transmisores que nos relatan o dan cuenta de los distintos corpus a que recurrimos para tomar conocimiento.

Razones de índole cultural, de una escasa o nula formación escolar, son elementos que juegan a favor de los prejuicios, ayudando a la formación de un imaginario socialmente adherido a su ser, dejando fuera, de lado, los verdaderos preceptos constitutivos  de los fenómenos expuestos a su examen. Aparentemente, aquejado por una casi constante falta de oportunidad para revisar y ampliar o modificar las ideas que sostienen sus vínculos, el individuo va acendrando la tendencia a recurrir a ‘lo que tiene a la mano’. Así, apelando a la presunta efectividad de cierta idea, la actualiza de acuerdo a sus propios escasos presupuestos cognoscitivos, sin atender a las peculiaridades de la demanda presente. Vale decir, se deja llevar inconscientemente por el abuso subjetivo del mecanismo de la mera repetición. Una persona que tiene prejuicios puede no querer conocer la realidad para que las evidencias no le demuestren que se encuentra  equivocada. .

El prejuicio no sólo es el producto de un enjuiciamiento no analítico, se trata de una apreciación que, por basarse en una idea impropia y recurrente, resulta inhibidora de los cambios que se aprestan a advenir, no atendiendo a los necesarios aprestos que le son inherentes al discurrir del proceso histórico social. Concomitantemente, por la interactividad o reiteración de tal juicio, éste deviene discurso, latiguillo o muletilla. Por ello, pierde contenido significativo o semántico; se vuelve un puro automatismo, pues el sujeto sin los ajustes o precisiones del caso, lo emplea igual.

Ahora bien, ¿Es normal tener prejuicios? ¿O es anormal? Por des fortuna tener prejuicio es un hecho que se presenta normal. Todos los tenemos en mayor o menor grado. Lo es, porque hasta ahora no se ha conocido a alguien que no los tenga. Visto así, el problema no tendríamos por qué preocuparnos, sin embargo pasa a ser un capital problema, cuando nuestros prejuicios describen gran parte de lo que somos y en cómo los expresamos, pues en muchos casos dejan huellas emocionales negativas. y traumáticas a quienes son víctimas de ellos.

En fin, sin prejuicios pareciera ser que no podríamos vivir. Son una forma de intentar acotar nuestro mundo, de hacerlo más manejable. No tenemos ni tiempo ni capacidad para conocer todos los detalles de todo lo que nos rodea, y por eso ponemos límites, creamos categorías, construimos prejuicios.

Una cosa que no se puede soslayar, en la construcción de los prejuicios, es el papel que juegan los medios de comunicación La presión diaria que ejercen sus mensaje, de todo tipo,  bien  se hacen notar, pues contienen  todos los elementos para dar curso al ejercicio de la manipulación. Manipulación no tomado como un término del todo cerrado, sino más bien como un concepto asociado a la idea de que la ambigüedad en lo humano, como realidad ontológica que lleva sobre sí el hombre, es volcado en favor de tal o cual proyecto, o tal o cual acción, sin que el sujeto se dé cuenta de ello. Por tal, una opinión que aparenta ser libre, no es sino la expresión de condicionamientos inducidos que actúan desde el lado de afuera hacia los subconscientes hasta terminar por minar las resistencias más estoicas. Sin embargo, reconocer la manipulación contraría la conciencia de la adultez y, por tanto, tal posibilidad, aunque sea un dato de la realidad tiende a ser negado, fundamentalmente, por aquellos mismos que son manipulados.

El prejuicio, cuando proviene de una sola persona, o de un grupo, en la generalidad de los casos, sus daños no tienen alcances muy significativos y las más de las veces son ignorados, sus daños tienen alcances limitados. Pero cuando esos prejuicios se inducen por el poder dominante, éstos en una especie de corrillo sin fin se magnifican, se universalizan, naturalizándolos en el hombre común, haciendo que el prejuicio creado, cauce un daño que no puede ser más desastroso como lo hemos comprobado en todos los casos en que ello ha quedado expuesto a nuestra exposición. Y estos prejuicios, que cada vez están apareciendo como más masivos,  a decir verdad es una historia que ya tiene una larga data. Basta remitirse a la época del nazismo, en donde ya en ese entonces se hacía oficial, en Alemania, como política comunicacional oficial, el mentir y más mentir hasta que la mentira quede.

Ya Gramsci en sus notas referidas al carácter de la opinión pública señalaba, que cuando el Estado quiere iniciar una acción impopular o poco democrática, empieza a ambientar una opinión pública que sea adocilada a tales propósitos. Sirviéndose de los aparatos ideológicos del Estado es capaz de crear una sola fuerza que modele la opinión de la gente y, por tanto, la voluntad política nacional, convirtiendo a los discrepantes en “un polvillo individual e inorgánico.” Esto quiere decir que la adhesión “espontánea” de las masas a los propósitos y fines del sistema, no implica una adhesión racional y consciente, sino más bien el resultado de un proceso compulsivo y manipulador, capaz de dejar en total estado acrítico a los que recepcionan el mensaje.

Ahora bien, es sólo a partir de los años 80 que la perspectiva cognitiva, dentro de la psicología del prejuicio,  ha empezado a investigarse más seriamente. De acuerdo al modelo explicativo cognitivo, el prejuicio proviene de procesos básicos mentales que todos los seres humanos tenemos. Nuestra mente trabaja constantemente para simplificar la complejidad del mundo externo que nos rodea. Una forma en la que nuestra mente simplifica la gran cantidad de información que nuestros sentidos perciben, es a través de los procesos de categorización, los que tienen una base de automatismo importante Por este proceso nuestra mente organiza la información que percibe  en categorías generales, las que  se pueden guardar organizadamente, y luego sacarlos a relucir, cuando las circunstancias lo estimen necesario y así lo requieran. Los estereotipos surgen, precisamente, de este proceso de categorización Por lo tanto, desde esta perspectiva, el concepto del estereotipo juega un rol importantísimo en el prejuicio pues es un prejuicio más general, más totalizador.

Según la definición que se recoge en la RAE, un estereotipo consiste en una imagen estructurada y aceptada por la mayoría de las personas como representativa de un determinado colectivo. Esta imagen se forma a partir de una concepción estática sobre las características generalizadas de los miembros de determinada colectividad. Se trata de una representación o un pensamiento inalterable a lo largo del tiempo, que es aceptado y compartido a nivel social por la mayoría de los integrantes de un grupo, o de una región, e incluso nación.

La cultura cinematográfica es un buen ejemplo demostrativo de la representación de estereotipos. Las películas norteamericanas, por citar un caso, entre tantos otros, suelen representar estereotipos de la servidumbre; por lo general éstos casi siempre en las pantallas aparecen como los negros o los latinos. Antiguamente se creían en las brujas y como tales se consideraba normal quemarlas en hogueras. Más después se creía que las mujeres rubias eran tontas, superfluas, o bien que los judíos son ávaros y que los musulmanes son terrorista, en fin una larga lista de categorizaciones que culminan en estereotipos.

Ahora bien, todos los prejuicios, se representan  en elementos ya sean verbalizados o escritos, sin embargo los estereotipos se escapan de tales representaciones,  respondiendo más bien, a elementos no sígnicos, reproducciones meramente simbólicas. Los primeros por sí sólo se entienden toda vez que, se encuentran perfectamente delimitados en el campo lingüístico, El segundo de ellos, vale decir, los sistemas sígnicos no verbalizados ni escritos, se encuentran construidos con códigos diferentes a los sonidos articulados  y de su transcripción gráfica. Conllevan en sí connotaciones negativas o afirmativas según el mensaje que se intenta hacer consumir.

Los elementos sígnicos no verbales ni escritos no los voy a definir, sino ejemplarizar.  Tomemos, por ejemplo, La Estatua de Libertad, que está emplazada a la entrada de Nueva York, es un elemento sígnico no verbal por excelencia, ello por cuanto nos reproduce y nos representa un sinnúmero de mensajes que sirven todos ellos para potenciar la imagen de la sociedad norteamericana, Es un mensaje sígnico no verbal muy completo, toda vez que, tal imagen, al venir a representar la entrada a una nación, que se tilda como paradigma de la libertad, tal libertad inmediatamente se asocia como producto y efecto inmediato de la potencialidad económica producida por la libre empresa norteamericana. Está claro que en este mensaje sígnico, no verbal ni escritural,  encontramos una mediación, al decir de Carlos Marx, entre la base material, potencial económico (infraestructura), y la libertad (superestructura), un contenido sígnico que encierra una gran carga ideológica al sistema capitalista como tal.

Por último están los ejemplos de los spots publicitarios que vemos a diario en la televisión, son la mejor expresión de los mensajes sígnicos no verbales, en donde sólo se muestran las imágenes de ciertos productos, de los cuales se supone que después de verlos en sus supuestas bondades que les imprimen las imágenes, tendríamos que estar tentados a consumirlos. En suma, todos los emblemas, banderas y escudos nacionales, corresponden a elementos sígnicos con connotaciones nacionalistas, porque tras ellos se representan a grupos sociales específicos delimitados centro de una concepción territorial.

En esta época caracterizada por el vértigo, la fugacidad y la inmediatez, los ritmos vitales se aceleran, aunque no siempre esto resulte forzoso. El tratamiento de muchos asuntos es realizado al estilo de los, tan en boga, magazines televisivos: aporte mínimo de datos, en el mejor de los casos; lapso de ‘desarrollo’ del tema comprendido en el transcurso entre avisos comerciales. Ambos hechos confluyen en otro rasgo de la dinámica actual, la superficialidad. No es difícil advertir que un manejo de la información como el descrito remite casi fatalmente a la carencia de análisis crítico.

Puede hablarse de una tendencia ‘light’, por la cual se sobredimensionan las apariencias en detrimento de aspectos sustantivos. Íntimamente ligada con esta tendencia se encuentra la liviandad en las actitudes e intenciones. Problemas que deberían ser considerados con detenimiento y prudencia, son tratados al modo de un flash informativo, lo que implica un pseudo tratamiento. Éste puede ser relacionado con el efecto que Lippmann, en La opinión pública, le atribuye a la opinión pública: ella termina imponiendo versiones parciales y distorsionadas de la información como si se tratase de genuinas verdades. Tal logro se sustenta en la tendencia individual a evitar el trabajo reflexivo acerca de los datos recibidos.

Resumiendo, ya sean juicios, ante juicios, prejuicios, interpretaciones o lo que se quiera, estos ya no vienen siendo expresiones libres que respondan a los libres albedríos de cada cual. Los hay, claro está, pero dichos juicios, cada vez más, por des fortuna, van siendo los menos. En un panorama así de desolador no resulta extraño que los prejuicios se naturalicen dentro de la opinión pública con tanta facilidad.

Por eso, a modo de advertencia, ante el momento político y social que estamos viviendo en el momento que estamos redactando una nueva constitución, la élite política y empresarial, ante el advenimiento que ven venir del término de muchos de sus privilegios, están recurriendo a construir prejuicios sobre la Nueva Constitución, incluso aún antes que ésta esté terminada, y menos aún que todavía no la conozcamos como tal.

Entonces…¡OJO!…Estar alertas, a no dejarse contaminar por los prejuicios inducidos por la élite y sus aliados mercenarios de los medios de comunicación,  porque ello sólo tiene una razón de ser, un solo propósito, que la gente no vote por el APRUEBO, aún a costa de perder la oportunidad por ganar sus derechos, tantas veces negados.

 

Por Hernán Montecinos

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Escritor-ensayista Valparaíso

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  1. Serafín Rodríguez says:

    Sea como sea, con la nueva Constitución seremos la envidia del mundo, especialmente de Noruega, Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Suecia, Suiza y Canadá!

  2. Gino Vallega says:

    Si naciste y fuiste criado bajo el principio TERRAPLANISTA , te va a costar convencerte que es REDONDA. No se si va a haber tiempo para que la comunidad se convenza de las bondades de la Nueva Constitución.

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