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Idiotas

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En su oportunidad, Albert Einstein dijo, mientras bebía café: “Todo está en el uso de la tecnología. Ya sobrepasó a la humanidad y ahora, sólo habrá una humanidad de idiotas”. Nadie se atrevería a dudar de la sabiduría de este científico. Se han cumplido los plazos y las palabras proféticas de Einstein, han quedado esculpidas en la piedra. En cualquiera de las tantas piedras que van a sobrevivir al desastre. Esas mismas piedras donde se esconderán las cucarachas, las únicas que van a sobrevivir a la hecatombe. Nuestro planeta que apenas es un grano de arena en la inmensidad del universo, y al parecer no tiene fin, sangra y se encamina al albañal. A la cloaca, donde se arrojan los restos que produce una sociedad hedonista.

El hombre, creado por Dios según algunos, ha fallado en su intento por cuidar el planeta tierra, su hogar, el cual se le dio para vivir en él. A diario se esmera por destruirlo, obsesionado por doblegar la naturaleza a su favor. No le importa si similar actitud involucrará desgracias, unidas a la muerte. Quienes son ateos, buscan otras interpretaciones. Entre creyentes y ateos, la discusión es permanente y parece no concluir. Si nuestro planeta se desintegra y termina disperso, nadie quedará para referir a las futuras generaciones, las historias vinculadas a la humanidad.

El novelista ruso Fiódor Dostoievski, escribió “El príncipe idiota”, considerada una de sus obras maestras. Se anticipó a infinidad de autores que han abordado el tema de moda. También el chileno Alberto Blest Gana, plasmó en su novela “El loco estero” la vida de don Julián, a quién se le encarcela en su propia casa y se le acusa de estar demente, lo cual es falso. En paralelo, el español Francisco de Goya, autor de las majas vestida y desnuda, pintó varios temas sobre el idiota, para contribuir al reconocimiento del personaje, que nos acosa. A modo de enriquecer este tema sobre las majas, se le preguntó al escritor chileno Dionisio Albarrán, qué pensaba sobre ellas. Respondió, mientras se sobaba el peludo mentón: “A mí me seduce la vestida, pues a la desnuda, no hay qué quitarle”.

Si en otra época al idiota se le aislaba y las familias procedían a encerrarlo en las casas de orates o en el sótano del hogar, hoy por hoy, tiene tribuna. Gobierna y dirige los destinos de la humanidad. Inventa instituciones y empresas para depredar y engañar, mientras hace votos de humildad. Se le venera, al escuchar de su boca un intríngulis, donde las palabras que pronuncia, parecen sabias. Hacerse el idiota o el tarado, se convierte en ventaja. Nuestro siglo, vendría a ser el de la rampante idiotez. Fin a la cordura, donde reflexionar se ha convertido en una suerte de majadería.  Quienes nos dedicamos a escribir, oficio que se enseña a los siete años, comprobamos despavoridos, cómo la nueva Carta Magna, “Cuchufleta” o trampa destinada a idiotas, de aprobarse, nos sometería a la censura. A mantener la boca cerrada por propia iniciativa, obligados por la ley. Una suerte de paradoja, en un país donde la poesía, nos dio dos Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda.




Así se abre una incoherencia, que nos conduce a cuestionar la “cuchufleta”. Redactada por malabaristas profesionales, artistas en el manejo del lenguaje marrullero. Sirvientes vinculados a la política, que pululan en los pasillos del poder. Una manada de idiotas, acostumbrados a reírse del prójimo.

 

Walter Garib

 

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Escritor

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