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Cómo hacer fracasar la Convención Constitucional

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Desde las sombras, personajes de distinta calaña, proyectaban boicotear la Convención Constitucional. Durante meses se preparaban, pues continúan idolatrando la constitución de 1980. Alistaban sus manos peludas para meterlas en la masa. Les sobrevino el pánico al perder en las elecciones del 15 y 16 de mayo. Desde esa fecha histórica se propusieron provocar incertidumbre y a desprestigiar la convocatoria a la Convención Constitucional. El 4 de julio, utilizando mañas y supercherías, obstaculizaron su iniciación. “Es lo justo” vociferaban, si afuera del ex Congreso Nacional se manifestaba el pueblo y su presencia, los atemorizaba.

“¡No hay garantías para elegir a nadie! ¡Esto es una farsa!” Gritaba un dinosaurio pinochetista, que se ignora porqué no está en la cárcel. Mientras tanto, sus socios paniaguados, al verse huérfanos de apoyo, decidieron postergar la asonada.

A la vez el gobierno de los infelices, como lo bautizó la doctora Izkia Siches, intentaba explicar la razón de las anomalías, la generalizada trifulca, pero balbuceaba y se encogía de hombros. Desde luego, culpaba a sujetos externos, empresas fantasmas y a una involuntaria descoordinación, ajena a sus facultades. El programado quiebre no se produjo y los cabecillas se diluyeron en las sombras. ¿De dónde vendría el apoyo destinado a sumir en la anarquía a la convocatoria? Al comprobar los insurrectos la firmeza y coraje de la doctora mapuche Elisa Loncón, presidenta de la Convención Constitucional, se tragaron la ira. Querían amedrentarla y descalificarla, mientras el apoyo del pueblo, volcado en las calles, garantizaba la continuidad de la convocatoria. A modo de reafirmar su inquietud por los hechos, Elisa Loncón advirtió: “Es difícil escribir una Constitución, mientras las comunidades nuestras, están militarizadas”.

El respaldo a la subversión se diluía, mientras  se agotaba la paciencia del país. No parecía ser la fecha adecuada. Al no existir indicios de borrasca y próximas lluvias torrenciales, la sedición decidió postergar la asonada, y realizarla en fecha propicia o entregarse al destino de la historia. Al principio, lograron paralizar y boicotear la instalación de la mesa directiva, utilizando triquiñuelas y argucias de ilusionistas. ¿Qué falló? ¿O los facciosos o quinta columnistas tuvieron miedo y se quedaron en la casa? Cuando hay elecciones generales en el país, las instituciones encargadas realizan un impecable y minucioso trabajo. En esas oportunidades se movilizan miles de personas, recursos, instalaciones de mesas, urnas y las estructuras en general, cumplen a cabalidad sus objetivos. ¿Cómo entender ahora, que albergar a alrededor de 150 personas, darles alojamiento, alimentación, apoyo de movilización, entregarles lápiz y papel, haya constituido un galimatías? Chile ha realizado olimpíadas, campeonatos de fútbol, congresos, simposios y jamás se le ha criticado su organización.




Quienes fallaron en sus propósitos sediciosos el domingo 4 de junio al boicotear la Convención Constituyente, intentarán una y otra vez, sembrar dudas sobre la redacción de la Constitución. Criticarán el lenguaje, la ortografía, la puntuación y dilatarán los acuerdos hasta la saciedad. Ojo. Se debe vigilar a la imprenta encargada de publicar La Constitución y enseguida, volverla a leer tres veces con lupa en mano. Y bueno, al final de esta historia de suspenso, los empleados de la oligarquía, cuyos sueldos los paga el pueblo, alegarán que sus representantes, no fueron escuchados. Sí, atemorizados por una turba, que día y noche los vigilaba desde la calle. “El terror se apoderó de nuestra alma herida, por esa gentuza populachera”, dijo alguien. Una señora que en su juventud fue del medio pelo, agregó que la nueva Constitución, no va a tener una pizca de olor a la de 1980. Lo cual es un vulgar menosprecio a la historia, convirtiéndose en una afrenta hacia quienes, son los verdaderos dueños de Chile. Como tarea urgente, mientras el pueblo vigila, la Convención Constitucional debe exigir la inmediata libertad de los presos políticos.

 

Por Walter Garib

 

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