Poder y Política

La Constitución de 1925 y su espera de siete años para aplicarla

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Dos caudillos, Carlos Ibáñez del Campo y Arturo Alessandri Palma, marcan la historia de inicio de la restauración de la “monarquía presidencial”; ambos se odiaron y llegaron a la presidencia de la república por dos períodos: Ibáñez, en su primer mandato fue, en la práctica, un dictador y, en el segundo, intentó gobernar democráticamente, resistiendo las presiones de los militares de la “línea recta”, (abogaban por un gobierno militar). En el caso de don Arturo Alessandri, durante su primer gobierno se convirtió en “el tribuno de la plebe”, y fomentó la corrupción de la “execrable camarilla”, (favoreció a sus dilectos amigos quienes se inclinaban a usar el dinero fiscal para su beneficio personal).

El General Ibáñez, un mediócrata, oriundo de Linares, comenzó como Ministro de Guerra a “co-gobernar” con Alessandri, que era la condición de los militares para el retorno del Presidente de su exilio en Italia. Paulatinamente, Ibáñez fue ganando popularidad y quiso competir como candidato a la presidencia de la nación, pero Alessandri ya tenía su propio candidato, Armando Jaramillo; el gabinete ministerial había acordado abstenerse de influir en dicha campaña que, en pleno presentó su renuncia en su calidad de secretarios de Estado que, establecido en la Constitución de 1925, debían hacerlo. Ibáñez, que era “macuco”, (especie de cualidad para los chilenos que la confunden con astucia), pretextó un fuerte dolor de cabeza para irse a su casa e, influenciado por los militares jóvenes, se negó a renunciar a su cargo de Ministro de Guerra, Al día siguiente, don Arturo Alessandri le pidió la renuncia y, como Ibáñez se negara, (al igual que en 1924, Alessandri renunció a la presidencia de la república, dejándole el poder a su ex rival de 1920, don Luis Barros Borgoño). Ibáñez había dejado una carta al Presidente en la cual le decía que en todas las Constituciones chilenas el Presidente no puede actuar sin la firma de un Ministro, por consiguiente, yo como único Ministro, debo rubricar todos los Decretos.

Ibáñez, ya dueño del poder, convocó a los presidentes de los distintos partidos políticos a fin de proclamar el candidato único a la primera magistratura. Don Emiliano Figueroa Larraín fue el candidato designado, un caballero ex balmacedista, dandy que le encantaba pasar el tiempo entre coctel y coctel, fue elegido como Presidente de Chile. El ideal de la aristocracia era el tener una vida de ocio y, en lo posible, vivir a costa del dinero fiscal, es decir, del de todos los chilenos. En este plano, Figueroa se ajustaba a los requerimientos de su clase.

Durante el gobierno de Figueroa, Ibáñez, como Ministro, hacía y deshacía: creaba conflictos permanentes con los otros dos poderes del Estado: sus peleas con los miembros del Congreso llegaron hasta el punto de poner en riesgo la democracia, y su principal enemigo era el presidente de la Cámara, Rafael Luis Gumucio Vergara, quien osó dar la espalda al Ministro Ibáñez cuando le pidió perdón.




Desde Diego  Portales hacia adelante, y hasta ahora, a la oligarquía le conviene un hombre fuerte en el Ministerio del Interior para evitar rebeliones militares. En ese caso, asustados los jefes de los partidos políticos, nombraron como premier a don Manuel Rivas Vicuña, (llamado “portalito”, uno de los más hábiles políticos de la época parlamentaria), quien se consideraba lo suficientemente seguro y poderoso para frenar los intentos golpistas de Carlos Ibáñez.

El Hotel O´Higgins, en Viña del Mar, en ese entonces se consideraba como lugar de descanso y comodidad, donde se hospedaban las clases rectoras de la sociedad chilena. Un personaje reservó una suite de ese Hotel descubriendo, junto a la biblia, un escrito dentro de sus páginas donde Ibáñez había escrito sobre golpe de Estado en contra la Marina, (estaba en contra de Ibáñez y su camarilla).

La aristocracia insistía al Ministro Rivas que sacara del gobierno, de una vez por todas,  al conspirador, Carlos Ibáñez del Campo. El premier Rivas tenía en sus manos la posibilidad de hacerlo pues, bastaba con mostrarle el texto de la conspiración contra la Marina para que Ibáñez, ya descubierto, presentara su renuncia al cargo de Ministro de Guerra. Don Manuel, que tenía costumbres de caballero, no pensó jamás que Ibáñez, en su presencia, iba a tragarse el papel con el texto acusador, y cuando lo llamó a rendir cuentas, le dijo Ibáñez: “¿ya lo leyó, don Manuel?”. Rivas renunció dejando a Ibáñez como Ministro del Interior, incluso, con la venia del Presidente Figueroa, que estaba haciendo uso de sus vacaciones, en Con-Con.

El Poder Judicial, bajo la presidencia de Javier Ángel Figueroa, (hermano del Presidente de la república), protegía mediante recursos de amparo a los políticos exiliados por Ibáñez, pero este Ministro pretendió apropiarse de la Corte Suprema, lo que hubiera significado la caída del hermano del Presidente. Con este hecho se rebasó la copa y el Primer Mandatario no encontró otra salida que la de renunciar a su cargo.

Ibáñez ya había enviado al exilio a la mayoría de sus rivales políticos, quedando el camino expedito para ser elegido, como candidato único, Presidente de Chile, (a diferencia de Augusto Pinochet, quien “corrió solo y llegó segundo”, con Ibáñez no ocurrió lo mismo: corrió solo y llegó primero).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

02/10/2021

 

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Historiador y cronista

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