Crónicas de un país anormal

El terrorista siempre es el otro

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Siempre hay que tener presente  que quienes luchamos contra la feroz dictadura de Augusto Pinochet eran llamados “terroristas”, mientras que los funcionarios encargados de aplicar la tortura y la muerte se les consideraba como “defensores” de la democracia.

 

En la Francia de Pétain, en los años 40,  los maquis eran terroristas y los colaboradores de los nazis patriotas.

 

Los anarquistas chilenos, a comienzos del siglo pasado, en su mayoría eran educados artesanos, que vivían en comunidad en las faldas del Cerro San Cristóbal, y seguían la alimentación vegetariana. Estos cultos ciudadanos trataron de fundar colonias tolstoyanas, para imitar la vida campesina de las comunidades fundadas por el gran escritor, autor de La Guerra y la Paz y de Ana Karenina, entre otras muchas obras.

 

Don Carlos Aldunate, (padre del jesuita, Pepe), logró que el Parlamento aprobara una ley de residencia, la cual permitía deportar, sin juicio previo, a cualquier extranjero que se declara anarquista. Sobre la base de estos antecedentes, se hace necesario ser muy cuidadoso en el trato de las leyes antiterroristas y su relación estrecha con los derechos humanos.




 

En el caso chileno la ley antiterrorista, no cumplía con estos estándares de lo señalado por los derechos humanos al respecto, por consiguiente, fue rechazada por Naciones Unidas.

 

Francisco Huenchumilla, una de los senadores decentes de la Democracia Cristiana, tiente mucha razón en temer que la nueva ley antiterrorista que propone Piñera contenga cláusulas contrarias al respeto de los derechos humanos y, sobre todo, que se aplique especialmente en contra de las justas reivindicaciones del pueblo mapuche.

 

El ultraderechista y candidato a presidencia de la república, José Antonio Kast, (predilecto de los medios de comunicación, incluso del que se llama estatal), ha anunciado en múltiples ocasiones su deseo de militarizar la Araucanía. Los chilenos ya hemos aprendido que cuando intervienen los militares, traen la tortura y la muerte.

 

En la llamada “Pacificación de la Araucanía”, el general Cornelio Saavedra dividía a los mapuches en pacíficos y terroristas, tan cual lo vienen haciendo todos gobiernos desde el comienzo de la transición a la democracia y hasta ahora.

 

Los organismos de inteligencia, en la mayoría de los casos, no son tales, y emplean secretamente algunos métodos reñidos con la democracia y el respeto a los derechos humanos, (durante el último tiempo hemos conocido los intrincados montajes que emplean las fuerzas de orden e, incluso, la justicia, como lo hemos conocido a través de la operación “Huracán”, como también en el montaje que llevó al aleve asesinato de Camilo Catrillanca y la Operación Jungla, (recordemos que es una imitación de las políticas represivas del ex Presidente Álvaro Uribe, un delincuente que ha escapado de la justicia amparándose en el fuero parlamentario).

 

Combatir el narcotráfico y el terrorismo es, por cierto, una tarea importante, pero que exige más inteligencia que fuerza, y el saber infiltrar a estas organizaciones es una tarea prioritaria.

 

Hay que ser muy ignorante, sobre todo en la historia de nuestro pueblo, para creer que estos grupos que se declaran “anarquistas”, lo sean realmente. En Chile, a diferencia de Europa, los ácratas de comienzos de siglo no seguían la propaganda por los hechos, en la cual cayeron, desesperados por la lejanía del triunfo, los seguidores de Ravachol.

 

En Chile, en los años  20 del siglo pasado el juez prevaricador José  Astorquiza Libano  preguntó  al mártir Domingo Gómez Rojas que si se declaraba anarquista, a lo  cual  él respondió que no tenía los méritos para llevar tal nombre; toda la acusación se basaba en unos apuntes de un estudiante de química, que se suponía, podrían servir para armar bombas. Tal fue el hostigamiento que murió loco, en el manicomio.

 

La democracia sólo se defiende con más democracia, y siempre hay que ser muy cuidadoso con la aprobación de leyes coercitivas que pretenden defenderla, pues en muchos casos, “los cuidados del sacristán terminan por matar al señor cura”.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

04/08/2019

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