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Más allá de la pandemia, la humanidad

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Durante la actual pandemia, he guardado silencio sobre cuestiones de fondo, más que por sorpresa, por la extraña impresión que genera una “Muerte Anunciada”, usando la gastada referencia a la obra de García Márquez.

 

Extrapolando la figura, podemos referirnos a que son consecuencias previsibles, a lo menos en su sentido general. Es evidente la tensión destructiva de las circunstancias actuales del ser humano, porque esto, sin duda, va más allá de las aristas de salud pública generadas por un virus sin control.

 

Tras el término de la segunda guerra mundial, existen dos hechos que cambian en profundidad la vida de la humanidad:

 

El primer hito, generó una “epilepsia generalizada” de los imaginarios paradigmáticos anti capitalistas, frente a una modificación violenta del escenario histórico. Esta fue la caída vertiginosa (aunque también prevista) de las instalaciones concretas del ideario político marxista y cuyo desplome da origen a la asonada planetaria de la globalización capitalista, que marca su fiesta de graduación con el “atentado” a las Torres Gemelas.




 

Esta nos enfrentó en un contexto magnífico y sin precedentes, a la distensión de las viejas contradicciones, hoy novedosamente modificadas en sus cuestiones específicas, pero ya metodológicamente categorizadas por el materialismo dialéctico y sus reinterpretaciones contemporáneas. No obstante la lapidaria evidencia de ellas, su subyacente realidad ha sido  intensamente negada por quienes se esmeran en encontrar una hebra de la realidad que les permita opacar la certera interpretación de las fuerzas medulares y materialmente variables de la historia, sus dinámicas, sus crisis y su comportamiento general.

 

Ya podremos enfrascarnos en la discusión de la expresión concreta de las categorías, y podremos seguir jugando a la interpretación en fácil y rígida de los conceptos de clase, de burguesía, de proletariado, de Poder y de Estado; de hegemonía y de rol fundamental de la economía. Lo podremos seguir haciendo desde estrategias arteras que proyectan sin contexto y sin legitimidad alguna, lo esencial del pensamiento de Marx: la explicación dialéctica de la historia, más allá de su extenso y magistral ejemplo sobre el comportamiento de la sociedad del capital y la menudencia de sus fuerzas concretas, que naturalmente reflejó las condiciones coetáneas, reales y específicas de su expresión histórica.

 

Así como la mañosa rigidez teórica es una plataforma ilegítima y traicionera, también resulta ilegítimo pretender suprimir el concepto eje de contradicción antagónica fundamental, que debemos reconocer que en términos esenciales, sigue identificando ontológicamente al Estado Moderno y las bases de su organización política hegemónica. El marco teórico marxista entregó las luces y faros de navegación, incluso a la propia clase protagonista de la construcción histórica del Estado burgués, hasta su actual condición evolutiva.

 

Siempre me ha parecido desafortunado el concepto de posmodernismo, porque se instala parasitariamente en el cuerpo de la modernidad, como una sustanciación de su sola espiritualidad, y todas sus transformaciones ideológico-categoriales, sobre la base de ciertas constantes históricas fundamentales: esto es hoy, la globalización del estado de relaciones esencialmente económicas que consagra su justificación y todas sus crías, como un supuesto nuevo estadio histórico, pero que no es otra cosa que la exacerbación del patrón de acumulación de la riqueza y sus formas de poder, con la consecuente dinámica de sus vectores.

 

La cruzada febril de la burguesía internacional por borrar toda certeza histórica de su antítesis ideológica, busca desautorizar ante el imaginario colectivo y ante los trabajadores, toda plataforma teórica útil y resumir los hechos a simples episodios de una exitosa serie de varias temporadas. Como si fueran productos de moda de los caprichos del mercado, han querido cambiar desplazar y anular, conceptos suficientemente explicativos, como por ejemplo el de “imperialismo como fase superior del capitalismo” o proyectando la misma lógica conceptual, el de la “globalización como fase superior del imperialismo”.

 

Esta no es una invitación a la pasividad, en la ilusoria esperanza de que un determinismo histórico coloque las cosas en dirección conveniente, aclarando además que la conveniencia debe ser materialmente definida.

 

El siglo XXI y especialmente el último decenio, ha ido mostrando las claves que revelan descarnadamente, que nada ha cambiado en profundidad: ni el comportamiento de las fuerzas productivas, ni la concentración de la riqueza, ni la clara tendencia al abismo de la humanidad que conocemos. Lo digo particularmente así. No quiero sugerir ni promover una idea apocalíptica, cuando digo “abismo de la humanidad que conocemos”, porque no pienso el concepto “humanidad” en la misma extensión que la piensan los grandes propietarios de las grandes corporaciones mundiales, o como sus expresiones menores y funcionales, localizadas en regiones geográficas específicas. Tampoco la pienso como los dueños de la industria financiera y de bienes y servicios de nuestra simple provinciana realidad país. La pienso simplemente en la ecuación lógica de que el actual modelo de comportamiento general de la especie empuja –evidentemente- a un colapso, cuya ruta puede tener más que necesariamente un único destino posible, porque son las mega-fuerzas de la historia las que se debaten en la lógica de la lucha intestina por la sobrevivencia.

 

El segundo hito de estos setenta años de posguerra, es el que actualmente concentra la atención de toda la humanidad. Este segundo hito de magnitud planetaria se desenlaza a partir de la propagación pandémica de un virus que puede tener un impacto social insospechado, más allá de la razonable preocupación por su tasa de mortalidad, porque su coyuntura histórica representa condiciones nunca vividas por la humanidad y que dicen relación fundamental con la dinámica de las comunicaciones, con el comportamiento y condición de las  variables tecnológicas y productivas; tiene que ver con el estado de los poderes económicos, políticos y militares; con las fuerzas culturales y densidades demográficas, y tiene que ver, por supuesto y significativamente con condiciones eco sistémicas.

 

La crisis sanitaria y el lindo del baile:

 

El COVID-19 es algo que en el contexto de esta mirada, lo podemos llamar un epifenómeno. Representa una variable lateral y secundaria, vinculada a la realidad que focaliza nuestra atención. Hoy es un virus, pero su efecto y decantación histórica pudo ser iniciado por una crisis alimentaria o un mega-desorden climático o cualquier ruido capaz de interferir la inercia del curso de la productividad económica. Y uno de ellos pudo y puede -a su vez- desencadenar la reacción en cadena de todos los otros y muchos más. Pudo ser una variable calculada o fuera de control. El COVID-19 alcanza el protagonismo que alcanza y puede alcanzar el que alcance, por las específicas condiciones en que interactúan las fuerzas sociales contemporáneas. En este sentido y con independencia de la naturaleza de su origen, interviene la realidad social y tensa sus condiciones dinámicas, imponiendo un escenario obligado en que se moverán las variables fundamentales del devenir ‘constructivo’ de la historia.

 

Sería una irresponsabilidad completa perder de vista que este desequilibrio en la salud pública de la humanidad en su conjunto, aparece en el momento en que las contradicciones estructurales de la economía planetaria, alcanzan niveles de fricción global de masas, sin precedentes en el nuevo orden de fuerzas hegemónicas, en que los desplazados se redefinen social y políticamente y se reorganizan desde una desarticulación casi total, volviendo a  polarizar fuerzas sociales, hoy desde miradas políticas y culturales profundamente diferentes.

 

Esta pandemia ocurre también, en la circunstancia en que el viejo poder expansivo del imperialismo se contrae ante un bloque oriental poderoso, que no ha sepultado sus viejas convicciones antagónicas con USA y su arco de alianzas; ocurre en un momento en que la OTAN se desvanece y Estados Unidos, que desde la posguerra ha representado el poder más violento y expansivo, se encuentra en una muy desfavorable posición geopolítica, en referencia a sus capacidades logísticas estratégicas. También ocurre cuando las técnicas productivas comienzan a prescindir de miles de millones de seres humanos que pueblan el planeta, tras las necesidades de una revolución industrial que se superó a sí misma, con la nueva era de las carreteras informáticas y la cibernética. Ocurre cuando la medicina avanza en lograr una longevidad posible, cada vez mayor, y las condiciones de confort, comodidad y consumo sofisticado, se transforman en modelos deseables e inalcanzables para otros miles de millones, cuya conciencia le ha hecho parte de una vida que se les debe.

 

Esta pandemia ocurre cuando las exigencias de un sector relativamente minoritario, pero inmensamente poderoso de la humanidad, pierde como nunca antes, su voluntad para regresar por el otro y persigue en una carrera desbocada, la explosión de sus deseos y la capacidad real para avanzar en el sueño de su propia inmortalidad o la exploración del espacio, pero también cuando demasiados miles de millones, sólo quieren apenas ser vistos como sujetos de derecho y vivir las condiciones que la modernidad ha demostrado que es una realidad ya consumada para el ser humano.

 

No puedo decir lo que va a ocurrir, pero la pandemia que hoy azota a la humanidad, si bien es una realidad que se puede manipular mediáticamente, es también la caída libre de esta supuesta realidad, figurada como una necesidad de la universalidad del ser, que sólo da cuenta de un segmento reducido de su  misma humanidad.

 

La pandemia que vivimos hoy es un escenario que debate al ser humano en la sobrevivencia biológica, pero para demasiados seres humanos, la biología es asumida simplemente como condición inevitable en el devenir del cosmos. No obstante ello, hoy se ponen a prueba nuevas condicionantes políticas para esa biología y se enfrentan universos antagónicos, en tanto un sector tradicionalmente empoderado, pretende prescindir del otro, asegurando su estatus de privilegios  y de hecho así lo harán y lo están haciendo en diferentes ámbitos y magnitudes, como lo demuestra, por ejemplo, el emplazamiento naval norteamericano frente a las costas de Venezuela, para impedir el desembarco de ayuda humanitaria y frenar la expansión de la peste que amenaza la vida.

 

Finalmente, los miles de millones de desplazados de la humanidad sólo tendremos a favor nuestra capacidad de reorganizarnos y la extensa selección natural que nos ha hecho sobrevivir a una larga historia de privaciones y nos pone en la actual incógnita de ser o no, organismos adaptados y adaptables de la especie.

 

Tarde o temprano, la economía no podrá seguir paralizada, pero el punto es para qué y para quiénes serán los muertos del camino. La experiencia nos dejará muchas lecciones y esperemos que nuestros procesos sinápticos individuales y colectivos sean capaces de sacar partido de ellas. Estoy seguro que ese sector materialmente preparado tomará y siempre toma medidas correctivas. Pero no creo que llegue a ellas por el interés del otro, sino por el suyo y el de los suyos.

 

Nos queda la esperanza de que en el camino volvamos a reconocernos cercanos al otro, a ese otro específico que comparte un mismo destino, porque este nuevo hito del que hablamos; este nuevo quiebre del estatus quo, anuncia una nueva unidad de clase, que trasciende los márgenes de las categorías marxistas del siglo XX, pero mantiene lo fundamental del sentido lógico del desarrollo del ser histórico.

 

No es tiempo de abandonar nuestros lazos gregarios…tal vez nunca lo será. Seguiremos siendo esencialmente seres sociales e históricos hasta en condiciones de refundación de la vida, tras una tragedia global. Son  muchas las consideraciones técnicas referidas a la pandemia en cuanto pandemia. Muchas de ellas, muy serias y atendibles. Pero llegará el momento no lejano, en que nos enfrentemos a sus efectos terminales y nos daremos cuenta que serán los movimientos estratégicos políticos, los que definirán el camino. Son ellos los que deben  nuestra máxima atención y compromiso, porque los que queden o quedemos de esta guerra, será la humanidad que seguirá haciendo la historia.

 

 

Por Marcos Uribe Andrade

Chiloé, cuarentena de mayo de 2020.

 

 

 

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