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Lo que le pedí a Papá Noel. Posmodernismo y Corona Virus

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El flujo de mensajes negacionistas y conspiratorios sobre el Covid-19 que me llega a través de las redes sociales no disminuye con el tiempo, me da más bien la impresión de que aumenta a medida que nos acercamos a una inminente campaña de vacunación. Las razones de la tristeza que me producen estos mensajes irán quedando claras en este artículo, si bien una destaca por encima de las demás, que es el haber perdido a un familiar muy querido por culpa del virus.

La falta de sensibilidad de aquellos que afirman que un dos y medio por ciento de mortalidad es una cifra menor no solo me produce dolor, sino que además me resulta ofensiva, porque ¿qué significa un dos y medio por ciento? Un dos y medio por ciento es el equivalente, en España, a 50.000 muertes (escojo España como ejemplo porque es el país donde vivo, pero el argumento es extrapolable a cualquier otro). Ese dos y medio por ciento, aun habiendo tomado las medidas de restricción de movilidad, profilaxis, confinamiento y distanciamiento social que se han tomado, se ha llevado en nueve meses a 50.000 personas, que es el equivalente a toda la población de una ciudad como Segovia.

Un dato a tener en cuenta, para evitar caer en confusiones de cifras o en la demagogia, es que las desgraciadas muertes por gripe común en España están por debajo de los 2.000 casos al año. 50.000 casos por Corona Virus en nueve meses contra menos de 2.000 en todo un año. Esto se explica por la facilidad de transmisión del Covid-19 y no tanto por su capacidad mortífera, que también, doble razón por la que es necesario evitar su propagación a toda costa.

Las proyecciones de lo que hubiese ocurrido si no se hubieran tomado medidas son tan sencillas de imaginar como espantosas. Si no se hubiese hecho nada y se hubiesen seguido los consejos de negacionistas y defensores de la inmunidad de rebaño, hoy estaríamos hablando de cifras en España que alcanzarían los cientos de miles de muertes, habitantes de ciudades y más ciudades enteras sacrificados. ¿Es este el precio a pagar para que los supervivientes queden inmunizados? ¿No es una estrategia repugnantemente parecida a las políticas de exterminio sistemático de las dictaduras padecidas en Latinoamérica y en la Europa nazi-fascista?




¿Qué ocurriría si no se vacunara un porcentaje significativo de la población? La respuesta es espeluznante, porque no se alcanzaría la inmunidad necesaria para vencer a un virus que, al continuar mutando hacia formas más virulentas, catapultaría esta crisis a la zona alta del macabro ranking de las peores catástrofes de toda la historia documentada de la humanidad.

¿Es esto alarmismo? El alarmismo proviene de la especulación sin evidencias. Lo que tenemos son cifras alarmantes, unas cifras que demasiada gente desacredita por atribuirlas a conspiraciones de lo más variopintas, entre ellas, una de las más rocambolescas pero no por esto la menos exitosa, es la que empieza en la China y después de pasar por laboratorios, accionistas, bancos y gobiernos acaba engordando la cartera de Billy Gates, mientras nos encierran a todos en casa, destruyendo nuestra vida social y nuestra economía doméstica.

Cuán insultante, también, debe resultarle a los profesionales de la salud que se diga que las cifras de muertes están manipuladas, que se lo digan a ellos, que están dándolo todo para que los pacientes que no cesan de llenar las unidades de cuidados intensivos sobrevivan.

Al principio dije que estos mensajes me entristecían, pero es más que eso. La constatación de la falta de espíritu crítico y la facilidad con la que grandes sectores de la sociedad abrazan informaciones carentes de fundamento me provoca un profundo desánimo.

Si no convertimos el mandamiento bíblico de «ama a tu prójimo como a ti mismo» en una especie de reinterpretación social del imperativo categórico kantiano que se resuma en un «ama a tu prójimo más que a ti mismo», no sé qué podremos esperar del futuro.

Aquellos que se niegan a usar la mascarilla o a vacunarse, debido a que sus convicciones los compelen a arriesgar la vida, harían bien en hacer el ejercicio empático de pensar en el otro, en hacer un sacrificio por aquellos que no están en condiciones de arriesgarse, y ayudar así a poner fin a tanto sufrimiento. Este es el regalo que le he pedido a Papá Noel este año.

Por desgracia, los algoritmos de las redes sociales, que nos alimentan hasta atiborrarnos de aquellos contenidos que nos atraen, ayudan a generar tendencias de opinión que favorecen la posverdad característica de esta posmodernidad aturdida, que nos ha alejado durante demasiado tiempo de la búsqueda de certezas, fomentando la creencia de que todos tenemos razón, de que cada uno tiene su verdad y que la verdad de uno es tan válida como la de cualquier otro, lodos que han ido desembocando en un mar cada vez más contaminado por la confusión, en el que cada hueco que la ciencia no consigue llenar es aprovechado por opinadores, iluminados y farsantes de todo tipo que venden su producto a legiones de incautos, siempre proclives a caer en trampas absurdas… Quién nos iba a decir que veríamos manifestarse codo a codo a la extrema derecha supremacista y racista junto a grupos neohippies y new age, fervientes predicadores de «paz y amor».

Es evidente que hay áreas del pensamiento en las que la opinión es lo único que cuenta, pero la opinión de todos no es la certeza de nadie. Lo que está claro es que la salud no es una de estas áreas. Si vamos a evitar millones de muertes no será tomando tres cucharadas de vinagre al día ni limpiándonos el aura. Si salimos de esta será gracias a la vacuna y a la responsabilidad de todos.

Tan lamentable como evidente es que la ciencia no escapa al control de los poderes fácticos, que emigraron del panóptico de Foucault para meterse en nuestros teléfonos, haciendo y deshaciendo a placer en este régimen económico global a su servicio. Dicho esto, en la encrucijada en que nos hallamos, no nos queda más remedio que admitir que estamos en manos de la Ciencia, escrita con mayúscula para protegerla de los que se enriquecen y van a seguir enriqueciéndose a su costa y, por descontado, a costa de todos, aprovechándose de esta maldita pandemia (pecaríamos de ingenuos si no lo viéramos). Pero es que además la mayúscula también me sirve para diferenciarla del vídeo viral del pseudomédico vestido con bata blanca y con un estetoscopio colgando del cuello, o del médico diplomado que otorga categoría de verdad a unos cuantos casos aislados no contrastados.

La Ciencia, la de la mayúscula, que no es infalible y muchas veces es lenta, es de las pocas herramientas que en este universo lleno de incógnitas puede garantizarnos algún tipo de certeza, que es lo que hoy desesperadamente necesitamos para volver a levantarnos y seguir plantando cara. El vinagre y el aura, en el fondo todos lo sabemos, como le cantaba Mina a Alberto Lupo, no son más que parole, parole, parole.

 

Mariela Alende O’Connell

Directora del CAEAC

Centro Alternativo de Exposición de Artistas Contemporáneos

www.lamanchadecolores.com

marieljordi@gmail.com

 

 



Directora del CAEAC Centro Alternativo de Exposición de Artistas Contemporáneos

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