Poder y Política Crónicas de un país anormal

Hay dos órganos prescindibles: la próstata y la presidencia*

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“El Tigre” de la Primera Guerra Mundial, Georges Clemenceau*, luego Presidente de Francia, tenía frases muy duras destinadas a los militares: ´la guerra es un asunto muy grave para confiárselo a los militares´, una gran verdad para el ejército de Chile, dirigido por Manuel Baquedano, durante la Guerra del Pacífico que, si no hubiera sido por la intervención de los ministros civiles, Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara, de seguro, habríamos perdido esa guerra, pues lo único que sabía Baquedano era el envío de los soldados rasos a la muerte. (La escultura que vemos a diario en la Plaza “Baquedano” corresponde a la del general Foch, quien dirigió el ejército francés en la Primera Guerra Mundial; la oligarquía chilena estaba acostumbrada a comprar cualquier tipo de ´cachivaches´, entre ellos muchas estatuas que decoran hoy la Alameda que, de seguro, corresponden a personajes de la historia de Francia y no a personas importantes de la historia local).

Clemenceau escribía: “la diferencia entre un civil y un militar es que el primero puede militarizarse y, el segundo, rara vez puede civilizarse”. La presidencia de la república sería muy útil si no hubiera elecciones.

El siglo XIX en Francia tuvo todo tipo de regímenes políticos: una monarquía constitucional; la Primera República; el imperio napoleónico; la restauración monárquica; la Segunda República, la más corta de todas; el segundo imperio de Napoleón III; la Tercera República, que ocupa el período más largo, (1870-1940). En el siglo XX se instalaron la IV República, después de la Segunda Guerra Mundial, y la V República, creada por Charles de Gaulle, que rige hasta hoy.

En la Francia del siglo XIX existían varias tendencias políticas: monárquicas, seguidores de los Borbones, o bien, de la rama secundaria de los Orleans; Bonapartistas y Republicanos, (quien quiera dedicarse a la historia comparativa de las distintas Constituciones tiene en Francia un modelo muy válido de los distintos regímenes políticos).




En general, el sufragio universal masculino, salvo en la Constitución de Francia del Año I, y la de 1848 – ninguna de las dos llevadas a la práctica – era de tal manera precario que el elector debía colocar el nombre del candidato por el cual quería votar, y en 1848 Luis Napoleón tenía la ventaja de llevar el nombre de su tío, el emperador Napoleón I; de los 7 millones de electores el 90% no sabía leer ni escribir, por consiguiente, los votos eran llenados por el cura o el alcalde.  Luis Napoleón, que pretendía ser socialista, obtuvo el 75% de los votos, y fue el primer Presidente de Francia.

La Constitución, tanto en Chile como en Francia – salvo las Cartas Magnas antes citadas – tenían varios instrumentos infalibles, a fin de asegurar las hegemonías de las oligarquías:

El primero, el analfabetismo político, pues los ciudadanos sabían – como decía Robespierre – ´los miserables tienen que dedicar todo el tiempo a tratar de sobrevivir´, y muy difícilmente logran darse cuenta de los instrumentos políticos usados por la oligarquía para usurparles y/o menguarles sus derechos.

El segundo instrumento era aún más sofisticado: en un sistema bicameral, el senado juega el papel del de un “consejo de ancianos”, es decir, una Cámara que puede discutir más calmadamente los distintos temas y, por consiguiente, frenar las ansias de cambio de la Asamblea Nacional, elegida directamente por el pueblo. Hubo senadores vitalicios y los que duraban 9 años – como en Estados Unidos -, y el senado, garantizaba a monárquicos y seguidores del imperio napoleónico, y también a republicanos, amigos y socios de los banqueros, todo con el fin de que el sistema oligárquico persistiera. (En Chile ha ocurrido con el senado algo parecido: era el escalón previo para que uno de sus miembros fuera elegido Presidente de la República; la mayoría de nuestros primeros mandatarios fueron senadores por Santiago, en la época republicana).

Todas las Constituciones chilenas han sido impuestas por la espada y la bota militar: la primera, (1833), por Joaquín Prieto, militar traidor, cuyos preceptos fueron copiados  por Mariano Egaña y Gandarillas, y que consistía en una burda imitación del constitucionalismo de la restauración, (después del Congreso de Viena); la segunda (1925), fue impuesta por el inspector del ejército Mariano Navarrete; la tercera Constitución impuesta por el dictador Augusto Pinochet, (1980).

En los dos últimos casos, había que hacer creer a los ciudadanos que, por medio de un plebiscito, “estaban de acuerdo y ratificaban” las respectivas Constituciones, y ante el peligro de que los ciudadanos rechazaran el texto de la Constitución, (en 1925, los partidos políticos eran parlamentaristas), había que buscar una trampa que asegurara su aprobación, en este caso por medio del voto rojo, a favor: el blanco, por mantener la antigua Constitución; el azul, a favor de un parlamentarismo renovado. En las de 1980, las trampas fueron de mayor envergadura, por ejemplo, aparecieron más votos que habitantes en una ciudad o un distrito, (en La Pintana, por ejemplo, los vocales de mesa tenían por apellido Errázuriz y Larraín, algunos parientes de encomenderos, y otros, hijos del amor entre patrones e inquilinos).

La historia no se repite, pero sí deja trazas: los oligarcas no era la primera vez que tenían miedo y, a partir del 18 de octubre de 2019, por ejemplo, empezaban a creer que el opio del consumismo y la promesa de convertir a Chile en un país desarrollado era suficiente para tener contentos a los consumidores – algunos los llamaban “ciudadanos”. Por lo demás, había tantas trampas en el sistema político que les aseguraba un cargo de congresistas, y si el pueblo, no los votaba, al menos, la presidencia de una empresa del Estado, con sueldos de varios millones de pesos.

Uno de los pensadores de la Revolución Francesa decía una frase, muy atingente para la actualidad: “un cambio en el régimen económico supone una nueva ordenación de la sociedad”, (que retrata a la perfección los cambios en las clases sociales después del triunfo de NO en el plebiscito de 1988, en Chile). Los “antiguos tribunos de la plebe” se transformaron en senadores y, como es lógico, su barrio y sus amistades de antaño fueron dejadas de lado, al cambiarlos por empresarios y banqueros, quienes felices se relacionaban con estos “izquierdistas, antes vociferantes contra la oligarquía, y hoy, “repúblicos consumados, prudentes y reformistas”.

En noviembre de 2019, antes de que la mayoría de los ciudadanos, enfurecidos por los abusos los enviara al basurero de la historia, los políticos de todas las tendencias se reunieron en el antiguo edificio del Congreso, donde luego de recordar a sus ancestros, tomaron el camino de conceder algo para no perder todo, y optaron por convocar a un plebiscito, que definiera si “la plebe” estaba supuestamente dispuesta a redactar una nueva Constitución para Chile.

Como este grupo de padres conscriptos sigue creyendo que la mayor parte de los ciudadanos son imbéciles, que ya, ni siquiera votan en las comunas populares, parecía fácil ofrecerles algunas trampas, muy bien embaladas en papel de Pascua anticipada, para conseguir que este plebiscito fuera nada más que un juego electoral, como muchos en nuestra historia, pero el intento le resultó al revés: cerca del 80% aprobó la convocatoria a la Asamblea Constituyente, (“Convención Constituyente” según ellos).

Hacerse pasar por abogado constitucionalista no es difícil: aprovechando la autoridad académica, se les ocurrió plantear algunas normas para una buena Constitución: primero, que fuera más corta que un Ave María, sumado a muchas buenas intenciones casi virginales, para que todo siguiera igual; segundo, las buenas Constituciones son las que duran mucho, ojalá, pétreas; tercero, que los artículos aprobados fueran votados por dos tercios de los constituyentes, es decir, casi todos los representes, (excluidos los comunistas); cuarto, los derechistas trataron de pasar “gato por liebre” al mantener artículos de la Constitución de 1980, en aquellos artículos que no lograran los dos tercios; quinto, la nueva Constitución debería ser tan parecida a la anterior, con la diferencia de que no se generaba durante una dictadura, sino en una supuesta democracia.

El consejo de “el Tigre” Clemenceau era lógico: la próstata y la presidencia del país no tienen nada de republicanas y sí mucho de monárquicas. Siempre la izquierda fue partidaria de gobiernos colectivos, (ocurrió en la Revolución Francesa), sin embargo, los políticos chilenos, si no han sido candidatos presidenciales, no merecerían el honroso título de políticos, y como antes, que postulaban los senadores, ahora lo hacen los alcaldes, (tenemos a más de cinco candidatos), una presidenta del Colegio Médico, una  diputada, hasta ahora, bastante hábil, y a varios otros políticos de izquierda y de derecha, entre ellos, “mi general” Pancho Vidal, el dueño de “El Hoyo”, ex Canciller Muñoz, la candidata de la ex Presidenta Bachelet; por parte de la derecha, el suboficial Mario Desbordes, además del facho por excelencia, José Antonio Kast, y otros insignes personajes que pululan en los Matinales.

Hay una vieja receta para lograr divertir a los ciudadanos: realizar muchas elecciones, (este año tenemos programadas cinco), lo cual deja muy contentos a los servidores del pueblo, a algunos vocales, y no tanto a los ciudadanos, que sólo tienen posibilidades de ser candidatos a constituyentes, (si cuentan con un computador, tal vez adquirido con el segundo 10%).

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

04/01/2021

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Historiador y cronista

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  1. Gino Vallega says:

    Me temo que la propuesta de gobierno con primer ministro no tiene muchos adherentes ; a cambio ,espero que agreguen plebiscitos de remoción de
    «autoridades» malsanas que no siguen los postulados de sus electores (incluyendo el presidente ó primer ministro); aparte claro está del cambio de la subsidiariedad a social , el país total para los chilenos (51% en propiedad mixta) , salud ,educación , vivienda ,justicia….cambio absoluto en los milicos y pacos , aborto gratis ,libre en manos calificadas y tantísimo más que la republiqueta actual adolece.

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