Economía y Mercados en Marcha

Un buen consejo de Adam Smith: los ricos no quieren tu bien

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 55 segundos

Como cualquier persona normal sabe, nuestra nación arrastra desde hace décadas una crisis para nada solapada. Los únicos que lo ignoran son nuestras élites políticas y económicas, sobre todo las derechistas. Viven en Chile sin vivir en Chile.

Por un lado, las élites políticas han quedado en evidencia por medio de las declaraciones de diversos altos funcionarios de la administración Piñera. Por su parte, «quienes dirigen las grandes empresas del país» no les van en zaga en su desconexión del país real. Aunque Ud. no lo crea, para ellos «el libre mercado funciona a la perfección, el conflicto con los trabajadores es menor y la desigualdad de trato no es tan grave».[1]

Cuando se considera esa mirada, no extraña su postura ante diversas iniciativas para enfrentar la crisis-sobre-la-crisis: la pandemia y sus efectos socioeconómicos. Como gente «seria» y «responsable» se oponen a cualquier medida que, en estas críticas circunstancias, ayude al resto de quienes viven en Chile.

Siempre se habían opuesto a la subida del salario mínimo, a mayores regulaciones de los mercados y sus grandes agentes, a la reforma del sistema de pensiones, a darle «dientes» al SERNAC, a las renacionalizaciones de recursos estratégicos, a penas en serio para colusiones, uso de información privilegiada o la corrupción, etc. En plena pandemia esa lista, para nada exhaustiva, sigue a firme. Pero, ahora se suman las ayudas económicas a las familias, los retiros del 10% de los fondos de pensiones (que se explican, precisamente, por no haber planes de apoyo), subir los impuestos a los súper ricos y el cobro de un royalty decente a la gran minería.[2]




Para las élites la única posibilidad «seria» y «responsable» para enfrentar la crisis es el libre mercado y su sistema de precios… ¡En un país con un mercado y sistema de precios dominado y manejado por esa misma gente! Los apoyan política y legalmente la élite política y «científicamente» los economistas, sus fieles escuderos neutrales y objetivos. Todos ellos gente «seria» y «responsable» y, por ende, pro «libre mercado»… que lleva décadas sin decir ni pío en un país donde no hay «libre mercado».

En fin. Este tipo de situaciones no es nueva. Solo cambian los contextos y las sinrazones.

Por ejemplo, al político y escritor inglés Tomás Moro no le tembló la mano para denunciar las injusticias de la élite en su Utopía (1516). En ese contexto, los poderosos, tal como sus colegas chilenos de hoy, argumentaban con el mismo descaro. Si el Estado los favorecía era en beneficio de toda la sociedad:

“…un conglomerado de gentes ricas que a la sombra y en nombre de la República, sólo se ocupan de su propio bienestar, discurriendo toda clase de procedimientos y argucias, tanto para seguir, sin temor a perderlo, en posesión de lo que adquirieron por malas artes, como para beneficiarse, al menor costo posible, del trabajo y esfuerzo de los pobres y abusar de ellos. Y así que consiguen que sus maquinaciones se manden observar en nombre de todos y, por tanto, en el de los pobres también, ya las ven convertidas en leyes”[3]

Nada nuevo bajo el sol. La gente «decente», los de «buena familia», lo «mejor de nuestra sociedad» no son mejores que los cogoteros. Sencillamente, en vez de cuchillos o pistolas, se sirven del estado de derecho. Como cantó Violeta Parra: «a la sombra de las leyes el refinado ladrón».

Mas, como ya se anunció en el título de esta columna, se puede recurrir a una súperestrella de la economía ortodoxa: al mismísimo Adam Smith, «padre» del capitalismo de mercado. En general se desconoce que, al contario de sus fans chilenos actuales, el filósofo moral escocés era pro mercado… no «cheerleaders de los empresarios».[4] De hecho, Smith no tuvo ningún problema en criticar a los «patronos» de su tiempo.[5]

Para el moralista escocés no se puede confiar en los empresarios a la hora de legislar. Precisamente, la situación a la que estamos enfrentados hoy en el país en diversas áreas. Así lo señala en La riqueza de las naciones en 1776:

“Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos aspectos, no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público (…) Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que proceda de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y a oprimirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones”

Entonces, por supuesto que la élite tiene todo el derecho a manifestar sus opiniones… por egoístas, torcidas, antipatriotas y carentes de sustento empírico que sean. El problema es que el resto de la sociedad, la parte perjudicada por esas posturas, las tome por beneficiosas y desinteresadas.

En un país con una élite que se ufana de ser libremercadista, sospecho que Adam Smith es una fuente indiscutible… en contra de aquellos. No es posible acusarlo de irresponsable, sin coraje, populista, chavista o anticapitalista. Sin ir más lejos, George Stigler, economista de Chicago y Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1982, escribió:

“…si al oír por primera vez un pasaje suyo [de Smith] uno se siente inclinado a discrepar, está reaccionando de modo incompetente; la respuesta correcta es decirse: me pregunto dónde fallé”.[6]

No más preguntas Sr. Juez.

A los patroncitos no solo no hay que hacerles caso en las medidas y leyes que proponen y apoyan. ¡Hay que hacer lo contrario de lo que desinteresadamente sugieren!

Gracias Sr. Smith.

 

Por Andrés Monares

 

[1] «Desconectados: la élite económica y el resto de la ciudadanía», La Tercera, 19.03.21.

[2] Siempre es bueno recordar que incluso la actual Constitución señala en su Artículo 19, numeral 24: “El Estado tiene el dominio absoluto, exclusivo, inalienable e imprescriptible de todas las minas”.

[3] Sobre el egoísmo de los ricos, Paul Piff, Dr. en Psicología y profesor asociado de la Universidad de California, tiene en línea una charla TED en la cual expone que, a partir de estudios experimentales, se ha relacionado el egoísmo con la riqueza.

[4] La declaración es del economista neoliberal Luigi Zingales, quien se refiriere a «los profesores de las escuelas de negocios», pero se sabe que la cita es aplicable a todo el espectro neoliberal chileno («Zingales: ‘Los profesores de las escuelas de negocios a menudo son cheerleaders de los empresarios sin importar la razón’, La Tercera, 18.11.15).

[5] Puntualmente, al contrario de nuestros «economistas transversales» y neoliberales en general, Smith no tendría problemas con un royalty a la gran minería. Sobre el respaldo de la economía clásica y neoclásica a un cobro por derechos de explotación, ver la columna de Cristóbal Palma «Extraña compulsión de generosidad» (The Clinic,11.03.21).

[6] Stigler, George. 1987. El economista como predicador y otros ensayos. Editorial Folio. Barcelona.

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  1. Hugo Murialdo says:

    Sólo como aporte que comprueba, además de las citas que nos proporciona el autor de esta excelente columna, que Adam Smith no les tenía mucha simpatía a los patronos de la época: «La cruel rapacidad y el espíritu monopolizador de los manufactureros y mercaderes, hacen pensar que ni unos ni otros, ciertamente, deberían ser conductores de la humanidad». Además, Adam Smith, insistía en que el Estado, sí, el Estado, tenía la obligación de proporcionar educación (instrucción) gratuita a las «clases inferiores del pueblo»…

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