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En memoria de Humberto Maturana esta entrevista: «El curso de la historia sigue el camino de los deseos»

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El actual sistema económico glorifica la competitividad entre las personas como un gran valor, supuesto generador de riqueza y progreso. Refiriéndose a la ética de la conducta competitiva, en esta entrevista el biólogo Humberto Maturana afirma exactamente lo contrario, señalando que “la competencia es irruptora de lo social porque es una relación que se funda en la negación del otro. Bajo condiciones de competencia no hay colaboración, la que para poder existir requiere la existencia de aceptación mutua”.
¿Usted niega la posibilidad de una “sana competencia”?
-Los economistas hablan de competencia y de su importancia para el progreso económico, y hablan también de una sana competencia. Yo pienso que eso de una sana competencia no existe, porque en el momento que uno acepta al otro como un legítimo otro, por ejemplo en una transacción comercial o en una empresa de producción de algo, surge la colaboración.
¿Los animales no compiten entre ellos?
-Hay teorías económicas que pretenden tener un fundamento biológico: la competencia de los seres vivos en la naturaleza. Pero resulta que Darwin toma la noción de competencia de los economistas ingleses. Yo pienso que en la naturaleza no existe competencia. En el espacio humano sí, porque la competencia, o a aquello a lo que nos referimos como competencia en el espacio humano, que muchas veces queremos dulcificar de alguna manera, implica la negación del otro, el otro tiene que ser distinguido como otro, y eso pasa en el lenguaje, no pasa sin lenguaje.
¿En qué momento histórico cree usted que se incorpora la competencia en la existencia humana?
-Yo creo que eso tiene que ver con el origen de la cultura patriarcal nuestra. Tiene que ver con vivir la vida en la lucha y en la apropiación. El patriarcado no tiene que ver con lo masculino. Tiene que ver con la emoción de apropiación y exclusión, y eso surge, yo pienso, en la historia, con el origen del pastoreo en Asia. Ahí aparecen la apropiación, la exclusión del otro, la defensa de lo apropiado, la lucha, los instrumentos de cacería se transforman en armas, pasando a ser instrumentos de exterminio. Se inicia el control de la sexualidad de la mujer. Surge toda una serie de cosas que a la larga, en la medida en que se transforman en modos de vida dominantes, llevan en una cierta dirección que es la competencia.
¿Cómo explica usted la existencia de clases sociales antagónicas?
-Yo creo que la noción de lucha de clases, y las clases, surgen precisamente porque hay establecimientos de bordes de aceptación mutua. Si yo no establezco borde de aceptación mutua no tengo clase.
¿Al determinar un borde se conforma una identidad?
-Se crea una identidad de un grupo, de una categoría de persona, porque yo establezco un borde que me define la categoría, que puede ser económica, que puede ser intelectual.
Lo que usted llama el borde, ¿se establece?
-Es algo que se establece, y en el espacio es funcional o tiene una justificación argumentativa.
¿Y la teoría marxista que dice que el borde depende de la condición económica?
-Pero resulta que las condiciones económicas llevan a establecer un borde sólo en cuanto uno le niegue al otro el acceso a algo que uno restringe para sí desde un punto de vista económico. O sea, tiene que ver con la apropiación.
¿Cómo se imagina usted la superación de este estado de cosas?
-Yo pienso que no hay otra forma que querer el cambio. Depende de que uno quiera hacerlo o no quiera hacerlo. Ahora bien, yo creo que los deseos se adquieren, se plasman, se forman en el vivir. Uno no está determinado a desear algo, sino que aprende a desear o a no desear cosas según viva, según la experiencia que uno tenga. Por eso es muy importante lo que pasa durante el crecimiento del niño, pues aprende a desear un modo de vida u otro según cómo viva.
¿Qué le parece en este sentido el efecto de la publicidad?
-Todo este asunto de la propaganda es una manipulación de los deseos. La creación de un espacio de mercado es una manipulación de los deseos. La mirada sobre si hay mercado o no es una mirada sobre los deseos. Entonces lo que está en juego en el curso de la historia, yo pienso, son los deseos, no la razón. El curso de la historia no sigue el curso de los recursos, ni el camino de las posibilidades, ni el camino de la razón, sino que sigue el camino de los deseos. Esto no nos hace menos humanos, menos responsables o menos conscientes. Claro, si no nos damos cuenta, nos movemos en nuestros deseos sin darnos cuenta. Pero cuando nos damos cuenta y reflexionamos sobre nuestros deseos, y aparece el otro como un ente frente al cual lo que deseamos tiene consecuencia, aparece la ética. Para que aparezca la ética yo tengo que ver al otro. Por eso digo que la ética depende del amor, no depende de la razón.
¿Habría entonces que hacerse consciente de los deseos para lograr una acción y una relación éticas?
-No es que habría que hacerse consciente de los deseos: si uno se hace consciente de los deseos se hace responsable. Si me hago consciente de los deseos, y miro sus consecuencias, entonces no puedo escaparme a que la presencia del otro me haga pensar si quiero hacer lo que yo quería hacer y con tales consecuencias.
¿Dice usted que el amor conlleva un comportamiento ético en las relaciones sociales?
-Yo pienso que no todas las relaciones son de la misma clase. No todas las interacciones humanas son de la misma clase. Dependen de la emoción. Para que haya cooperación, por ejemplo, tiene que haber aceptación mutua…o la hipocresía de la aceptación mutua. Para que haya la clase especial de convivencia que connotamos en la vida cotidiana con la palabra social, tiene que haber esa emoción, o las conductas que un observador externo ve como de aceptación del otro, o sea, las conductas del amor. Pero hay otras conductas y relaciones humanas que son de otra clase, como las relaciones jerárquicas. Exigencia y obediencia. Ahí no hay aceptación. Entonces esas relaciones son de otra clase, merecen otro nombre.
Yo digo que las emociones son dominios de acción, dominios conductuales. El amor es el dominio de las conductas que constituyen al otro en la convivencia como un legítimo otro. Uno, sin embargo, puede ser hipócrita. Yo puedo tener una cierta conducta de aceptación del otro, y en el fondo estoy con un cuchillo escondido para darle una puñalada. Eso puede pasar, pero mientras yo tenga la conducta de aceptación del otro, lo que pasa es lo que pasa con la aceptación.
¿Cómo ve usted la libertad? ¿Existe en realidad la libertad o es una ilusión, un deseo incumplido?
-Esto tiene muchas connotaciones, pertenece a muchas redes distintas de conversaciones. Puede pertenecer al dominio de la restricción o no del movimiento. Por ejemplo: yo soy libre si mi movimiento no está restringido, en cualquier espacio, en el espacio físico o en el espacio reflexivo. Pero si uno mira, la palabra libertad siempre hace referencia a una no restricción para la acción. Yo pienso, sin embargo, en lo que se refiere a lo que le pasa a uno con la noción de libertad, que es algo que tiene que ver con cómo se siente uno con el fluir de sus acciones, y que uno tiene la experiencia de libertad cuando uno puede poner sus deseos en el ámbito de los deseos. En el momento en que yo puedo darme cuenta de que deseo algo y puedo preguntarme si deseo desear aquello, y actuar de acuerdo con esa segunda mirada, entonces yo vivencio la libertad. Yo creo que todas las circunstancias en las cuales uno habla de libertad, en último término, están en eso.
Por Pedro Armendariz
(Entrevista realizada en marzo de 1992)
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Periodista

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