Portada Presidenciales 2021

Telescopio: Foco sobre una vieja amenaza

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La segunda vuelta de la elección presidencial nos tiene a todos sobre ascuas, no sólo a los dos candidatos finalistas, como era el deseo de Franco Parisi según instrucciones dadas a sus seguidores, sino que a todos quienes les puede importar el futuro político de Chile. En esto me incluyo, aunque sea un chileno viviendo muy lejos del país de origen. Después de todo, se trata de un futuro que parece nebuloso y que por eso mismo, nos importa más que nunca. Quizás, sopesando el fragor con que se mira esta contienda desde el exterior, en ese segmento de la comunidad chilena que alguna vez se llamó “el exilio”, el instante actual pueda compararse con las acciones solidarias en tiempos de la dictadura o en los días anteriores al plebiscito de 1988. Existe la sensación de que hay mucho en juego.

Mirando el programa Estado Nacional del pasado domingo, el panelista Francisco Vidal parecía dar seguridades a todos: si gana Boric o si gana Kast, “no va a quedar ‘la escoba’” afirmó, basándose en el hecho que el congreso podría ser el principal obstáculo para cualquiera de los dos eventuales triunfadores. El Senado estaría prácticamente empatado, en tanto que en la Cámara de Diputados, a la fragmentación que se da, tanto en las bancadas de izquierda y centro, como de la derecha, habría que agregar la incógnita de los diputados elegidos por el pintoresco Partido de la Gente, una suerte de culto manejado de manera virtual desde Estados Unidos por Parisi.

Pero tengo la impresión que las cosas son un poco más complejas. El esquema que se ha utilizado por parte de muchos medios, tanto chilenos como internacionales, es de presentar la elección del 19 de diciembre, como un choque entre dos extremos, con lo cual se quiere instalar la idea que ninguno de los candidatos es realmente deseable para el país y que, por tanto, básicamente los votantes van a estar inclinándose por lo que en sus respectivas opiniones sea “el mal menor”.

Ese enfoque, sin embargo, pasa por alto un detalle importante, José Antonio Kast, representa la expresión más peligrosa de la derecha, la que—para bien o para mal—se la ha tildado de “fascista”. Término que por cierto, despierta también algunas críticas por parte de quienes insisten en que esa terminología, usada como cliché, más bien oscurece el debate.




Lamentablemente esto me traslada en mi memoria a otro momento muy desgraciado para nosotros y el país en general: el golpe de estado de 1973 y el debate sobre si el régimen que en ese momento se había instalado era fascista o no. Una discusión bizantina, si uno mira las cosas en la perspectiva de hoy día. Eso era como la famosa fábula de Tomás de Iriarte, en la que dos conejos discuten acaloradamente sobre si los perros que vienen tras ellos son galgos o podencos. Mientras ellos estaban enfrascados en su debate los perros cumplieron su cometido.

La cuestión, entonces y ahora, era sobre qué es el fascismo. Y más concretamente, si había una versión chilena (o latinoamericana) de esa ideología. Por cierto, el sentido de hacerse la pregunta sobre el fascismo era ahondar en el concepto buscando sus características esenciales. Esto es, yendo más allá de la utilización del término “fascista” como recurso propagandístico, como una manera de desacreditar al adversario, aprovechando la carga emocional negativa que el término tiene en general (excepto para los fascistas, por supuesto).

Lo primero es diferenciar entre lo accesorio o accidental, por un lado, y lo que sería lo esencial del fascismo. Si nos centramos en los fascismos históricos del siglo 20, el alemán, el italiano y el español, podemos ver estas diferencias con cierta claridad. El anti-semitismo con la consiguiente persecución y aniquilación de los judíos—con todo lo brutal que el hecho fue—en verdad fue un aspecto accesorio del fascismo. Así, mientras el anti-semitismo fue un rasgo dominante del fascismo alemán (el nazismo), el fascismo italiano sólo lo adoptó tardíamente y en el fascismo de Franco en España, tuvo más un carácter retórico que real. Por otro lado, el fundamentalismo religioso católico del franquismo sí que tuvo un rol dominante en la rama española del fascismo. En el nazismo en cambio no fue tema: Hitler mismo era católico, pero, siendo Alemania mayoritariamente protestante, las adhesiones religiosas no eran algo central y quedaban, en todo caso, subsumidas en la unidad racial de la nación alemana, un valor que sí tomaba precedencia por sobre esas otras diferencias.

¿Cuál sería entonces la esencia del fascismo? Para responder habría que apuntar a estos cinco aspectos:

  1. Su carácter autoritario, incluido un abierto desprecio por la llamada democracia liberal, la que los fascistas consideraban débil y que abría las puertas para que “enemigos de la nación” socavaran los valores nacionales. (Nótese que en esa lista de enemigos podían caber muchos, según de cual particular fascismo estuviéramos hablando, aunque había una categoría presente en todos ellos: los marxistas y los propiciadores de proyectos socialistas de cualquier tipo.)
  2. Su carácter nacionalista, esto es la colocación de la idea de nación como valor supremo. Esto resulta a su vez en que quienes propicien políticas centradas sobre los intereses de un grupo al interior de la nación—la clase obrera, por ejemplo—se convierten en enemigos inmediatos porque su accionar llevaría a la fragmentación de la nación. El fascismo italiano utilizaría aquí el concepto de “corporativismo” que había sido acuñado por la encíclica Quadragesimo Anno promulgada por el Papa Pío XI en que se rechazaba la lucha de clases. El franquismo fue más lejos e implementó sindicatos oficiales en los que se integraba a trabajadores y patrones. Como nota aclaratoria debo decir que si bien todos los fascistas son nacionalistas, no todos los nacionalistas son fascistas. (Movimientos nacionalistas como los independentistas catalanes o en la provincia en que vivo, los que quieren hacer de Quebec un estado separado de Canadá, en general pueden categorizarse como políticamente conservadores, liberales, social-demócratas e incluso en algunos pocos casos, socialistas, aunque por cierto hay sectores de extrema derecha también con fuertes rasgos racistas, pero—afortunadamente—por ahora son más bien minoritarios).
  3. En relación a su marco histórico y social, el fascismo surge en momentos de crisis económica (lo fue en el fascismo histórico en los años 20 y 30 del siglo pasado) y lo vuelve a hacer, en particular en este período de globalización y de feroz contienda por el control de los mercados, ya no a nivel de cada país sino globalmente. Si uno analiza los apoyos financieros y mediáticos que el fascismo histórico recibió, encuentra que ellos vinieron fundamentalmente del gran capital monopólico, que en países como Alemania e Italia, en esas primeras décadas del siglo pasado, veían su dominación amenazada por los avances de la clase obrera. Su íntima relación con los intereses monopólicos es pues otra de las características esenciales del fascismo.
  4. Su carácter de movimiento de masas es a menudo mencionado como otro de sus rasgos esenciales. Claramente el fascismo italiano, con su Marcha de las Camisas Negras sobre Roma, el nazismo como un activo movimiento de masas en la calle e incluso la Falange Española como movilizadora con un fuerte apoyo de la jerarquía católica de entonces, ilustran este fenómeno. En los casos de la Europa contemporánea (Francia con el Front national, los grupos neonazis en Alemania, Austria, Holanda) es innegable que se ve esa presencia de masas con un claro rasgo fascistoide: sus enemigos no son ahora los judíos, sino los musulmanes y otras minorías que han migrado al viejo continente, pero el racismo reaparece. Incluso el término “movimiento de masas” tendría que revisarse un tanto. En efecto, aunque la presencia callejera en tono desafiante, típica del fascismo, es todavía un rasgo importante (recuérdese la temeraria movilización del 6 de enero en el Capitolio de Washington por parte de los partidarios de Trump), por otro lado ya en los tiempos de Ronald Reagan se había acuñado la expresión “mayoría silenciosa” en referencia a quienes de modo no presencial, pero sí al momento de votar, lo hacían por la derecha más extrema en gran medida alimentados por la información de los medios y hoy por parte de las redes sociales. Ese otro tipo de “masividad”, aunque no visible en las calles, puede ser también un rasgo del fascismo actual. Al menos es una de sus maneras de hacer notar a sus partidarios.
  5. La instalación de una “cultura fascista” que incluye un lenguaje desafiante y agresivo, mientras al mismo tiempo levanta consignas que pueden apelar a algunos sectores de la sociedad que, por los avatares de la economía, pueden hoy encontrarse desamparados. Eso se expresa en glorificar un pasado un tanto mítico (los nazis lo hicieron incluso recurriendo a la rica mitología germánica, los fascistas italianos rememorando la grandeza del Imperio Romano, y los españoles franquistas que recordaban con nostalgia su pasado imperial y proclamaban a España como “una, grande y libre”). Un especial gusto por lo uniformes y el imaginario militar hacen parte también de esa cultura. La xenofobia y el racismo son claramente elementos complementarios con la cultura del fascismo.

Dicho todo esto ¿hay riesgos de un retorno fascista en Chile? ¿Representa Kast una amenaza fascista? Veámoslo en relación a los que consideramos aspectos esenciales del fascismo. Si consideramos que la trayectoria de Kast (e incluso de su familia, aunque en esto es peligroso generalizar), bien podemos considerarlo como un legítimo heredero del ideario pinochetista. Ahora bien, eso nos lleva de vuelta a un punto inicial que ya habíamos descartado como “bizantino” la vieja discusión sobre si el régimen militar chileno había sido fascista.

No hay duda que tanto Pinochet como el bagaje ideológico que dejó –y del cual Kast sería parte— despreciaban la democracia ya que ella había permitido que un presidente marxista se instalara en el gobierno. La Constitución de 1980 tenía por objeto precisamente, evitar que el país pudiera funcionar como una democracia e impedir que ese episodio de 1970 se repitiera. Por cierto, Kast ahora en campaña en el marco de una democracia liberal, no puede hacer alardes de autoritarismo ni dejar pasar algunas indiscreciones que él o sus partidarios puedan dejar caer. Si se me permite una alusión cinematográfica, Kast está como el personaje del científico alemán, en el film Dr. Strangelove dirigido por Stanley Kubrik en 1964, que de vez en cuando y de manera incontrolable, levantaba el brazo derecho haciendo el saludo nazi.

El nacionalismo del pinochetismo, ahora heredado por Kast, es también muy peculiar. Los que recordamos ese tiempo, deben tener en su memoria las muchas y repetidas alusiones a la patria, los valores nacionales, y la recurrente referencia a personajes heroicos con los cuales se identifican y tratan de presentar como sus precursores: O’Higgins fue ciertamente el más recurrido de los personajes del panteón de héroes. En esto puede establecerse cierto paralelo con los ceremoniales patrióticos de los nazis y los fascistas italianos. Sin embargo, también hay aspectos contradictorios en el nacionalismo del fascismo chileno. La dictadura de Pinochet al mismo tiempo que se embriagaba con una retórica patriótica, en sus políticas económicas –implementadas por los Chicago Boys— fue profundamente desnacionalizadora. El modelo neoliberal prácticamente liquidó la industria local en aras de imponer un esquema importador. Hubo sí una excepción: la dictadura no privatizó ni CODELCO ni ENAP, en los hechos –y paradojalmente—la apertura de la minería del cobre a las transnacionales foráneas se concretó durante los gobiernos de la Concertación.

A un nivel menos sofisticado, el nacionalismo del fascismo encuentra buena acogida en el lenguaje racista y discriminatorio contra inmigrantes de países como Bolivia, Perú, Colombia o Venezuela. Es a nivel de la gente menos educada donde se repite la vieja (y falsa) afirmación de que “los extranjeros vienen a robarnos nuestros trabajos”. Nótese que la actitud no es la misma frente a extranjeros de países europeos nórdicos o de Norteamérica.

La ausencia de un movimiento de masas respaldando al régimen pinochetista se esgrimió en su momento para descartarlo como “estrictamente fascista” según los cánones establecidos. Sin embargo, si trasladamos la experiencia del pinochetismo a la actualidad, y concretamente al movimiento liderado por Kast, hay que admitir que él ha logrado formar un movimiento de masas. De otra manera no se explica el resultado que obtuvo en la primera vuelta desplazando fácilmente al postulante de la derecha tradicional.

En la caracterización del fascismo criollo tampoco puede descartarse un elemento cultural muy importante: una agresividad latente que se expresa de un modo explosivo. Esto se ha visto en algunas ocasiones en que ha habido choques entre manifestantes de la izquierda y grupos de la extrema derecha. En este sentido no hay que olvidar que históricamente tanto los fascistas italianos como los nazis, reclutaron a sectores del lumpen para que hicieran el trabajo sucio en los enfrentamientos callejeros. La utilización del lumpen en acciones inspiradas por el fascismo o que le hacen el juego a la extrema derecha ha sido patente en gran parte de los hechos vandálicos acaecidos durante todos estos meses desde el estallido social de octubre de 2019. El incendio de estaciones de metro, la quema de buses y el saqueo a negocios han sido todas acciones que calzan perfectamente con la agenda de los grupos fascistas en Chile. Mientras más vandalismo, más crece la alarma entre una ciudadanía que se siente legítimamente atacada e insegura. Los fascistas en su momento ofrecen la respuesta que parece satisfacer especialmente a los sectores de clase media: “¡Vamos a poner orden!” Y—gústenos o no—ese es todavía un argumento eficaz al momento de captar votos. No en vano, la campaña de Kast lo ha usado con un acentuado tono dramático en sus franjas televisivas.

¿Hay entonces una versión chilena del fascismo, que en este momento se cierne como amenaza no sólo para la izquierda sino para democracia misma? Yo daría un cualificado “sí” a esta interrogante. Reconociendo por cierto las observaciones hechas por Vidal asegurando que en Chile “no va a quedar la escoba” simplemente porque habría suficientes salvaguardas en el parlamento mismo, pero es un “sí” con reservas porque otra de las características del fascismo, aunque no esencial, ha sido que sus líderes a menudo actúan con peculiar astucia para obtener sus fines. Lo hicieron Hitler y Franco en su momento; el primero echándose al bolsillo a dirigentes de los que entonces se presentaban como una derecha y un centro “democráticos”. Franco mediante el simple expediente de desplazar a generales de mayor antigüedad, en tanto que otro murió en un accidente aéreo, nunca del todo aclarado (Sanjurjo). Lo que me lleva a Pinochet, por cierto,  también con un general muerto en un inesperado accidente aéreo (Bonilla). ¿Podría Kast, en la eventualidad que ganara, demostrar parecidas cualidades de astucia? Claro está, no hay que sobrevalorarlo mucho, pero puede haber más riesgo en subestimar su astucia. En todo caso, lo inmediato es hacer todo lo posible porque el escenario de un hipotético triunfo de Kast no llegue a materializarse. Es ciertamente preferible, que el riesgoso escenario de un gobierno con rasgos fascistas se quede como una simple hipótesis, la que de paso nos daría tema para discutir si hubo un fascismo “a la chilena” o no. Eso sí, una vez que hayamos celebrado la victoria de Boric.

 

Por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)

 

 

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desde Montreal, Canadá

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  1. El comentario de Sergio Martínez es bastante acertado y, en gran medida,
    aclara aspectos REALES del fascismo actual.
    En cuanto a citar SOLO Alemania, España e Italia, debería saber que el fascismo
    floreció asimismo en Francia e incluso Inglaterra.
    Para informarse de esto debe buscar el libro de Alastair Hamilton
    «La Ilusión del fascismo»
    Cierto «sabio» redacta un comentario «aclaratorio» que carece de#
    importancia……

  2. Felipe+Portales says:

    Creo que ha siempre ha habido una tentación simplista de identificar el fascismo de extrema derecha desarrollado en Europa de entreguerras; con las dictaduras de seguridad neoliberales desplegadas en la América Latina de los 60-80; y, ahora con los gobiernos de extrema derecha neoliberales, ultraconservadores, xenófobos, racistas y misóginos desarrollados en la Europa y América actual. Creo que la naturaleza fundamentalmente reactiva de la extrema derecha a «amenazas» de izquierda muy diferentes en los tres contextos, genera -en base a una matriz común de sentirse «en guerra» contra el marxismo que amenaza la subsistencia misma de la sociedad y la identidad nacional- respuestas políticas, económico sociales, culturales y raciales muy diferentes entre sí, sin perjuicio de que muchos que combatieron al «marxismo» en una de esas fases en un determinado país; lo combatieron también en otra de las fases en los mismos u otros países.

    Ahora, respecto de las teorías conspirativas dan para todo. Así como se ha escuchado lo de la quema de los metros por los mismos de la extrema derecha para justificar la represión; y del bombardeo de las torres gemelas por los mismos servicios de inteligencia estadounidenses para justificar la invasión a Irak; también se ha escuchado desde hace bastantes años en Chile que los socialistas chilenos no han dejado de ser marxista-leninistas; y que por ello -estando a cargo de la cancillería con Insulza- maquiavélicamente le habrían dado un pasaporte diplomático a Pinochet -cuando ya no era comandante en jefe- para que pudiese ser detenido por un gobierno socialista en Londres; y con ello ir quitándole creciente poder político. Y más aún, que han disfrazado muy bien su marxismo-leninismo, de tal manera que sus políticas pro-neoliberales y en favor de una cada vez más creciente concentración de los capitales chilenos en gigantescos grupos económicos; responde también a una maquiavélica política leninista que permita que en poco tiempo más pueda establecerse un virtual socialismo en Chile, expropiando simplemente los capitales de los 20 o 30 principales grupos económicos del país…

  3. Sergio: buen análisis; sólo una rectificación: el Metro fue quemado por instrucciones de Piñera, para justificar la represión. Una copia rasca de lo que hicieron los yankees con las torres gemelas para invadir Irak.
    Saludos,
    Hugo Murialdo

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