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Mi vecino, el presidente

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Revuelo ha causado la noticia de que el presidente Gabriel Boric fijará su residencia en el barrio Yungay.

Las vecinas se han alegrado porque suponen que ese vecino notable permitirá algún sosiego en las calles otrora tranquilas y hoy peligrosas por la irrupción de la delincuencia, el narcotráfico y el abandono.

Los pequeños negocios estarán sacando cuentas del aumento de las ventas a cargo de las visitas que vendrán a mirar la casa del vecino presidente.

Los negocios gastronómicos deberían ver aumentada sus clientelas: no es lo mismo comerse alguna cosita por ahí, que donde lo hace, o lo hará, el presidente.




Al barrio le creció el pelo.

A los rasgos desenfadados de sus primeras actuaciones presidenciales, Gabriel Boric agrega ahora la decisión de venir a vivir a un barrio como el Yungay que perfectamente es una suma de realidades que definen este país: una enorme riqueza humana y la pobreza y sus secuelas viviendo en un espacio común.

Por cierto, no sin el regaño oscuro, malintencionado y odioso de la derecha que habla de un palacete y no de lo que es: una casa patrimonial que, de no ser por la gestión permanente, inteligente y decidida de sus habitantes, ya habría caído bajo la retroexcavadora de las grandes inmobiliarias.

Hace muchos años que los vecinos organizados del Barrio Yungay vienen dando fiera pelea para defender una forma de vida en que las personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, cuentan y se vinculan.

Y se han ganado peleas importantes como limitar las construcciones en altura, lo que por cierto no es negocio para la voracidad de las constructoras cuya glotonería les hace construir miles de departamentos enanos, inhumanos, arracimados.

El Barrio Yungay late a diario en su vida que compromete plazas, calles , arte, cultura y personas.

No es mucho el espacio para señalar inextenso las innumerables actividades que se desarrollan en un barrio que se resiste a morir y que no solo levanta su grito de auxilio a las autoridades, sino que actúa en las soluciones, luchas y propuestas de la manera más activa.

Yungay es un barrio que debiera ser un país en el que es mejor hacer tanto como decir.

La gente toma sus decisiones reunidas en sus plazas, compra el pan en la panadería del barrio y en los negocios que aún no han sido desplazados por la miserable glotonería de los supermercados.

Las feria libres aún son libres y resulta un paseo inestimable recorrer la cola feriana, mucho más grande e interesante que la que le dio origen.

De comer algo rico, es cosa de elegir entre la variedad de sus vecinos con picadas en las que todos se saludan y brindan.

Y en ese movimiento cotidiano es de justicia relevar el rol que juegan los vecinos organizados.

Es destacable lo hecho en ese sentido por un vecino conocido por todos como el Pepe Osorio que ha asumido la defensa de su barrio con dientes, uñas, tesón y mucha solidaridad.

Y es justo que se reconozca su gestión en su defensa y por el buen vivir.

Pepe es el presidente de la Asociación de Barrios Patrimoniales y esa organización lo ha elegido, 23 de 27 de sus organizaciones votaron por él, como su representante ante el Consejo de Monumentos Nacionales.

No es poca cosa.

Es justo reconocer este tipo de liderazgos y gestión al momento en que la llegada del nuevo vecino pone en relieve un barrio que, de no ser por la cotidiana y casi desconocida lucha de muchos vecinos comprometidos, este histórico y maravilloso lugar de la ciudad sería un bosque miserable de covachas inhumanas.

En breve, Pepe Osorio en su calidad de presidente de la Junta de Vecinos N°1, deberá inscribir al vecino Boric en sus registros y cuidar que pague puntualmente la cuotas.

 

Por Ricardo Candia Cares

 

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Escritor y periodista

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