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 ¡Alegraos corruptos del mundo!

Tiempo de lectura aprox: 7 minutos, 54 segundos

La corrupción es un pecado venial, no aparece entre los pecados capitales, por lo  tanto permite a los beatos y santos interceder por quienes cometen estos pecadillos.

Ciertos códigos han eliminado las penas más gravosas para los delitos económicos, por ejemplo en Chile desde el acuerdo entre Lagos y la UDI se eliminaros las penas de cárcel a este tipo de delitos, quedaron las multas (multas muy ventajosas) y las clases de ética. Durante la dictadura cívico militar estos delitos no fueron castigados, pues contaban con el respaldo del poder absoluto y bien advierte la vieja sentencia de que el poder absoluto corrompe absolutamente. La experiencia chilena lo confirmó y extendió su vigencia incluso hasta los días en que el poder dejó de ser tiránico.  Esto porque el poder de las élites ha sido, en Chile, casi absoluto hasta ahora, por lo tanto la corruptela no ha sido muy corregida, más bien se ha envalentonado y transita por las grandes y amplias alamedas.

Existen países, por el Oriente, en que a los ladrones se les amputan dedos o manos; a los blasfemos la lengua y a los corruptos hasta se les ajusticia con la pena capital. Pero en nuestra cristianísima cultura del que “quien esté libre de pecado que lance la primera piedra”, todos esconden la mano y las piedras se quedan ahí, bien agarradas, pero nunca arrojadas.

Pero, aquí, hablamos de las grandes corrupciones, de esas millonarias. Las otras, las del atraco, la encerrona, las ventas piratas o el robo de la histórica y emblemática gallina, en esos casos la potencia de la JUSTICIA se ejerce como prepotencia o hiperpotencia del derecho y del Estado. Ahí no hay tu tía, que “yo no sabía” o “que fue un mal entendido”…No,…Lumazos van y ¡cataplún!, tras las rejas, decomisos y otros menesteres de dudosa honestidad. La clase alta se queja de la puerta giratoria….y cabe preguntar ¿cómo andamos por casa?




En nuestro país no existen los delincuentes heroicos, esos que reconocen sus culpas y asumen su responsabilidad. Por estas tierras latinas nos gusta el goce de la vida y de esa manera se vive también la delincuencial prosapia (alcurnia). No encontrará esas virtudes cardinales como la templanza, la fortaleza o la mínima honradez existencial. Ni de broma alguien se reconoce culpable, cuando mucho equivocado, engañado o forzado, pero hidalgamente malandrín, gozosamente sinvergüenza, genéticamente corrupto….No. Antes muerto que deshonrado. “Yo no sabía”; “Yo nunca quise hacer eso”; “Mis subordinados llevaban esas cuentas”.

Pero el problema radica en que en un país donde los corruptos llevan una buena vida por nunca devolver lo robado, y hasta les brindan honores, la sinvergüenzura se comienza a convertir en cultura. Pero no cualquier cultura, no esa cultura silente pero actuante entre la sombra del disimulo. No, cuando no hay castigo ni pena, la corrupción se vuelve una cultura desfachatada,  parecida a la atura narco, con exhibicionismo desinhibido, exuberante, también amenazante y retórico, con aspavientos de supremacía, de superioridad e impunidad. Se sienten intocables, disponen de las policías, los militares, de los fiscales, de los jueces, de los abogados, de los parlamentarios; tutean a los Presidentes y a los obispos. Como san Miguel Arcángel ponen el pie hasta sobre el mismo demonio, patrono del poder.

Es tan contagioso el mal de la corrupción que ya lo tenemos enquistados en todos y cada uno de los ámbitos del poder: ejecutivo, legislativo, judicial, policial, militar, municipal, regional, deportivo, caridad y solidaridad, espectáculo, prensa, ONG, sindicatos, comercio, industria, financiero, iglesias, universidades.

La metástasis es terminal, no queda espacio del organismo social que no esté  sufriendo de este mal. Quizás la gente de a pie, esa multitud que casi nunca llega comiendo a fin de mes, esos que madrugan cada día para ganarse el sustento, esos que son capaces de levantar las ollas comunes con recursos propios y escuálidos, aquellos capaces de resistir a la coerción del crimen organizado en sus poblaciones, esos  a quienes les duele el otro y cuyo individualismo no ha estructurado el impenetrable muro de aislamiento, esa gente puede ser la gran esperanza para no sucumbir. Es de esperar que no se contaminen y tengan la suficiente fortaleza de espíritu para no caer en la tentación luciferina del olvido humano, de la deshumanización, de la alienación crematística y de la enajenación de sí mismo. Porque si eso llega a suceder, si se nos corrompe el pueblo más noble y sólido, entonces hay que proclamar como el dolido poeta: “Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer” (Antonio Machado).

El pueblo comprende de estas patologías enquistadas en los seres humanos y en su folklor expresan sus sabias reflexiones en forma de dichos, sentencias o canciones. Existe un tango argentino, “Cambalache”, que es un manifiesto contra la absurda nivelación social entre lo meritorio y lo deplorable. Por acá tenemos también trovadoras como Violeta Parra que rescata del pueblo profundas reflexiones acerca de lo humano y lo divino, así tenemos una canción titulada “El Diablo en el Paraíso”, digna de ser mentada por su elocuente y admirable comprensión del mal enquistado en las lógicas humanas del diario vivir.

EL MAL TRASCENDENTAL.

La teología y la filosofía se vienen ocupando del problema del mal desde muchos siglos y   a veces resulta interesante meterse a razonar con esos textos para ver en qué pie estamos nosotros, los modernos, en referencia a los antiguos sabios de la humanidad, solo para saber se avanzamos, empeoramos o estamos estancados.

Para resumir este complejo problema en poco espacio, diremos que en la cultura occidental (para no meternos en temas lejanos, como las culturas de Oriente) han existido y existen hoy dos visiones del tema del mal en el mundo: una es, podríamos llamar aceptante del mal como fenómeno intrínseco e inapelable, y una segunda postura que podríamos calificar de trascendentalista, de la superación del mal.

La primera, en filosofía parte desde Platón, donde se niega a la vida natural y real toda valía de verdad y bondad, ofrece la salida de escapar de esta cárcel maligna y engañosa  (la caverna célebre) a través de alcanzar las abstracciones razonadas, alojadas en las Ideas. Esto mismo lo ofrece San Agustín en su teología. El mundo es el espacio del mal y el pecado, por tanto no tiene sentido afanarse en buscar la solución al mal acá, en este valle de lágrimas y pecados. La intermediación de Cristo en su Iglesia es la que lleva a la “Ciudad de Dios”, por lo cual proclama la obediencia y sumisión a los dogmas instalados en la santa Institución, como único camino de salvación.

Usando esta lógica, la Iglesia Santa se hizo poderosa y avariciosa, vendiendo indulgencias para la salvación, con tal fruición y desparpajo, que atrajo la mirada escandalizada de un honesto rebelde, el fraile y teólogo alemán  Martín Lutero, que lleva al cisma cristiano y funda otra iglesia, sustentada en la anulación de la intermediación de la Iglesia Católica, y en la propuesta de la conexión directa y personal del fiel con Cristo. Pero esta nueva religión no compromete la acción meritoria de la moral individual y social para alcanzar la salvación, pues deja en manos de la arbitraria “Gracia” divina la opción de ser salvado o condenado, instalando como signo del favor de Dios los éxitos terrenales en los negocios y el poder. En consecuencia se crea una nueva visión resignada frente a una realidad sobre la cual no tiene pito que tocar, y en la que debe aceptar la simple fatalidad del destino. La salvación es para los elegidos y ser elegido es equivalente a ser rico y exitoso en este mundo.

Esta corriente ha alentado la visión conservadora de la religión cristiana hasta nuestros días: no se puede cambiar la voluntad de Dios, por tanto acepta resignadamente tu destino, es decir si eres afortunado o desgraciado, es lo que te tocó: “No hay alternativa”; sólo afánate en ser EXITOSO (Thatcher dixit).

Bueno, en el campo de la filosofía, el señor Leibniz, tomando al pie de la letra, pero de manera incompleta, el capítulo  séptimo de las OBJECIÓN DE Santo Tomás (Suma Teológica), postula la frase célebre “Este Mundo, es el mejor de los mundos posibles”. Con esto cae en la misma conformidad filosófica y teológica de esta corriente resignada, de la que venimos hablando.

Tomás de Aquino hará un estudio más completo, integral y futurista de la doctrina cristiana. Bien sabemos que el Aquinate pertenece a la escolástica tardía, y en su Suma teológica las emprende contra toda la dicharachera intrascendencia de la escolástica primera.

La genialidad de Santo Tomás radica en buscar los elementos de la razón humana que puedan comprender las razones divinas. Es decir trata de usar la inteligencia  analítica y no sólo la imaginación especulativa. Y en verdad logra un buen trabajo de aproximación a una nueva ciencia teológica cristiana.

Tomás reconoce la existencia del mal en el mundo, pero este mal (mancha ontológica) del mundo no es una fatalidad que se debe aceptar como “es lo que hay”, como se dice en estos tiempos. No, para Tomás el mal en el mundo  compromete un desafío humano: enfrentarse al mal y superarlo (“El pecado es el precio de la gloria”).  El teólogo diferencia en la persona humana dos naturalezas: a) una natural, propia de su residencia en medio de una naturaleza corruptible, llena de dolores y sufrimiento, y b) otra  dimensión trascendental, que es necesariamente metafísica, mística o idealista, que le compele a llevar el mal por el camino del combate, hasta arrinconarlo en los espacios del bien a través del ejercicio heroico de la libertad. La misión cristiana es, justamente, ofrecer esa Buena Nueva neotestamental, que da una salida por la lucha libertaria (libre albedrío) contra los pecados de la dimensión natural del mundo, asolado por la corrupción. No mediante el sometimiento al Dios que castiga las libertades y estresa o aplasta con las pruebas de la fe (Job, Abraham), sino libera con la conversión interior, en comunidad solidaria con el otro.

Esta revolución teológica la toma también el teólogo y filósofo español José Suárez, quien por allá por el siglo XVI proclama la libertad de asumir la forma personal e inalienable de vivir la fe, negando a la Iglesia el someter su personalidad a las reglas puramente formales: “Ni el mismo Dios puede definir la forma en que mi persona cree”.

Se inicia la corriente insumisa del existencialismo cristiano, filosófico y teológico. Luego vendrán los más modernos como Kierkegaard (existencialismo cristiano, que exige derrotar el mal primero en uno mismo), Bergson y Blondel, que  imponen la idea que el ser humano supera la realidad opresora del mal mediante su capacidad intuitiva de unos valores trascendentes, que empujan al hombre  a proceso de la “evolución creativa”, que transforma al mundo y al hombre mismo. Berdaieff, filósofo ruso, plantea lo mismo, pero va más allá del evolucionismo, para buscar la visión mística como referencia  de la trascendencia humana en la historia.

Toda esta larga incursión en los pliegues de la filosofía mezclada con la teología, nos lleva a la conclusión de que desde los siglos primeros de la era cristiana se vienen dando estas dos versiones de la vida respecto al mal de la corrupción humana (llamada pecado en la religión y delito en la vida civil- laica).

OPUS DEI BEATIFICADO.

Cuando se ungió con la calidad de Beato al religioso español, fundador del Opus Dei, monseñor Escrivá de Balaguer, un filósofo y literato venezolano, José Ignacio Cabrujas, escribió un artículo memorable en el Diario de Caracas.  En este artículo hace una reflexión jocosa de este personaje y lo trata de revelar en sus tesis doctrinales mediante el relato de una conferencia que dictó en una visita hecha a la capital de Venezuela, en un teatro repleto de seguidores del religioso. Unos padres  muy afligidos por la muerte de un hijo y otros por la enfermedad de un hijo que sufría de síndrome de Down, le consultan de por qué le suceden estas cosas tan tremendas, siendo gente de fe y de conducta obediente (el reclamo de Job).

La respuesta del religioso no se hizo esperar: “Sois benditos de Dios, que os somete a prueba para fortalecer vuestra fe; Dios  os revela su amor de manera misteriosa.”

Ya sabemos que Leibniz en su “Teodicea” justifica a Dios que impone el sufrimiento humano diciendo “Es bueno que una madre llore la muerte de su hijo, porque la máquina del mundo pide tal dolor para ser más perfecta”: “Rachel plorans filios suos, et natuit consolari” (Raquel implora por sus hijos, y nada la consuela). Esto para que se cumplan a la perfección todos los “grados del ser”. Ya sabemos la burla que recibió el filósofo Leibniz de parte de Voltaire, en su obra “Cándido”.

Cabrujas reflexiona sobre estas obviedades arbitrarias de la fe de los resignados y se burla de manera mordaz de tales facilismos teologales. Raquel quiere que le devuelvan a sus hijos y le interesa bien poco la “máquina del mundo” y su funcionamiento a la perfección. Por su parte, bien consciente estaba Cabrujas de las andanzas corrompidas del Opus Dei con los poderes mundanos en España y en América Latina y de la doctrina de aceptación de los poderes opresores con el aval de la fe de una Iglesia acoplada al mal de la codicia.

En ese nombrado y magistral artículo en el diario caraqueño, Cabrujas concluye su obra con una frase fuerte:

“¡Alegraos corruptos del mundo, que ya tenéis quien interceda por vosotros en el cielo!”

La corrupción está en el mundo, vive del mundo y no solo tienen intercesores en el Cielo. Los tienen en la Tierra, Urbi et Orbi. Los códigos fueron hechos por ellos y para ellos, así es que tienen todo atado y bien atado. Su enemigo es la voluntad libre y rebelde, es la lucha del espíritu humano por una mística nueva, insumisa y heroica.

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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Hugo Latorre Fuenzalida

Cientista social

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  1. Felipe Portales says:

    Muy buen e interesante artículo. Efectivamente, en Chile en estos últimos 50 años hemos visto la implantación, a sangre y fuego (en los primeros 17 años), de un sistema social eminentemente injusto, corrupto y corruptor; y luego (en los siguientes 33 años) de su legitimación, consolidación y «perfeccionamiento». Así, en los 33 años («los 30» de que se hablaba en 2019) ha operado el «bloque consensual» Derecha- ex Concertación que ha aprobado TODA reforma constitucional y legal del sistema que dejó la dictadura de común acuerdo. Y ambas partes se han enorgullecido de «los 30 años».
    Lo que sí me parece que más allá de las diferencias de fundamentación, Agustín y Tomás de Aquino coinciden en considerar que el hombre le debe total obediencia a a las autoridades políticas. Así, Tomás señaló que «el hombre debe tres cosas al soberano: fidelidad, reverencia» e incluso comparó la total obediencia de los súbditos al monarca con el ¡de las abejas a su reina! Y que el rey ni siquiera estaba limitado por su propia legislación: «el soberano está exento de la ley humana en cuanto a su coacción, puesto que no puede ser coaccionado sino por sí mismo, ya que la ley tiene fuerza coactiva precisamente por el ejercicio del soberano».
    Incluso algunos pasajes de juventud de Tomás sirvieron para elaborar el mito de que él justificaba el «tiranicidio». Sin embargo en su obra de madurez expresó que «cuando la tiranía es un exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza matar al tirano. Pero esto no está de acuerdo con la doctrina de los apóstoles». Y más aún, planteó que «los tiranos son instrumentos de la justicia divina para castigar los delitos de los hombres».

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