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Chile parece vivir un acabose, una sensación de hectombe global, una catástrofe telúrica, una desgracia o condenación divina; pareciera que las siete plagas bíblicas se hubiesen lanzado sobre nuestro territorio.

La estridencia silencia al diálogo, de esa forma ya no se comunica, se agrede. Juan Ruiz, arcipreste de Hita nos presenta en su “Diálogo entre un sabio griego y un bardo romano”, esa incapacidad de parte del bardo romano de comprender el sentido del simbólico y elevado lenguaje del sabio. En consecuencia, las respuestas del vulgar romano serán gesticulaciones violentas y enguerrilladas, muy lejos de las figuras idealistas expresadas por el sabio griego. Así andamos, transitando por la vulgaridad, en la diatriba, en el insulto, como bardos irredentos.

Ya no se despliegan las ideas, solo los intereses, pero ni siquiera se plantean las legitimidades de tales intereses, sino la parte estrecha, discriminatoria, sesgada o brutal…, la del ABUSO.

Ya no se defienden las propias verdades, las ideas bien sustentadas. Se atrincheran en falacias o lógicas enrevesadas, en sofismas de dudosa calidad, en mentiras fácilmente evidenciables, en doctrinas extemporáneas, que se resucitan y se echan a andar como “walking dead”.




Tiempos sin esperanzas recorren la geografía política y moral de Chile. La decadencia invade como las inundaciones en tiempos de “el Niño”, las migraciones masivas, los terremotos demoledores, las sequías incendiarias.

 

Las autoridades exigen volver a la “normalidad”. Pero ¿Cuál normalidad?

La que está instalada como tal es una anormalidad de punta a cabo. A esa normalidad se le tuerce la nariz cada día, a cada hora y en todo espacio. Los guardianes de esa “normalidad” son quienes primero violan su juramento de manera reiterada: fraudes, dolos, evasiones, elusiones, colusiones, ilegalidades, inconstitucionalidades al por mayor, y normalizadas por los fiscalizadores de la norma.

 

“No lucro” con los que, sin embargo, se lucra; servicios públicos que se privatizan; aguas apropiadas para sacar renta, derechos conculcados, cobros usureros y especulativos en la salud, los medicamentos, las energías, los peajes y los pasajes. Legisladores que legislan sus crecidos salarios y otras subvenciones a costa del erario público; lobbystas que obtienen licencias de corso a las empresas en términos de tarifas, precios, impuestos, regalías, donaciones, exenciones y toda clase de trucos que contradicen la mentada “sociedad de mercado”, pues hemos resultado en ser una de las sociedades más oligopólicas del mundo. Pero, además, producto de tanta apropiación de riqueza por parte de una élite minúscula, tenemos el récord de ser una de las sociedades más inequitativas del mundo, con el 1% de la población apropiándose del 49% de la riqueza.

 

Los guardianes de la norma se han declarado en rebeldía contra la misma norma, de la que son garantes: fraude en Carabineros, en las Fuerzas Armadas, en PDI, en los tribunales de justicia, en los ministerios, en los municipios, en las gobernaciones. Abusos sexuales en las iglesias, en el deporte, en el SENAME, en las policías, en las reparticiones públicas, en las empresas privadas (menos denunciadas pero igualmente prevalentes). En definitiva, no hay instancia de “autoridad” que se salve: se roba, se abusa, se mancilla; victimizan con sus conductas a la misma  dignidad de la “autoridad”.

Las funciones sociales que conforman el tejido que sostiene al sistema, vienen operando de manera “disfuncional”:

El sector educacional no educa, simplemente hace negocios; el sector médico no tiene como norte la salud, sino administrar la enfermedad, pues la salud no paga, pero la enfermedad es un muy lucrativo negocio.

La policía no resguarda los lugares de mayor peligrosidad, pero abunda su presencia en las áreas más seguras.

 

Los políticos no se hacen servidores del pueblo, sino de quienes los financian. Así es que se han dado a defraudar al fisco para obtener recursos y, mediante tales argucias, no tienen necesidad de solicitar al pueblo su adhesión. De eso se encarga la publicidad en los medios de comunicación, con sus entrevistas, sus periodistas bien pagados y sus empresarios que definen la parrilla comunicacional del “discurso correcto” y la “verdad única”, quienes acogen el decir de Gustave Le Bon, que basta insistir con un eslogan atrayente para que el pueblo sea rápidamente seducido y conducido como corderito al establo.

 

El sistema de justicia opera con aciertos y desaciertos. Muestra espacios de independencia así como sumisiones flagrantes en el sistema de fiscalías (no investigar, demorar las causas) y en los tribunales, donde el poder del dinero suaviza las sentencias hasta lo increíble (clases de ética) o reducción de las culpas (limitar los pagos de las Isapres sólo a quienes les demanden, cuando inicialmente la devolución era al universo de cotizantes perjudicados), o alargar los plazos y fórmulas de pago (como el caso de las farmacias y el papel, donde lo defraudado supera tres o cuatro veces lo devuelto), lo que legaliza la muy buena rentabilidad de defraudar.

La ley se aplica envaselinada para los poderosos y violentamente para los débiles: desalojo, despojo, requisiciones, remate de bienes, malos tratos y golpes, cárcel y miseria. A los ricos, nunca. Ahí la mano de la justicia queda mutiladamente corta.

 

La Constitución se ha hecho para violarla cuando sea necesario (Diego Portales dixi). Los estados de excepción abarcan gruesa parte de las vigencias constitucionales que se han dado en nuestra historia y en diversas partes del territorio. Esa Constitución que promete salvar nuestra democracia, es incapaz de salvarse a sí misma. Una participativa del pueblo, se rechazó por el mismo pueblo; otra dirigida desde las élites políticas, tampoco pasará la prueba. ¿Qué Constitución nos salvará?

 

Cuando la democracia se descompone muy profundamente, se convierten ella misma en invalidante, es decir incapaz de actuar en pro de sí misma. Ocurre como en esas enfermedades degenerativas, que postran al paciente y ya lo dejan inválido para cualquier esfuerzo regenerativo. O como esas depresiones que atacan a ciertas personas, que las van hundiendo en un túnel sin salida, oscureciendo la perspectiva y borrando todo resplandor de lucidez para abordar su mal.

 

Más si la comunicación entre los miembros de la sociedad se vuelva turbia o tóxica, confusa y manipulada, se confunde toda lucidez, se borran los contornos del discurso, se mezcla la realidad con la ficción, los supuestos con lo efectivo, lo verdadero con lo falso. Reina la confusión y todo queda convertido en un amasijo de contradicciones, de pugnas y de mezcolanzas, donde ninguna solución asoma como confiable y los atajos son tomados como camino, los “salvadores” emergen como “Gurúes” y los problemas se agravan, pues son llevados al vórtice, al abismo.

 

Si a eso se suma que estas sociedades en descomposición sufren una inequidad severa, por eso se desintegran, donde los cismas se materializan en diversidades agonales: ricos versus pobres, nacionales versus extranjeros, blancos versus gente de color, ganadores y perdedores, comunistas versus fascistas. Todo lo cual representa un real APARTHEID societal, que más que sociedad representan trincheras o ghettos, o un “caos inorgánico” que vemos representado de manera trágica en varias sociedades del siglo XXI.

El problema mayor es cuando estas sociedades enfrentadas y en disolución, se empantanan en estos estados estacionarios y decadentes, o van decayendo como un real “crepúsculo veneciano”; el problema, entonces, consiste en que el proceso infecta a la cultura y se instala una CULTURA DEL APARTHEID, haciéndose efectiva en una ideología dominantes de la confrontación. Ninguna sociedad ha salido exitosa de una realidad tan trágica, disolvente y apocalíptica.

Estas sociedades del “apartheid” se polarizan cada día más, conducen al imperio del extremismo, todo se expresa en totalismo y totalitarismo, en atropello y desvalorización de los valores. La reacción a ese tipo de acción, será indefectiblemente el odio, la violencia, la ebullición, la lógica de la muerte y la desvalorización de la vida. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso” (Piñera); “Vamos a exterminar el cáncer marxista” (General Leigh); “Estamos en guerra contra el comunismo internacional” (General Pinochet); “Derrotaremos a los nazis de Ucrania” (Putin).

 

Declarar guerras internas o externas, es declararse autorizados a matar, a aniquilar a exterminar, a perseguir, torturar, a destruir personas y bienes (Pacificación de la Araucanía; golpe de Estado). Es proclamar el imperio de la demencia frenética. Es legitimar a Caín y desaparecer a Abel (“Caín ¿dónde está tu hermano”? La respuesta: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?

Así, esos estigmatizados serán arrojados a las fosas comunes, al fondo del mar, al desierto o la cordillera, a la vera de cualquier camino para sembrar el terror. Y cuando la conciencia democrática vuelva a preguntar: “¿Qué has hecho con tu hermano?, entonces habrá “operación

Televisores”, “pactos de silencio”, defensa corporativa, solicitud de inmunidad, de indulgencia, de “consideración por las circunstancias”, por la “obediencia debida”, por el “deber de salvar a la Patria”.

¿Puede salvar una “democracia devaluada” a la auténtica democracia?

¿Puede el hombre dañado, recuperar una democracia sana?

¿Puede el hombre corvo y torcido juzgar lo que es recto?

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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  1. CHILE CORRUPTO DE A a Z…..ES EL LEGADO DE PINOCHET Y LOS GOBIERNOS POSTERIORES…….TODOS!
    CHILE, PAÍS ESQUINA CON VISTA AL MAR…A LA VENTA AL MEJOR POSTOR!

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