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Las otras muertes

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Chile, o los chilenos, vivimos sometidos al estrés de la amenaza de una violencia desalmada. Es el país que sufre la mayor sensación de riesgo de ser afectado por la delincuencia. Según ciertas encuestas, hasta el 90% de los connacionales, se sienten vulnerables ante este mal social. Otras estadísticas más razonables hablan de una victimización potencial (no real) del 60% para la población chilena.

Sin embargo Chile tiene una realidad delincuencial bastante baja, si lo comparamos con el barrio americano. Hasta el 2019 teníamos una cifra baja de crímenes (asesinatos) por cada 100 mil habitantes (3,2),  y producto de la nueva realidad migratoria y social interna (acceso a las armas de fuego por las bandas organizadas, pobreza incremental post  pandemia) hemos duplicado la criminalidad, llegando cerca del 6,5 por 100 mil habitantes al 2023. Con todo estamos lejos de otros países como Venezuela que ostenta el récord de 40,5 personas asesinadas por cada 100 mil habitantes, o el distrito de Columbia en EE-UU. con tasa de 28,2; Uruguay con 11,2; Argentina con 4,6., pero con más de 5 asesinatos diarios.

 

Tendemos a culpar a los migrantes por el aumento de la criminalidad en Chile, pero si bien los crímenes de extranjeros son de nuevo cuño y más espectaculares (secuestros, chantajes y ajustes de cuentas, tráfico sexual de personas), todavía más del 91% de los crímenes son cometidos por chilenos y contra chilenos.

 

La criminalidad de responsabilidad extranjera ha subido enormemente, no pasaba de ser el 3%  (2017-18) hace unos cinco años, y ahora ya sube cerca del 9%. Claro que esto se explica por el crecimiento del problema del narcotráfico y de las bandas de crimen organizado que se instalaron  a operar en nuestro país, que son, además, de pelaje internacional.




La mayoría de esos crímenes son  del tipo ajustes de cuentas o secuestros ligados al mismo fenómeno del tráfico de drogas. Es decir se matan entre ellos, y pocos son los casos en que se amenaza a la población en general. Lo curioso es que la población extranjera se calcula  en 9% respecto al total y, al 2023, la tasa de criminalidad también se encuentra para los extranjeros en nivel del 9% respecto al total de los crímenes (Inmigración y delincuencia, (CEP, 2023).

 

Esta especie de paranoia de los chilenos respecto al crimen se debe esencialmente al efecto multiplicador que tienen los medios televisivos y políticos, interesados en generar miedo social como forma de influir en las personas atemorizada y de obtener alta audiencia, como imperativo comercial (alarmas, cámaras, blindaje de automóviles, rejas y puertas de seguridad, etc.).

 

Nadie es más vulnerable a la manipulación que una persona invadida por el miedo. Se les hace votar de cierta manera, gastar fortunas en seguridad, desconfiar del otro, cerrarse en un individualismo sospechoso, etc. Todos  factores que sirven a los propósitos de quienes gustan someter para gobernar manipulando y sugestionando, hasta el grado de preferir que se atente a su propia libertad (estados de excepción, de guerra o lo que sea) para sentirse seguro. Pero esa “seguridad” no es gratis, se intercambia por dar más poder a quien te puede vulnerar tus derechos. Recordemos que todos quedamos a meced del criterio de quienes portan las armas, y bien sabemos cuál ha sido la resultante de esa entrega de poder en Chile. No se quiere decir con esto que la delincuencia no se deba tratar con rigor, decisión y rapidez; lo que se quiere advertir es que sólo la fuerza no es suficiente, que se requiere también inteligencia policial y políticas de integración social y económica (justicia tributaria y distributiva), como única forma de erradicar la pobreza en los jóvenes, que es la tierra fértil de la que se alimenta el enrolamiento delincuencial.

 

Pero es otro el tema que nos trae a este artículo: “Las otras muertes”.

 

Tan sumergidos estamos en el ambiente de la victimización por la delincuencia, que dejamos de poner la mirada en otras heridas abiertas en el corazón de nuestra sociedad, que si las miramos con atención, son tan violentadoras de la sensibilidad como los asesinatos.

 

Partamos diciendo que si bien los asesinatos en Chile pueden llegar a sumar 3.1 cada día, eso no es comparable con las muertes autoinfligidas (suicidios), que llega a la escandalosa cifra de 5 suicidios por día (tasa de 10,3 casos por 100 mil habitantes). Con el agravante que es nuestra juventud, entre 15 y 29 años la que más sufre de este flagelo (seguido por personas de la tercera edad), llegando a ser Chile el país con  más alta tasa de suicidios en jóvenes entre 15 y 26 años, en América Latina, con más de 1.800 muertes totales anuales por esta causa. Pero veamos otro agravante, que de cada suicidio consumado, se rodea de 20 intentos de suicidio que no tuvieron éxito. Es decir, estamos cerca de caer en  tasas súper anormales, como las de Corea del sur- que llega a  las 46 por 100.00 habitantes (2022)-, si es que buena parte de los que intentan suicidarse en nuestra tierra, alcanzaran efectivamente su propósito.

 

Las tasas de suicidios venían descendiendo desde que, en el 2014, se dio curso a una institución pública destinada a frenar esta epidemia, que había alcanzado su máximo en 2007-2008-2009 (tasa de 12, 7 y 11,0 por 100.00).

 

Se redujo bastante en 2020 (8,2),[en pandemia], pero en 2022 y 2023 vuelve la tendencia al alza (10,5).

Largo sería analizar las causas que puedan explicar este fenómeno, que sabemos es multifactorial, pero que tienen componentes ambientales (económico-sociales) que lo aceleran o profundizan, como pueden ser las crisis económicas que generan la frustración del desempleo, así veremos que la mayor tasa de suicidio se produce en una edad entre 19 y 24 años, que es la edad en que los jóvenes deben hacerse responsables de su vida económica y acceder al empleo o mantener una familia; la otra edad complicada en el suicidio es entre los hombre de 45 a 59 años, que parece coincidir con las crisis de familia (divorcio) y pérdida de empleos, con dificultad para reinsertarse en nuevos puestos. También las personas sobre los 70 años, que caen en soledad, abandono y pobreza, pues las sociedades como las nuestras, literalmente los desechan,

 

Coincidente con lo que señalamos, las tasas más altas  históricas, se ubican en tiempos de crisis económica y sabemos que una economía en crisis afecta mayormente el empleo de los jóvenes (que duplica o triplica la tasa de desempleo general) y de los más pobres, que carecen de capacidad para sobrellevar la falta de ingresos diarios. ( Ver estudio “Suicidios y PIB” Universidad de Talca, Emilio Moyano Díaz y USACH, Rodolfo Barría, 2006).

Otra de las causas de muerte en Chile es la accidentabilidad en tránsito automovilístico. Tienen una curva en el tiempo que se mantiene cercana a la del suicidio, sobre todo en los últimos años se van aproximando bastante. Sabemos que la mayoría de los accidentes de tránsito son en condiciones de manejar bajo los efectos del alcohol y/o las drogas; sabemos también que nuestro país goza de ser uno de los que mantiene más alto grado de consumo de alcohol per cápita en los jóvenes, fuera de ser el país que sufre el flagelo del consumo de drogas (Marihuana y otros) a más temprana edad en nuestra América Latina. También somos el país que más consume fármacos psicotrópicos (ansiolíticos, anti depresivos, inductores del sueño) en esta Región americana.

La accidentabilidad, suma al problema de la pérdida de vidas, el tema de los que no mueren, pero quedan severamente dañados físicamente. Nunca se discrimina bien al momento de definir una muerte por accidente o por suicidio, cuál es el factor de accidentabilidad y cual el de premeditación suicida, o cual es la determinante más prevalente.

Un estudio realizado en un país de América Latina (Venezuela), por un equipo de investigadores norteamericanos, a mediado de los años 80 del siglo XX, reveló que los costos asociados a la accidentabilidad automovilística eran tan enormes (costos médicos, horas laborales perdidas, pérdidas materiales y costos de seguros, judiciales, etc.) que sumados eran casi equivalentes al gasto en seguros sociales del mismo país.

 

Tenemos estas dos causas que matan a nuestra Juventud (suicidios y accidentabilidad) de manera criminal, sin que la sociedad tenga mucha conciencia que es un fenómeno varias veces más mortal e incontrolable que los asesinatos por encargo o ajustes de cuenta. Y que son reflejo de un daño social en la población, que es de origen estructural y que se debe atacar con políticas estructurales, entre ellas en la cultura y educación, el consumo y la economía.

 

Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Hugo Latorre Fuenzalida

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