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Esperando la segunda ola

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Han aparecido pájaros en mi ventana. Colibríes que, en su fragilidad suspendida, llenan un espacio visual que hace mucho tiempo no se veía. Hablo en plural y me equivoco como siempre, cuando intento generalizar ese pequeño instante en que nos invade el exterior natural, las aves, la lluvia o la luna llena sobre la montaña nevada que cae sobre la tierra, como un manto deshilachado y penetra por los poros de lo visible e invisible. La candidez del momento lo hace sublime, no trascendental ni histórico, solo efímero y personal. Sin embargo, no deja de haber un pequeño temblor con el batir de esas pequeñas alas, que me imagino y solo me imagino, se siente a través del viento confuso que nos invade a todos, en este vivir en una dualidad permanente, entre lo de afuera y lo de adentro, entre lo personal y lo colectivo.

Delfines en canales con aguas limpias en Venecia, canguros paseando por las calles desiertas en Australia, pumas recorriendo la ciudad, en Santiago de Chile. La presencia de la ausencia. El confinamiento humano abriendo posibilidades no sospechadas de lo indómito que nos rodea, pero que al mismo tiempo nos retrata de cuerpo entero, como una especie arrolladora, desequilibrante y peligrosa. El animal racional y social, cúspide de la naturaleza, sumido en la barbarie, imposibilitado de salir y de conectarse con el otro. Aislado, frente a sus propios miedos y como en los orígenes pre históricos, escondido en una caverna para no ser devorado en el mundo exterior.

En algún momento había que parar. En un comienzo, fueron las guerras tribales que terminaron con el intento inicial del humano primitivo, de vivir en cierta armonía con la madre tierra, perpetuándose hasta la fecha, la cultura del patriarcado.  Luego, en los tiempos de esclavitud, se permitió la llegada a América, en barcos hacinados, de más de 12 millones de africanos. En el siglo recién pasado, dos guerras mundiales y dos bombas atómicas explotaron sobre el planeta. Y ahora un modelo de vida capitalista y neoliberal globalizante extremo, nos tiene con el calentamiento global a la vuelta de la esquina y en nuestro propio y reseco jardín.

Vuelvo sobre la dicotomía, los extremos que se juntan y que contienen en cada uno un aspecto del otro, la cultura oriental invadiendo occidente. El razonamiento buscando respuestas de lo indecible, de la incapacidad y de la torpeza de encontrar la paz en un precario equilibrio de ojivas nucleares y guerra espacial. Todo mezclado, la biblia con el calefón. Pero es que no hay nada puro o dicho de otra manera, afuera no hay nada seguro, ni los hechos que muestra la televisión ni las respuestas de los buscadores de internet. Es la incertidumbre que viene y amenaza con quedarse. A veces, adentro ocurre algo parecido, entre la calma y el estupor, nuestro ser en su totalidad se conecta con el infinito y desde algún punto salen estas palabras que ordenadas y jerarquizadas por la ideología dominante mantienen el equilibrio opresivo y dominador. Escribo estas frases para romper el cerco que mágicamente se vuelve a armar sin que pueda impedirlo. Somos reproductores de un sistema y estas palabras no son mas que un salvavida de plomo para la esperanza que se agita en las aguas turbulentas.




Una oportunidad para cambiar se murmura entre los súbditos intelectuales, el sistema se resquebraja y acomoda para una nueva realidad responden los carceleros. Como siempre el barco se tambalea, pero no logra naufragar y en esa mezcla de hip hop, cada uno hará con su vida lo que le plazca. Saldremos del confinamiento mas solidarios y preocupados del medio que nos rodea o como erizos de tierra nos salvaremos en la individualidad extrema que ve al otro como un potencial destructor de lo propio. No lo sé y ¿quién lo sabe? Se abren en esa línea dos grandes desafíos si pensamos que el ser humano es un animal con un imperativo que lo habilita como humano al buscar en si mismo un camino que respete lo universal y a sí mismo. Un camello diría Nietzsche. Si, un camello buscando ser león y luego niño en una sociedad que aún no se encuentra más allá del bien y del mal.

Siguen los pájaros allá afuera y un revolotear de las ideas acá dentro. Si encontráramos con una bola de cristal la verdad, el bien o el amor allá afuera, seria todo mucho más fácil, pero parece que todo eso no existe al otro lado de la piel, sino que en cada uno se cuaja la sangre para encontrar una continuidad de certezas que duran lo que dura el momento, pero que en ese segundo eterno nos validan como personas. Es muy difícil vivir en esta arena movediza sin totalidades absolutas sobre todo cuando la muerte te acecha en cada instante. Es como caminar sin brújula mientras un tucúquere te mira desde lo alto, sin que tú lo sepas, sin que tú lo sepas.

La vida post pandemia solo tendrá un futuro si repensamos y deconstruimos nuestra relación con la naturaleza. Desde lo que comemos hasta lo que producimos, que cosa compramos, cuanto de lo que consumimos es realmente necesario, cuanta basura botamos, cuanto humito botamos por el vehículo en que nos movilizamos. Como construimos ciudades sustentables y una economía que incorpore el costo ambiental y social que significa producir cada producto. Todo eso para empezar a soñar pero que debe implicar una transformación real de una sociedad que no se base en la acumulación del capital, sino que, en una relación de solidaridad y respeto por el otro, llamando otro a todo lo viviente y no viviente.

El otro gran desafío ético que ha dejado esta micropartícula tiene que ver con la respuesta de los sistemas de salud. La inequidad reflejada en el acceso a la salud y el hacinamiento de los pacientes que intentan sobrevivir la pandemia en un sistema de salud público y privado y por lo tanto, fragmentado y mercantilizado ha mostrado su lado más oscuro, pese a los intentos de administración única de las autoridades de salud. Se requiere en el futuro un sistema universal, de calidad y solidario de salud que beneficie a la gran mayoría de los chilenos, algo tan simple de escribir pero que tanto rechazo genera en los grupos de poder que podrían perder sus ganancias acumuladas en las instituciones privadas de salud.

Que nos va quedando, un tiempo para mirar como se desvanece lo que nos rodea. Las nieves se derriten, los osos polares se extinguen, las últimas conversaciones con nuestros mayores, las escasas lluvias que golpean el tejado de tu casa, el aire que se limpia solo un poco después de la tormenta.

Tal vez es lo que va quedando en la vejez que se asoma, solo añoranzas de un mundo pasado, en que los pájaros llegaban a tu ventana.

 

Por Álvaro Pizarro Quevedo

5 de agosto 2020

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  1. Gino Vallega says:

    Un pequeño resumen :
    La vida post pandemia solo tendrá un futuro si repensamos y deconstruímos nuestra relación con la naturaleza , en vez de sentarnos a observar como se desvanece lo que nos rodea.
    Amén.

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