Ecología Colapsismo

Por qué el Fenómeno del Niño en 2023 será devastador

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El fenómeno El Niño 2023 se espera que sea uno de los más intensos de las últimas décadas, debido al calentamiento global y a la variabilidad natural del clima. Por ello, es importante que las autoridades, los sectores productivos y la ciudadanía estén preparados para enfrentar los posibles escenarios y reducir los riesgos asociados. Asimismo, es necesario que se aprovechen las oportunidades que ofrece este fenómeno para impulsar el desarrollo sostenible y la adaptación al cambio climático en la región.

El fenómeno El Niño 2023 es un evento climático que se caracteriza por el calentamiento anormal de las aguas superficiales del océano Pacífico ecuatorial. Este fenómeno tiene efectos significativos sobre el clima y el medio ambiente de Sudamérica y especialmente de Chile, que se pueden resumir en los siguientes puntos:

– Aumento de las precipitaciones en el norte y centro de Chile, lo que puede provocar inundaciones, deslizamientos de tierra, daños en la infraestructura y la agricultura, y riesgos para la salud pública.
– Disminución de las lluvias en el sur de Chile, lo que puede generar sequía, escasez de agua, incendios forestales, pérdida de biodiversidad y problemas sociales y económicos.
– Alteración de los patrones de viento y presión atmosférica, lo que puede afectar a la circulación de las masas de aire y la formación de nubes, así como a la calidad del aire y la dispersión de contaminantes.
– Cambio en la distribución y abundancia de las especies marinas, lo que puede impactar en la pesca, la acuicultura, el turismo y la seguridad alimentaria.
– Aumento del nivel del mar, lo que puede causar erosión costera, inundación de zonas bajas, salinización de acuíferos y daños en los ecosistemas costeros.

 

El Niño 2023 podría tener consecuencias graves para la agricultura, la pesca, la salud, la economía y la seguridad de millones de personas. Según el Centro Internacional para la Investigación del Fenómeno de El Niño (CIIFEN) el evento podría alcanzar una magnitud de 2.5 a 3 grados Celsius por encima de lo normal en el Pacífico ecuatorial. Esto podría provocar un aumento del nivel del mar, una mayor erosión costera, una reducción de la biodiversidad marina y una mayor propagación de enfermedades infecciosas.




Los efectos del Fenómeno de El Niño son sin embargo globales.Los récords de temperatura en la superficie de los océanos están siendo pulverizados de una manera que la razón no alcanza a comprender. Los valores en el Atlántico Norte parecen una imposibilidad, un error. Pero no hay error en la gráfica. El error, como veremos, está en otro lugar, escribe Juan Bordera en CTXT.

 

 

«Aunque la anomalía es más pavorosa en esta zona, el promedio global está prácticamente igual de desbocado. Y si bien ambas frenarán en algún momento, el hecho de que se haya producido semejante cambio exponencial es algo que hay que investigar porque podemos estar ante la ruptura de algo muy peligroso. Un cúmulo de causas diferentes están interactuando a la vez para que estas anomalías se estén dando de una manera tan abrupta. Es probable que todavía quede algo de tiempo para reaccionar, pero las mejores opciones ya se están evaporando», escribe.

 

 

El mapa térmico que tenemos ante nosotros dibuja una situación más bien cercana a lo terminal. Podría escribir, y subrayar, que los récords de todo tipo se siguen rompiendo con una naturalidad cada vez más antinatural. 40ºC en Siberia. 50ºC en México. Incendios históricos en Canadá con sus consiguientes postales en un anaranjado y posapocalíptico Nueva York. Récords de precipitaciones en Japón. Muertes masivas de peces en Texas.

 

Pero hay que sumarle otros posibles sospechosos que también están generando caos: la erupción de un volcán submarino en Tonga, que liberó una buena cantidad extra de vapor de agua a la atmósfera; la debilidad de algunas corrientes atmosféricas que de manera circunstancial han dejado libre de polvo del Sáhara algunas zonas; así como el impacto producido por un cambio sustancial en la legislación de los combustibles de los barcos, que ahora están obligados a circular provocando menos emisiones de azufre, lo cual calienta el planeta –y la superficie oceánica en particular– por la eliminación del efecto barrera que provocaban los aerosoles de estas emisiones. Se desenmascara así el calentamiento real que ya hemos provocado.

Finalmente, la guinda llega después del pastel: podríamos estar presenciando los inicios de la interrupción de algunas corrientes oceánicas imprescindibles para el equilibrio homeostático del planeta, y esto sí que sería terriblemente problemático. La Corriente del Golfo es la más lenta desde hace, por lo menos, 1.600 años. Y en el sur, en la Antártida, más de lo mismo, con descensos en la velocidad de la corriente de alrededor del 30% en apenas tres décadas.

Comprendamos esto bien porque es clave. El agua del deshielo de los casquetes es dulce y fría y, al aumentar la cantidad que va entrando en puntos concretos del circuito, se ralentizan las corrientes, que además se ven afectadas por un aumento de la temperatura general oceánica. Sin negar que en algunas zonas suceda lo contrario de manera puntual, la tendencia general es hacia el frenado. Con esta ralentización de la cinta transportadora, el calor se va acumulando en la superficie oceánica, ya que las aguas no se “mezclan” tanto como antes. Esto podría provocar en el futuro efectos difíciles de prever, y por eso se están produciendo debates sobre el tema y pocos se atreven a posicionarse al respecto.

 

 

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