Poder y Política Crónicas de un país anormal

La abismal distancia entre la clase política y la ciudadanía

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La democracia implica la soberanía popular. En Chile, la democracia protegida, o bancaria, a partir de los Acuerdos entre los representantes de la dictadura y los de la Concertación de Partidos por la Democracia surgió, como condición impuesta por los representantes de la derecha, la lejanía de los ciudadanos, los verdaderos mandantes respecto al poder. Desde ese momento, la política, (como había sido durante la República Parlamentaria), se ha convertido en un asunto que concierne a la casta política oligárquica y a sus instituciones.

El papel de los ciudadanos se había reducido a depositar el voto en las elecciones, pero no deliberar en los asuntos que le concernían en una democracia. Ingenuamente hemos creído que en estos últimos 30 años el poder civil estaba por sobre la tutela militar; hoy sabemos fehacientemente que los gobiernos electos son, o cómplices, (y, a veces, esclavos), de la casta en el poder.

Mientras el pueblo estuvo engañado haciéndole creer que por el hecho de sufragar ya contaba con el poder y, además, se convenciera de la estupidez, transmitida por varios presidentes de la transición a la democracia, de que el desarrollo del país estaba a la puerta de la esquina, y que en 2020 seríamos tan ricos como Portugal, todo “marchaba bien”, y se sucederían en el poder distintos líderes democratacristianos y socialistas, que estaban controlados por senadores designados; a partir de 2005, durante el gobierno de Ricardo Lagos, la derecha consintió en que todos los senadores fueran elegidos, sólo por el hecho de que si continuaba con los vitalicios y designados ganaría la Concertación.

Según Nicolás Maquiavelo, el político debe tener la fuerza del león para defender su territorio, y la astucia del zorro para saltar las trampas. El presidente Lagos declaró, en 2005, que Chile tenía una nueva Constitución, firmada por él y sus ministros y, por consiguiente, el tema se declaraba cerrado, (salvo las reformas que exigen dos tercios para cualquier modificación, que aún existen en la Constitución). El mismo Lagos se dio cuenta de que se había auto-engañado y tuvo que retroceder a la “página en blanco” que proponen los partidos de oposición actual.




El “pacto social”, (derecha-izquierda), del cual tanto se habla, aún no sido roto por la casta política, por el contrario, en algunos casos, como el de los auto-complacientes, han hecho todo lo posible para mantenerlo, por cierto, con algunas reformas propias de los conservadores humanitarios.

La democracia de las castas es una especie de feudalismo extemporáneo: el aparato del Estado, en un país rico y con un mínimo de déficit fiscal se convertía en un tesoro a repartir entre los partidos de gobierno y de oposición, y la ley de “las oligarquías en los partidos políticos”, de Robert Michels, probaba ser tan ciertas como la ley de la gravedad.

En tiempos de la República era muy raro encontrar un parlamentario o un político que robara, (mi abuelo y mi padre murieron pobres, y pagaron por sus convicciones con dos exilios cada uno de ellos y sus familias), hoy, los partidos se conducen como “directores de empresas”, y a nadie lo expulsan por corrupto.

Las Fuerzas Armadas, que ya no podían divertirse lanzando ciudadanos al mar, o torturando, a veces hasta la muerte a quienes pensaban distinto, se entretenían con sus nuevos amos que, paradójicamente, habían sido sus propias víctimas, y ministros de Defensa se vanagloriaban de haber sido reservistas militares; algún ministro de Defensa se solazaba contando chistes de grueso calibre con su “dilecto amigo”, Augusto Pinochet.

Los distintos gobiernos de la democracia protegida, (o bancaria), creían que al león se le podía amaestrar, esta vez no proporcionándole carne humana, sino verdes billetes, que provenían del 10% de las ventas del cobre; ni tontos ni perezosos, los encargados de finanzas del ejército y, posteriormente, de carabineros, pudieron llevar a cabo el “Milicogate” y el “Pacogate”, y convertir los gastos reservados, (no rendidos a Contraloría), en una agencia de viajes, o en varias y prolongadas noches de juerga en el casino, mientras el ministro de Defensa de turno miraba para el lado o, entre tanto, disfrutaba de un paseo en helicóptero.

La Contraloría, que se creía se había salvado durante la dictadura de Pinochet, ahora se está transformando en una verdadera molestia para militares y oligarcas bastante inescrupulosos. Al Contralor actual, Jorge Bermúdez, se le ocurrió la buena idea en favor de los ciudadanos de pedir sumario para algunos generales de carabineros, con responsabilidad de mando en los atropellos a los derechos humanos, perpetrados a partir del 18-0 de 2019.

La democracia protegida o bancaria sólo puede funcionar con pueblos adormecidos, que ni siquiera se rebelan ante el espectáculo del enriquecimiento personal a cualquier precio de sus representantes, pero lo malo para la casta en el poder, los empresarios y políticos corruptos es que alguna vez, “más temprano que tarde” …(diría Salvador Allende), llegará la hora de la rendición de cuentas frente a una ciudadanía digna y consciente se ser la verdadera dueña del poder legítimo.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

06/10/2020

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