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Estados Unidos cumple amenaza y prohíbe la importación de hidrocarburos rusos; alza de precios «es culpa de Putin» dice Biden

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En la narrativa oficial en Estados Unidos, Rusia ha regresado al puesto que ocupaba durante el medio siglo de la guerra fría: enemigo número uno del llamado mundo libre bajo el liderazgo de Washington, y con ello el conflicto se vuelve no sólo asunto de política exterior, sino también en tema de política interna.

El impacto interno más inmediato y extenso del conflicto es el precio de la energía. Con las petroleras lucrando con la especulación en los mercados internacionales de energéticos, el precio de los combustibles se convierten no sólo en un problema económico, sino político dentro de Estados Unidos.

El presidente Joe Biden anunció una prohibición sobre la importación de hidrocarburos rusos para cerrar la arteria principal de esa economía, consciente de las consecuencias económicas y políticas en casa.

Al explicar la prohibición a las importaciones, Biden declaró que los estadunidenses se han unido en apoyo de los ucranios y no seremos parte para subsidiar la guerra de Putin, pero reconoció que habrá costos aquí también, en Estados Unidos, pero es el precio de defender la libertad.

A lo largo del discurso y en comentarios posteriores, repitió una frase: el alza de precio de Putin, y declaró que el incremento del precio del petróleo es culpa de Putin.

Aunque los hidrocarburos rusos sólo representan 10 por ciento de las importaciones estadunidenses (otros expertos dicen que son entre 3 y 5 por ciento), llega a ser un tercio de las importaciones europeas, informó este martes un alto funcionario del gobierno estadunidense.

Pero la incertidumbre por el conflicto ha elevado el precio en los mercados internacionales y con ello, según el funcionario, la gasolina en Estados Unidos se ha incrementado de 75 centavos a más de cuatro dólares el galón (3.78 litros). Explicó que ante ello su gobierno está impulsando iniciativas para frenar esas alzas, entre ellas abrir su reserva estratégica nacional y negociar con productores petroleros en otros países.

Eso incluye entablar las primeras pláticas directas en años entre Washington y el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela el pasado fin de semana. Aparentemente para el gobierno de Biden la urgencia de buscar formas de reducir el precio del petróleo por el conflicto con Rusia supera los costos políticos internos de modificar la relación con Maduro.

El frente interno

La rusofobia se ha promovido desde la cúpula política en Washington hasta el nivel más local alrededor del país durante semanas, con denuncias de las intenciones malévolas del dictador Vladimir Putin y sus aliados y castigos que incluyen no sólo sanciones económicas contra la cúpula, sino contra toda la población rusa.

Este martes, las empresas estadunidenses McDonald’s, Starbucks, Coca-Cola y Pepsi-Cola anunciaron la suspensión de sus actividades comerciales en Rusia.

Dentro de Estados Unidos, se han clausurado medios rusos (RT América), cancelado conciertos y bailes rusos, y hasta despedido a atletas profesionales y artistas de esa nación.

La soprano Anna Netrebko fue cesada por la Metropolitan Opera (Met) de Nueva York porque rehusó condenar públicamente a Putin, a pesar de que denunció la guerra.

Varios de los 41 jugadores rusos de la liga estadunidense de hockey han sido hostigados, enfrentado amenazas y perdido contratos comerciales.

Las cosas han llegado a tal extremo que hasta la Federación Internacional de Gatos prohibió la participación de felinos rusos en sus competencias, reportó el Washington Post (sin humor).

Los políticos en Washington portan listones con la bandera ucrania y denuncian a los rusos. Algunos demócratas que habían culpado la supuesta intervención rusa en las elecciones presidenciales de 2016 contra Hillary Clinton gozan al revivir sus acusaciones contra el aparentemente superpoderoso Putin.

El senador republicano Lindsey Graham llegó hasta a instar por el asesinato de Putin, pidiendo vía Twitter, ¿no hay un Brutus en Rusia?, ya que la única manera de que esto termine es que alguien asesine a “este tipo… Estarían haciendo un gran servicio a su país y al mundo”.

Donald Trump, quien fue atacado por demócratas como subordinado de Putin, emitió una declaración donde afirmaba que con los presidentes Bush, Obama y Biden, Rusia invadió a otros países, afirmando: soy el único presidente del siglo XXI que durante mi vigilancia Rusia no invadió a otro país, y concluyó que la razón es que ante Rusia él es duro y Biden es débil.

Aquellos expertos y analistas, incluso ex funcionarios, que se atreven a criticar la narrativa oficial se encuentran con una ola de reprobación y acusaciones de ser portavoces del Kremlin.

El reconocido experto y profesor en la Universidad de Chicago John Mearsheimer, quien –con varios otros– ha expresado que Washington debe asumir responsabilidad en detonar la crisis con su insistencia de ampliar la OTAN al proponer incorporar a Ucrania, violando así acuerdos con los rusos, ahora enfrenta una campaña de estudiantes acusándolo de promover el putinismo y quienes piden al rector que obligue al académico a emitir “una declaración clara… sobre la agresión rusa en Ucrania”.

Alrededor del país, el discurso de la cúpula política ha nutrido una ola de amenazas, cancelaciones y campañas en redes sociales contra restaurantes y otros comercios rusos. Las campañas de demonización de los enemigos no son nada nuevo. En Estados Unidos, los inmigrantes han padecido las peores consecuencias en diferentes momentos de guerras o tensiones: alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, chinos (sobre todo por Trump y sus aliados culpándolos del covid-19), mexicanos una y otra vez, y ahora, los rusos.

La mayor comunidad inmigrante del país se concentra en Nueva York. Igual, aunque menos numerosa, la ucrania. Muchos viven en los mismos barrios en Brooklyn –uno se apoda Pequeña Rusia, y ahí cerca está otra llamada Pequeña Odessa. La guerra ha sacudido a esa comunidad, la cual ha convivido durante décadas –muchos son socios en comercios o se han casado entre sí–, donde lo que prevalece es solidaridad expresada en la recaudación de asistencia humanitaria para las familias y pueblos, e incluso abrazos para consolarse ante el horror de toda guerra.

 

Por David Brooks

La Jornada

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Corresponsal de La Jornada en EE.UU.

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