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“Quelentaro es lo que ocurre cuando se junta un músico con un poeta”

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Así lo expresa el sociólogo Carlos Rodríguez González, autor de la biografía testimonial sobre ese destacado conjunto popular chileno. “Los hermanos Eduardo y Gastón Guzmán, Quelentaro” será presentado este viernes 26 de enero a las 19 horas en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, de Matucana 501, Metro Quinta Normal en Santiago, con entrada gratuita.

 

Dos hombres jóvenes en un paseo familiar, uno con su hija y el otro con su hijo, se ven en la portada del libro “Los hermanos Eduardo y Gastón Guzmán, Quelentaro”. Es una muestra de los varios documentos y memorias desconocidas que se encuentran en esta publicación, una “Biografía testimonial”, como también se titula, escrita por el sociólogo Carlos Rodríguez González acerca de la trayectoria de uno de los más importantes conjuntos musicales y populares chilenos.

 

“Es una foto de Eduardo y Gastón jóvenes en un paseo familiar, estando Eduardo en la central Cipreses de Endesa y Gastón en Rapel”, detalla Rodríguez sobre esa foto en blanco y negro, que remite a los albores de la historia de Quelentaro, cuando sus dos históricos y duraderos integrantes laboraban para la entonces estatal Compañía Nacional de Electricidad en los años sesenta.




 

Formado como Conjunto Quelentaro a comienzo de esa década, el grupo se inició en el disco en 1965 gracias a Violeta Parra. “Este talentoso cuarteto de voces y voluntades”, los llama en 1967 el director artístico del sello EMI Odeon, Rubén Nouzeilles, en las notas del primer LP del conjunto. Y fue como dúo entre Gastón y Eduardo Guzmán que Quelentaro patentó una saga de canciones memorables como “Jazminero me voy”, “Se me asombra tu nombre”, “Qué de caminos”, “Copla del hijo”, “Qué pasó con el sol”, “Lonconao” y muchas otras desde los años setenta en adelante.

 

–Siempre, desde los años sesenta, la composición de Quelentaro se dio a distancia: Eduardo siendo el escritor de la poesía y Gastón siendo el intérprete de esa poesía –establece Carlos Rodríguez–. El libro viene a corregir varias cosas, como esto tan nombrado de que los dos partieron con el grupo siendo trabajadores de la central Endesa Rapel, Sí, nació el conjunto en Rapel, pero Eduardo nunca trabajó en Rapel. Estando en Rapel, Gastón junto a Valericio Leppe, Eladio López y Ari Álvarez hacen el grupo Quelentaro, como trabajadores: el trabajador cantando, literal. Ganan un concurso de la radio Ignacio Serrano en Mellpilla y la empresa Endesa los auspicia, los lleva de gira por todas las centrales de Endesa en Chile. Eso también habla de otra época total.

 

“Ése es un valor que tiene el libro”, destaca el autor, “que es relatar a los Quelentaro jóvenes, puestos en juego en la Nueva Canción, en el tiempo del gobierno de Allende, que son cosas que no se conocen mucho. En la memoria quedó la imagen de Quelentaro como estos dos abuelitos, viejitos, que están ahí echándole pa’delante, pero el Quelentaro se formó en los (años) sesenta, fue antecedente de la Nueva Canción, transitó por la Nueva Canción y el Canto Nuevo, es decir tiene una importancia que no se limita a ninguna clasificación de las que se han hecho a través de la historiografía de la música chilena”.

 

Una investigación de alrededor de tres años para una tesis de magister en patrimonio fue el origen del libro de Carlos Rodríguez, quien como antecedente más personal había escuchado la música del grupo desde la niñez.

 

–Para mí fue siempre muy familiar Quelentaro –dice–. Eso me hace venir con ellos y después chocar con una realidad en la que ellos no están. Es esta diferencia entre su calidad y presencia en la memoria popular, versus su presencia en los organismos e instituciones encargados de transmitir la cultura en Chile. Ese desnivel me motiva a hacer esta tesis.

 

Tras el golpe de Estado de 1973 Eduardo Guzmán partió al exilio en Argentina y en Canadá, sin dejar de trabajar a distancia con Gastón Guzmán, quien se quedó en Chile actuando y grabando. En esa época el autor del libro conoció al grupo. Nacido en 1980, Carlos Rodríguez tiene recuerdos de haber escuchado por primera vez a Quelentaro hacia fines de los ochenta, y los vio por primera vez actuar en 1999, en Viña del Mar, ya con el dúo reunido y con el guitarrista Ernesto Cortés.

 

–Haberlos visto en vivo es lo que después escuché en los relatos de muchas personas –dice el autor–: emocionarse, hasta las lágrimas incluso, en los conciertos. Esa forma que tenía el Gastón de recitar calaba muy hondo, y era el complemento perfecto para la poesía de su hermano. Quelentaro en el fondo es ver lo que ocurre cuando se junta un músico con un poeta, y los dos de tan alto nivel. Haber escuchado recitar al Gastón a un metro de distancia es una de las experiencias estéticas artísticas más potentes que me ha tocado vivir, comparable con haber visto las arpilleras de la Violeta (Parra) expuestas en el centro cultural de La Moneda.

 

Eduardo y Gastón Guzmán murieron en 2012 y 2019 respectivamente, pero en la memoria colectiva queda el repertorio y el estilo del grupo, caracterizado por ejemplo por la recitación sentida e intensa de Gastón Guzmán y también por su ceño adusto. Carlos Rodríguez hace sin embargo una salvedad respecto de este último rasgo, habida cuenta de la colaboración que encontró en Gastón Guzmán para su trabajo.

 

–Con la misma investigación me di cuenta de que no es raro que nos haya dado esta mano –dice– porque, con los artistas o con la gente a la que le gustaba Quelentaro, Gastón históricamente siempre fue buena onda. Varios grupos se le acercaban, estoy hablando de los (años) ochenta, y Gastón los invitaba a telonearlo, los acoplaba, no era mezquino. Pero sí era muy pesado con los medios de comunicación y con los pares, con los artistas en general, porque siempre los consideró burgueses, lo mismo que los distanció del movimiento de la Nueva Canción Chilena.

 

–¿Qué representan los discos que ellos estaban haciendo en esa época de la Nueva Canción Chilena, ya en tiempos de la UP, como “Judas” o “Cesante”?

–Son discos que les costaron el exilio estando todavía en Chile, exilio que después, cuando volvió Eduardo, los siguió persiguiendo. Era muy de ellos decir “Volvió la democracia y quedamos fuera de nuevo”. El primer exilio de Eduardo fue en Argentina. Después se topa allá con la dictadura de Videla y tiene que salir de nuevo; se va a Canadá, su segundo exilio. Y él dice que al volver a Chile vivió su tercer exilio, después de haber estado tanto tiempo poniéndole el hombro a la resistencia en dictadura, con todo lo que hicieron Gastón y Eduardo fuera de Chile, llevando el mensaje de resistencia a Europa, acompañando a los exiliados a todas partes, y Eduardo haciendo mucha creación a partir del exilio, que eso tampoco se destaca: el gran poeta del exilio que fue Eduardo.

 

–Quelentaro no fue parte de ninguna escena.

–Eso es muy interesante porque habla de su posición política y su interpretación del momento de Allende. Quelentaro es allendista total, cien por ciento, mucho respeto. Pero es un allendismo extra-parlamentario. Que es muy parecido a lo que se puede rastrear en los registros de la posición de los cordones industriales en el ‘73. Hay cartas de agosto del ‘73, de septiembre del ‘73, del cordón industrial de Cerrillos a Salvador Allende, con mucho respeto hacia él pero criticando su proceso totalmente. Y Eduardo fue parte de eso. Hablo de Eduardo porque él fue el que salió exiliado, tuvo más participación en esa efervescencia del momento, pero los dos están relacionados con una experiencia política que enfrenta la injusticia no desde un partido político sino desde el sindicalismo.

 

–Eso lo heredan de su papá, como se dice en “Lonconao” –continúa Carlos Rodríguez–: “… y mi padre analfabeto dirigiendo el sindicato”. Eso fue tal cual. El padre de Eduardo, siendo dirigente sindical, poquito más que analfabeto, como dice “El letrado”, “leía masticando”, les enseña y les da una naturalidad de la protesta y de enfrentar la injusticia de una forma directa, acompañada por el pueblo. Ésa es la experiencia sindical a la que están acostumbrados. Entonces llegan a Santiago, encuentran que está todo pasando con el gobierno de Allende, pero por medio de un partido político, que es el Partico Comunista. Ellos quedan fuera de todo lo que ocurrió con el sello Dicap (la Discoteca del Cantar Popular, casa grabadora creada por las Juventudes Comunistas) porque les chocó esta manera, por su formación política inherente. Y desde ahí ellos elaboran eso de una forma muy hermosa cuando dicen “no cambiamos nunca la bandera del pueblo por la bandera de ningún color”. Esa relación directa con el pueblo es muy coherente en expresar el sentir popular o, como ellos dicen, la vida, pasión y muerte del pueblo chileno, sin ninguna necesidad de mediación.

 

–Es cierto que no estaban en Dicap ni tampoco en IRT, pero estaban en EMI Odeon, que era un sello disquero con mayor alcance.

–Esa mano se las da la Violeta Parra. Cuando vienen a Santiago tratan de meterse al circuito que ya estaba ocurriendo aquí en las peñas: en la Peña de los Parra, en Chile Ríe y Canta, en el Rincón Latinoamericano. Y la única que les da la mano en ese momento es la Violeta en su carpa (la carpa que la artista había abierto en la comuna santiaguina de La Reina en 1965). Ellos se van a actuar allá, a la Violeta Parra le gusta el estilo que tienen, que es muy cercano al folclor argentino, y les da la oportunidad de grabar dos temas. Los cita en la EMI Odeon y ahí conocen a Rubén Nouzeilles, que fue el gran productor de la EMI en ese tiempo. Como era argentino, le gustó el estilo de los Quelentaro. Entonces ahí la Violeta los dejó enganchados. Y de ahí no soltaron más la EMI Odeon, que era, claro, un tremendo sello. La otra vez un periodista me decía “Cómo habrá sido para ellos de terrible no pertenecer al sello Dicap”. Qué les importaba, si estaban en la EMI Odeon.

 

–De hecho incluso en dictadura sus discos siguen saliendo por EMI. ¿Qué cambios hubo a partir de esas grabaciones siguientes a 1973?

–En un comienzo eso tuvo que ser camuflado igual. El primer disco que saca Quelentaro en dictadura es del ‘76, “Tiempo de amor”… Bueno, ellos decían “El amor también es revolucionario” y les encuentro toda la razón, pero camuflaron a través de la poesía del amor su protesta, su reclamo, y también les sirvió para seguir viviendo, sobre todo Gastón aquí en Chile. Y ahí no había nada de qué protegerse, porque las letras son todas románticas. Despué, en el ‘77 está (el disco) “Qué de caminos”, que también tiene esta cuestión más metafórica. Ya no era el “Leña gruesa” diciendo “Los políticos de cartón” o el “Judas” que delata a todas estas personas, sino que Eduardo empieza a sofisticar su manera, y eso también le sirvió a Gastón acá para camuflar, transmitir esas cosas y seguir viviendo de la música, pero más que para algo personal, para mantener vivo al Quelentaro en Chile y hacer una labor de resistencia notable a baja escala.

 

–¿Cómo es esa época para Gastón Guzmán sin su hermano en los escenarios?

–En todo lo que existe de Quelentaro como recopilaciones o intentos de hacer biografías se habla de que Gastón hacía uno o dos conciertos al año, como el gran evento artístico de Quelentaro. Y nopo, entrevisté al Pingo González (Ernesto González, músico que tocó con Gastón Guzmán en la época) y él me contó que oficialmente aparecía en los medios uno o dos conciertos al año, pero habían tocado, y recuerdo muy bien cómo me lo dijo, “veinte, veinticinco, treinta, cincuenta, sesenta vces”, en todas partes: en poblaciones, en sindicatos, en restoranes. Quelentaro anduvo aquí reconstituyendo una especie de tejido social, eso es lo que encuentro interesante, porque cuestiona también esta noción que hay de “apagón cultural”, Y esto no es mío, es de una parte importante de la bibliografía de la tesis, de Cristian González Farfán (coautor junto a Gabriela Bravo Chiappe del libro “Ecos del tiempo subterráneo” sobre las peñas santiaguinas en dictadura). En Chile en dictadura no hubo apagón cultural. Todo se dio subterráneo y quizás mucho más potente de lo que pasa ahora, que tiene muchas más luces y parafernalia.

 

–¿En dictadura siguió esa vía personal  de Quelentaro? No fueron parte del ámbito de Alerce, por ejemplo, que fue el sello más importante de esa resistencia.

–Y agrego otro nombre. Quelentaro no se asoció a lo que pasó en el Café del Cerro (el espacio musical más visible de oposición a la dictadura, creado en 1982 en Santiago), sino que buscó su lugar y eso se lo dio El Rincón de Azócar (escenario situado en la comuna de Macul, también en Santiago). A Carlos Azócar también lo entrevisté en el libro y él estaba muy orgulloso de haberle hecho un poco la pelea o el gallito al Café del Cerro en ese sentido, porque tenía a Gastón y al Quelentaro de su lado, que era como su joyita, en el espacio que les dio. Él me habló de una anécdota pero genial. Me contó que en un momento Gastón estaba actuando en el Rincón de Azócar y se pasaron de la hora del toque de queda. Y en la esquina se ponía una micro de pacos para esperar al que pasara. Y él, sabiendo que ya se estaban pasando, sale a ofrecerles excusas o a pedirle diez minutos más, una cosa así, y el paco estaba llorando escuchando a Gastón desde afuera. Y es ya elucubrar, pero es una tesis que el Pingo González también comparte, de que hay mucha gente uniformada que era fanática de Quelentaro. Hay distintos testimonios de pacos con la gorra bajo el brazo haciendo fila en el camarín para que les firmaran un autógrafo.

 

Cincuenta entrevistas a treinta y ocho personas y recopilación de archivos familiares, cartas, audios y fotografías inéditas son las fuentes del libro. “La historia real del Quelentaro no es que no la sepa la gente que está en los medios de comunicación ni los grandes personajes de la industria cultural”, dice Carlos Rodríguez. “También mucha gente que está ahí los conoció y sabe. Pero la verdadera fibra del texto son gente común y corriente y anónima que no conoce nadie: el vecino, el que atendía la panadería cuando iba a comprar Gastón, el amigo campesino de Eduardo en Lampa con el que se iban a la picá… esos son los testimonios que nutrieron el libro”.

 

Publicado en noviembre de 2023 por la editorial Mala Madre, del editor Rodrigo Sánchez, “Los hermanos Eduardo y Gastón Guzmán, Quelentaro – Biografía testimonial” ya fue presentado en Angol y Concepción y tiene fechas próximas en el santiaguino Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. “Después de eso va a seguir la ruta del libro”, dice su autor. “Tenemos invitaciones a Temuco, gestionada por (el cantor popular) René Inostroza, que es quien escribió la contraportada del libro: tremendo aporte, por la cercanía que tuvo con Eduardo y Gastón. Va a ser en la Universidad de la Frontera. Como soy sociólogo y esto partió de un ámbito académico, me entusiasma mucho llevarlo a esos ambientes. El producto final es una especie de novela, de cuento, algo relatado, pero en el libro hay todo un trabajo metodológico y de perspectiva teórica, y me gusta la idea de presentarlo en ambientes académicos para tocar algunos puntos más técnicos del libro. Estamos abiertos también a ir donde nos inviten, porque detrás de todo esto está la familia. Nos ha acompañado hasta ahora muy presente, y espero que así siga siendo por mucho tiempo, María Angélica Ramírez, esposa de Eduardo Guzmán, y eso es andar con la memoria viva”.

 

Por David Ponce

 

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Periodista

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