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Visitar Buenos Aires en la década de los 60 o 70 del siglo pasado era encontrarse con la ciudad más europea de América Latina y con el mejor estándar de vida de su población. Los chilenos quedábamos estupefactos ante un desarrollo que se evidenciaba fácilmente en la forma de vestir de los argentinos, como en su devoción por la comida, el consumo y el buen gusto en general. Prácticamente resultaba imposible encontrar mendigos por las calles y siempre nos impresionaban aquellas obras de construcción con persistente olor a asado a la hora de las colaciones de sus trabajadores. La Capital Federal se destacaba. También, por su gran número de librerías, con las que abastecía no solo a los lectores transandinos sino a todos los latinoamericanos que querían obtener libros más baratos que en todos sus países. Las principales ciudades argentinas descollaban, además, por su gran número de expresiones artísticas y culturales, por lo que muchos cultores se convirtieron en creadores y cantantes destacados a nivel mundial.

Argentina podía ufanarse de tener recursos naturales diversos y en abundancia, de ser uno de los principales graneros del mundo, como contar con una industria muy por encima de las de nuestras naciones. Su sistema educacional y sanitario eran de los más avanzados del Continente y el Estado prestaba encomiables iniciativas y servicios en este y otros sentidos. En sus autopistas y medios de transporte, por ejemplo.

Aunque la corrupción estuvo desde siempre presente, se decía en broma o en serio que Argentina era tan rica y producía tantos bienes al día que podía permitirse el lujo que le robaran por las noches. Hoy ya no es la misma, sin duda, tanto que al país le faltan los dólares para encarar la deuda externa y el acoso de Fondo Monetario Internacional. La inflación galopante registra en varios miles a los argentinos que se suman a la pobreza cotidianamente y el número de los carenciados e indigentes alcanza ya el 70 por ciento, pero en todo caso al 55 según las cifras oficiales. Desde Washington se afirmó en el pasado que Argentina era el país que tenía más dólares después de Estados Unidos. Y vaya que eso se notaba.

La inflación, una lacra conocida, empobrece ahora a sus hogares y restringe severamente su poder adquisitivo. No es de extrañar, por lo mismo, que hoy prácticamente toda la Argentina esté asolada por la delincuencia, los asaltos, los secuestros y todos los crímenes que se asocian y explican el fenómeno de la inseguridad social. En una realidad en que la corrupción también se está extendiendo y tal parece que, más todavía que en Chile, alcanza todos los niveles de la administración pública, la clase política, el empresariado, las centrales sindicales, los uniformados y hasta las propias entidades religiosas. La diferencia con nuestro país radicaría, seguramente, en lo cuantitativamente superiores que son las cifras del dolo, además de el crimen y la corrupción, más que organizados, allá están verdaderamente institucionalizados.




Lo más ingrato de todo es que los argentinos ya no tienen mayores esperanzas respecto de sus gobernantes. En las últimas décadas, después de los militares, han gobernado la derecha, el centro y, desde luego el peronismo, una compleja agrupación que se le supone afinidad con la izquierda y la redención de los pobres y oprimidos. Realmente, nada ha cambiado entre los gobiernos de Menem, Macri y la dinastía de los Kirchner, que promete ahora más reelecciones, después de que la viuda de Néstor haya designado a un mediocre como Alberto Fernández como su sucesor. Con la evidente intención de retornar ella misma a la Casa Rosada e ir preparándole un arribo a su hijo favorito.

No es que Chile hoy pueda presumir de superioridad, aunque desde allá se nos vea mejor. Con Argentina compartimos ahora prácticamente las mismas aflicciones socioeconómicas, salvo que aquí muchos tienen todavía alguna confianza en que el nuevo gobierno pueda alterar el rumbo de la economía neoliberal que castigó tan duramente a estas dos naciones como a tantas otras. Así como se confía que, a pesar de su matriz vanguardista, Gabriel Boric termine consolidando una estrecha relación con las Fuerzas Armadas y las policiales que le permita superar las inclemencias provocadas por la delincuencia, el narcotráfico o del propio terrorismo, como se tilda tan ligeramente la lucha mapuche de la zona macro sur.  Sin embargo, se sospecha como posible que el gobierno actual luego queme las últimas esperanzas de los chilenos, como ya se supone sucedió en Argentina, donde el malestar es completamente transversal.

En todo caso, ambos países están en caída libre respecto del bienestar humano de sus pueblos. Solo que Argentina se deslizó antes que nosotros al precipicio. Pero a ambos ya no nos van quedando referentes políticos que puedan encarar las fatalidades que nos golpean a diario. Si bien el estallido social aquí constituyó un fenómeno que tiene días y años muy demarcados, al otro lado de los Andes el malestar estalla todos los días, en todas partes y poco a poco se van agudizando los métodos del hastío. Con todo, es nítido que en ambos países la polarización se extrema, aunque allá no se expresan las pugnas ideológicas que se presentan en Chile. Posiblemente porque el peronismo ha sido capaz de meter en su saco las más disímiles posiciones y generaciones, dentro de la común aspiración por el poder y sus frutos.

 

Por Juan Pablo Cárdenas S.

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  1. Gino Vallega says:

    Viví en Argentina durante 1974 hasta 1978. Como profesor universitario, mi sueldo inicial era $2000 pesos nuevos con buen poder adquisitivo; vino el golpe (1976, otro más..) y tras muchas acciones, al dejar el país(febrero 1979), el sueldo era de $800.000 (calcule la inflación milica) con mínimo poder adquisitivo. Son muy abiertos para exponer sus opiniones a diferencia del secretismo chileno y es indudable que no han logrado volver a decir que «dios es argentino». La corrupción y el «Partido Judicial», parecen funcionar a igual extensión en ambos países, pero en los Che, se expresa más abiertamente y por tanto se nota mas. Lo lamento por la gente de provincia que conocí, que fueron siempre grandes amigos y excelentes personas.

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